Mi madre fue la que no se convenció de mi presunto bienestar. Ella insistió en llevarnos a Christine y a mí al hospital porque según decía, después de un golpe tan fuerte siempre podía haber complicaciones.
Tuvimos que obedecer a regañadientes, era lo mejor, conociendo a mi madre como la conocía.
El médico que me atendió me hizo pasar a una sala y me indicó que me desvistiera y me tumbase en una camilla.
Al quitarme la camisa, vi un enorme moratón de feo aspecto en mi hombro derecho. Me asuste un poco al verlo pero el medico enseguida me tranquilizó diciéndome que no era nada grave. Palpó mi hombro y no pude remediar pegar un grito cuando intentó levantar mi brazo.
—Creo que no esta roto —me dijo —, pero en cuanto te hagamos unas radiografías saldremos de dudas.
Recé para que no tuviese el brazo roto. Faltaba poco para el verano y con un brazo escayolado me perdería toda la diversión.
Tuve que esperar bastante a que me hicieran las radiografías, tumbado en la camilla y rodeado por una cortina que me aislaba del resto de la sala.
A lo lejos creí escuchar la voz de Christine hablando con el mismo médico que me había atendido a mí. No podía levantarme para observar y me devoraba la impaciencia para saber como se encontraba ella.
Mucho rato después, la cortina volvió a descorrerse y el médico apareció junto con otra persona.
—Mi amiga, ¿está bien? —Le pregunté al doctor.
—Está perfectamente, sobre todo gracias a ti, ella me ha contado lo que hiciste y fue muy valiente. No tienes de que preocuparte sólo tiene algunos arañazos en las rodillas y un golpe en el brazo izquierdo, pero esta bien.
Suspiré aliviado.
El acompañante del doctor se colocó en la cabecera de mi cama y la empujó hasta sacarla al pasillo.
—Iremos a la sala de rayos X, tu permanece tumbado.
Me llevaron pasillo adelante y al pasar junto a la camilla donde estaba sentada Christine, me incorporé un poco y la sonreí. Ella me saludó con la mano sonriendo a su vez.
La habitación en la que habíamos entrado era fría y oscura. Un máquina enorme la ocupaba casi por entero, todo estaba lleno de cables y pequeñas luces parpadeaban en la oscuridad. Me trasladaron de la camilla a otra mucho más rara y en la que estaba acoplada la maquina que vi al entrar. El doctor me indicó que me tumbase de costado con el hombro lesionado hacia arriba y despareció. Un instante después escuche su voz que parecía venir de la habitación contigua y me decía que estuviese quieto y que aguantase la respiración durante unos segundos. Escuché un ruido y después el médico volvió a entrar en la sala.
—Ya está. Te llevaremos de nuevo a la habitación. ¿Quieres que te dejemos con tu amiga o prefieres dormir un poco?
Le dije que no tenía sueño, entonces el camillero volvió a aparecer y me llevaron a la misma habitación en la que había estado antes.
Vi como una enfermera estaba curando las heridas de Christine y cuando llegamos a su lado, el camillero colocó mi camilla junto a la de mi amiga.
—Hola —le dije, cuando nos dejaron solos —¡Vaya susto! ¿no?
—Sí —dijo ella, bajando la vista —. Gracias...
Me sentía fenomenal, no solo por haber sobrevivido al accidente, si no por haberle salvado a ella.
—¿Te duele? —Me preguntó señalando el moratón del hombro.
—No mucho... —le dije tratando de ser un tío duro, como los protagonistas de mis películas preferidas, pero luego rectifique —, bueno un poco...
—Has sido muy valiente. Cuando vi el coche tan cerca, pensé...
—Hemos tenido suerte —le interrumpí.
Ella asintió.
— Me alegro de que estuvieras a mi lado...
Yo también me alegraba y sobre todo por poder estar junto a ella en ese momento, los dos solos.
—¿Has nacido aquí, en Istres? —Pregunté con curiosidad, quería saberlo todo de ella.
—No, nací en Burdeos, pero vinimos a vivir aquí cuando era muy pequeña. Tú eres español ¿verdad?
—Sí, de un puebecito de Valencia. Se llama Albor. Un sitio precioso, te gustaría mucho. Fui a vivir a París a los ocho años y ahora hemos venido aquí.
—Este sitio también es muy bonito. Es el mismo mar que el de Valencia, ¿verdad?
—¡Pues sí! —Acababa de darme cuenta de que así era. El mar mediterráneo bañaba las costas de España y también de Francia —. Es casi como volver a estar en casa.
—Cuando salgamos de aquí, podríamos ir a nuestro escondite —dijo Christine —. Te va a encantar, es un sitio genial...¡ya lo veras!
—No creo que mi madre me deje ir hoy a ningún sitio —añadí.
—Ya, claro, es normal —dijo —. Yo también debería de ir a casa, si mi madre se ha enterado de lo del accidente...
—Jean Paul y tú, sois muy amigos ¿no?—Balbuceé sin saber cómo hacer la pregunta que me rondaba por la cabeza.
Ella me miró sin comprender.
—¿Sois...sois novios o algo así....?
—¿Jean Paul y yo? —Ella pareció comprender de repente —. No, no es mi novio. Paul es mi hermano.
—¿Tu hermano? ¡No os parecéis en nada!
—Yo he salido a mi padre y él se parece más a mi madre —me explicó —. Él es nueve meses mayor que yo.
Era justo lo contrario que me sucedía a mí. Y yo tampoco me parecía en nada a mis hermanas pequeñas.
—¿Entonces todavía tienes once años?
—Cumplo los doce el veintiuno de diciembre. ¿Por qué querías saber si Paul era mi novio?
Noté que la cara me ardía, seguramente me había puesto colorado como un tomate.
No supe que contestar. En ese momento sentía la boca muy seca y el corazón me palpitaba a toda velocidad.
Ella me miró con una sonrisa enigmática y sin duda tuvo que darse cuenta del mal rato que estaba pasando.
—No. No tengo novio, todavía.