Tabaco

Tabaco parte III

La puerta mágica de Sigmund la transportó al frente de una extraña casa que daba un aura de magia y repulsiva felicidad, cosa que en ese momento era causa importante de nauseas para Fery, quien acababa de perder a su compañero de vida por culpa de esa mujer de trabajo poco honorable.

La joven escondió su baúl en un arbusto, se tronó el cuello, los dedos y tomó impulso. Se colocó frente a la puerta y la lanzó con una fuerza inhumana. Siempre había querido hacer eso, pero con eso de que debía esconder siempre sus poderes, nunca había tenido la oportunidad.

Entonces entró, con su cabello volando por el viento artificial y sus manos brillando con ligeros destellos verdes. En eso, un ave blanca salió volando despedida hacia el techo, gritando con voz ligeramente humana y exclamando improperios al estrellarse. Después apareció un alto joven de largo cabello rubio en la escena, protegiendo a una muchacha escuálida y temerosa, tan poco honorable como siempre.

—Viola Oakley, ¿en dónde está el cadaver de mi esposo? —preguntó Fery, con la voz de una villana vengativa.

Krane y Alonso, el palomo, tuvieron que hacer circo, maroma y teatro para tranquilizar a la enfadada viuda, le explicaron lo que había sucedido y que en ningún momento había sido culpa de Viola, pero eso a ella no le importaba. Viola no le caía muy bien, y punto. Ahora que había provocado la muerte de su esposo, mucho menos la tragaba.

Así que, para evitar posibles trifulcas, fueron los tres quienes llevaron a Fery a la morgue. Una vez más, la joven de vestido floreado arrastraba su viejo baúl, como si adentro llevara un precioso tesoro.

Fácilmente localizó el cuerpo de su esposo, descubrió su cara y suspiró con dolor. Dejándose llevar por el sentimiento, acarició el frío y tieso rostro de su amado, con lágrimas juntándose en sus ojos, casi a punto de caer. Notó la mirada asombrada de los tres sujetos: de la poco honorable chica, el sujeto de cabello de surfista brasileño y el ave parlante; e inmediatamente recuperó la compostura.

Aparte, afortunadamente había llegado antes de que le removieran los órganos y jugaran al doctor Knox con él.

—Ya que participaron en lo que llevó a Sebastian a la muerte, lo menos que podrían hacer es asegurarse de darme media hora a solas con él —dijo ella, cubriendo de nuevo el cadaver.

—¿Y qué va a hacer con el cuerpo, Krane? Esa mujer me da cosita —susurró Alonso, pero Fery tenía un oído muy bueno, así que lo escuchó todo.

—Tú, paloma, ¿sabes leer?

—Soy un ave, ¿tú qué crees? —respondió.

—Estaremos en el pasillo, tómate tu tiempo —Krane se apresuró a decir, antes de que Fery perdiera los estribos. Una mujer enfadada era difícil, ahora, una aparente arcana furiosa y viuda era como el apocalipsis.

Una vez que los tres raritos se alejaron, la joven abrió el baúl y sacó su libro de recetas, lo apartó en la página marcada por la carta de Hunter, y lo dejó sobre una mesa. Leyendo los ingredientes para crear la pócima, fue colocando pequeños vasitos con plantas secas y frescas, con polvos raros, líquidos, sustancias misteriosas y cuarzos sobre la mesita. Después mezcló los elementos en un mortero, repasando sus notas para asegurarse de que no le faltaba nada, y luego, con la extraña luz verde mágica que salía de sus dedos, terminó la poción.

Descubrió una vez más el rostro de su difunto esposo, acarició cariñosamente su cabello y permitió que una lágrima resbalara por su mejilla. Y no fue un desperdicio, pues inmediatamente la atrapó con el recipiente del menjurje, lo removió con el dedo y llenó su boca con esa cosa verdosa.

Con mucha delicadeza abrió la boca de Sebastian y con un beso, traspasó la sustancia a él. Así lo hizo hasta que la dosis llegó a su límite.

—Miren, lo está besando —escuchó al palomo susurrar—. Que asquito, ¿ustedes podrían besar un cadaver?

Ella no les hizo caso, lo único que le importaba era Hunter.

Así que se acercó a su oído y susurró unas palabras en latin a su oído, respiró profundo y selló el hechizo con un beso. Entonces, un horrible dolor en su pecho la hizo doblarse, cayendo al piso y retorciéndose. Sentía como si su alma, o su energía vital fuese partida a la mitad, y arrancada de su cuerpo. Era tan doloroso que apenas podía pensar en otra cosa, ni siquiera notó cuando Krane y Viola se acercaron a ella preocupados, con sus rostros de poco honorable inocencia confundidos ante la escena.

El mago rubio comenzó a buscar entre sus hierbas y frascos algo que le diera una pista de lo que había sucedido ahí, pero no fue hasta que leyó el libro de recetas que lo descubrió. Entonces, tomó a Viola y al palomo, y los alejó de ahí, refugiándose cerca de la entrada.



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En el texto hay: amor, magia, necromancia

Editado: 18.07.2018

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