Capítulo 2
SOPHIE
Ordeno mi habitación con tranquilidad, mientras observo la mañana pasar por mi ventana. Sonrío y me estiro un poco. Un nuevo día. Un nuevo amanecer para respirar en mi respirador artificial. Me coloco el tubo entre mis orejas y nariz, y la enciendo para que fabrique oxígeno. A veces me coloco en la ventana, y me pongo a pensar, en sí algún día, podré respirar bien sin esto puesto. Y sí ese día llega, podré correr las veces que quiera, y gritaré con todas mis fuerzas que puedo respirar bien. Sonrío ante mis pensamientos inoportunos, y ordeno mi camilla de hospital, antes de ingresar a la habitación 302, ya que recibí una llamada de Martina, diciendo: que necesitaba mi ayuda con la cuya paciente. Como a mí me gusta mucho ayudar, más sí se trata de cuidar a personas enfermas, estoy dispuesta a ayudar en lo que pueda.
Observo desde un lugar respectivo, toda mi habitación, y midiendo que todo esté conforme yo quiero. Alzo mi pulgar hasta arriba, indicando que todo está bien. Agarro mi máquina de respirador artificial, y abro cuidadosamente la puerta de mi habitación, para salir.
Midiendo mi paso, para no darme una salpicada por el suelo, en los pasillos blancos e iluminados por las luces del hospital. En mi lado derecho, tengo la máquina que le da oxígeno a mis pulmones. Por alguna razón, el hospital hoy está tranquilo, porque sinceramente, los médicos, doctores y cirujanos, pasan de pasillo a pasillo sin parar, así que se siente tranquilo caminar sin ningún ruido o persona que lo arruine con sus pasos apresurados. Toso, y siento que mi pulmón quema un poco, pero nada del porqué preocuparse, ya que tengo estos ataques de tos, desde mi enfermedad, y no es porque me esté muriendo. Que digo, la verdad sí es porque me estoy muriendo, pero no ahora.
Llevo un vestido que mi madre había empacado en mi maleta, que es; un enterizo, adornado con imágenes de pulmones ilustrados y los pulmones fueron extraídos, por flores, flores de colores no tan llamativos, pero sí hermosos; color gris azul, unas flores rosadas con todo su esplendor, y una bella forma de unos pulmones sanos y llenos de vida.
Me levanto un poco el enterizo, y miro los pulmones por todos lados, y sonrío. Veo a Mike, recostado en una pared del hospital. Felizmente, corro hacia él, dándole un fuerte abrazo.
—¡Sophie! —Me devuelve el abrazo—. ¡Casi me da un paro! ¿Por qué me abrazas siempre de repente?
Me separo del abrazo.
—Mal agradecido —Hago puchero—. No agradeces que te doy abrazos. —Me cruzo de brazos, fingiendo enojo.
—Dramática. Sólo me sorprendí —chista, Mike.
Le doy una mirada desafiante.
—Ya no te doy postre la próxima ves. —Sonrío, triunfadora.
—Y yo ya no dejo que me abraces. —Me devuelve la sonrisa.
Yo me enojo de buena forma.
—No quiero seguir perdiendo mi tiempo. Tengo que ir a ayudar a Martina, con la paciente de la habitación 302.
—Lisa —dice, sorprendido.
—¿La conoces? —pregunto.
—No, pero una vez me saludó en el patio de juegos del hospital. Me contó mucho de su vida, y me ha dado duro como una bala, de todo lo que paso, y con esa carga de enfermedad que tiene —comenta, Mike.
—Sí, la epilepsia es una mierda. Soportar toda la vida, convulsiones —digo, entrelazando mis manos.
—Por lo menos esta bajo control. Si no recibe atención médica, con unas convulsiones, podría hasta morir. Pobre Lisa. —Mike da un suspiro largo, pero leve.
—Sí. —Mi teléfono suena, lo agarro de mi bolsillo, y contesto—. ¿Hola? Mart… Digo, ¿María? ¿Ya me necesitan? ¡Bien, ya voy para allá! —Cuelgo para colocar bien mi respirador artificial.
—Ya tienes que irte, ¿no?
—Sí, pero al rato, seguimos hablando. —Le regalo una sonrisa.
—Me parece perfecto. ¡No te olvides de traerme postre! O si no, no me dejo abrazar. —Me señala.
—Jaja, muy chistoso. Bueno, pero tienes que cumplir.
—Ve, que Martina te espera —dice, Mike, señalando su mano, en cómo si estuviera indicándome el reloj.
—Bien. Hasta luego, Mike. ¡Te quiero mucho! —Le doy otro abrazo.
—Yo más, Sophie. Ahora ve.
—Bien.
—¡Por cierto, lindo enterizo! —dice Mike, detrás de mí
—¡Gracias!
Camino adelante, y miro por detrás, mientras me voy alejando más y más de Mike. Recuerdo que las habitaciones del 300 al 313, están muy lejos, y tendría que caminar mucho en las escaleras, así que mejor me voy por lo más fácil. El ascensor. Camino apresurada, hacia el ascensor de metal mientras trato de mantener a raya, mi respirador artificial. Toco el botón del ascensor, impacientemente, pero el ascensor no baja. Espero un momento, tacleando mis tenis negras Vans. Por fin la puerta del ascensor, abre sus puertas, y me dirijo adentro. Su alrededor está frío, pero se siente bien. Un hombre con una bata de médico, para las puertas del elevador para así, entrar en su interior. Él me ve, y me saluda, y yo hago lo mismo. Con mis manos presionando mi enterizo por en medio, espero a que el elevador me lleve al piso 4. Observo descuidada mente, a todos lados, y mis ojos voltean al hombre parado a mi lado. Quito mi mirada, y el ascensor parece que dura una eternidad, hasta que por fin se abre, dándome paso a mí. Salgo del ascensor.