Mei apretó sus rodillas contra su cuerpo mientras sentía la lluvia caer sobre ella, y por sus mejillas caían gotas calientes que no eran exactamente de agua, pero se confundía bien
con la misma.
Los seres humanos luchamos para que nuestras acciones sean reconocidas. Queremos que todos conozcan nuestros sentimientos de algún modo, el que sea. Todos sabemos que las acciones humanas son hechas por la pasión o interés, pero, ¿por qué usar una palabra tan simple como "importar"?
Mei estaba en la azotea de la academia Stone, escondiendo su rostro entre sus piernas.
Minutos atrás, Mei había ido a buscar a Rose a su academia, al parecer después de haberse despedido en el camino en el que se separaban en la mañana, Rose decidió no ir a la academia.
Eso escuchó de la chica que revisaba la asistencia en la puerta frontal de la academia de Rose.
Mei caminó de regreso a casa, pero en el umbral de la casa de Rose vio a dos personas besándose. Había empezado a llover y Mei tenía un paraguas sobre su cabeza. El cielo estaba oscuro,
así que no detectó a las dos personas.
Los pasos de Mei siempre habían sido suaves y sin sonido alguno, era tan callada como un gato, así que cuando se acercó lo suficiente para descubrir quiénes eran, ellos no lo notaron. Lo
que los hizo darse la vuelta hacia Mei fue el sonido del paraguas de la chica de pelo negro, que había salido volando cuando Mei lo soltó de la impresión.
Podría ser un error. Tal vez su vista la estaba engañando, o eso quería creer.
El pelo del chico rozaba el color blanco y sus ojos eran azules. No tenía el uniforme masculino de la academia de Rose y era incluso más alto que Mei, pero lo que le partió el corazón fue ver a la rubia entre los brazos del chico, con sus labios rojos por haberlo besado recientemente, y ahora mirándola fijamente.
— Mei. — Susurró Rose abriendo sus ojos, separándose de Nathan rápidamente, pero cuando Rose reaccionó, vio corriendo a la chica en la misma dirección de la que había venido.
Las acciones retrasadas, e incluso las que no se hacen, pueden ser mucho más factibles que las ya hechas. Tenemos que aprender a pensar en el paso que vamos a dar si no queremos caer de cara contra el suelo que tanto solemos conocer, el suelo que nos saluda cada noche que hacemos algo que no debimos hacer.
Cuando Rose quiso ir tras ella, la mano fuerte y firme de Nathan la detuvo.
— ¿Dónde vas? — Preguntó con su ceño fruncido Nathan, molesto porque pensó que lo dejaría allí tirado.
— Yo... es que... Mei. — Dijo Rose mirando a Nathan, girando a ver el camino por el que se había ido Mei, sin rastro de ella. — Va a mojarse y tal vez tome un resfriado sin un paraguas. — Dijo finalmente soltándose del agarre del chico. — Iré dentro por uno, puedes irte si quieres.
Rose fue por un paraguas y salió rápidamente. Tomó el portafolios de Mei que había dejado caer tiempo atrás y corrió con el propósito de buscar a Mei, aunque no la encontró. Tal vez si la hubiera
buscado un poco más, se hubiera dado cuenta de que la rejilla de la academia Stone se encontraba abierta y sin ningún tipo de seguro.
Así fue como Mei acabó allí tirada en la azotea de su academia, recibiendo la lluvia de golpe, que parecía no querer detenerse.
— Eres una chica. — Murmuró Mei cerrando sus ojos. — A ella le gustan los chicos, Mei Stone. — Se repitió. Apretó la falda escolar con su mano antes de gritar. — ¡Eres mi única salida, Rose! — Para luego susurrar. — No me dejes...
Lágrimas no se detenían, al igual que la lluvia.
Mei se acostó en la cama de la enfermería. Había colgado su uniforme para que se secara y tomó el uniforme de Educación Física para quedarse allí. Sollozó, mordiendo su labio inferior, sintiendo las lágrimas rodar por sus mejillas una vez más.
— ¿Rose? Me preocupé al no verte en casa. ¿Dónde estuviste? — Dijo Alexa con temor en su voz, quien preparaba la comida. — ¿Vendrá Mei hoy? Iba a hacerle de cenar.
— No vendrá. — Dijo con desánimo, dejando el paraguas a un lado de la puerta y el portafolios mojado de Mei a un lado de sus zapatos escolares mojados igualmente. — Mamá, le gusto a Mei.
La madre de Rose se quedó estática enfrente de la mesa, mirando la comida servida.
— ¿Le gustas a Mei? — Preguntó volteando a ver a Rose, quien asintió.
— Nos vio a Nathan y a mí besándonos y salió corriendo debajo de la lluvia. Mamá, Mei tiene un corazón muy débil, tengo miedo de que le suceda algo. — Dijo Rose poniendo su cara entre sus manos.
— ¿Te besaste con Nathan? — Preguntó Alexa, sorprendiéndose nuevamente.
— Bueno, él me besó. — Murmuró Rose.
Sintió los brazos de su madre rodearla.
— Cuéntamelo todo, quiero cada detalle. — Dijo Alexa con una sonrisa, recostando su barbilla en la cabeza de su hija.
Rose sonrió al recordar la madre comprensiva que tenía, pero dejó de hacerlo al pensar en Mei.
— Pero, ¿ella te gusta, Rose? — Escuchó a su madre preguntar en aquel abrazo.
Rose suspiró con pesadez. De todas las preguntas, esa era la que le temía responder. Se aferró más fuerte a su madre y las lágrimas salieron por sí solas.
Pero al menos Rose pudo dormir esa noche, sin embargo, Mei no tuvo la misma suerte.
Día diez.