Fui a clases luego de tres días en el hospital, tenía que guardar reposo por más días en casa, pero me negué a hacerlo luego de una pequeña disputa con mis padres, la verdad es que no soportaba estar alejado de mi rutina estudiantil. No había daños graves en mi cuerpo, por lo que tampoco vi la necesidad de quedarme más tiempo en cama. Mi padre tuvo que hacer uso del auto, no podía conducir mi bicicleta aunque la terminara de reparar. Me dolía el solo dar un paso aunque usara muletas, mis movimientos fueron robóticos, en mi mente, de vez en cuando pensaba que estaba en una pista del baile de los años 80´s. Las miradas y susurros no me molestaron en absoluto.
Luego de clases, me concentré en buscar a Rick, quería ver su expresión al notar que traía puesto su reloj. Después de tanta búsqueda lo encontré en el patio del instituto, estaba con su manada de lobos o cachorros, porque eso opinaba de alguien que necesitaba cuantiosa compañía para atacar –en caso de que fueran ellos –. Tommy y Sebastian me habían acompañado, así que en grupo pasamos muy cerca de Rick, al hacerlo lo vi fijamente con enojo, también observé como sus ojos se abrieron al ver mi muñeca y como la suya tenía una cinta pálida de piel que se había salvado de los rayos del Sol gracias a la protección que ofrecía el reloj, no cabía dudas de que él había sido.
El jueves por la noche me dediqué a ver TV, pensaba siempre que estar frente a ese aparato todos los días durante horas, era una manera estúpida de desperdiciar la vida y esa noche desperdiciaría la mía. Evans, el novio de mi hermana me hacía compañía, con el pasar de los días había frecuentado la casa y fue así como nos hicimos amigos. Ambos parecíamos necesitar un favor del otro, yo lo ayudé con mi padre y él a cambio me daba golosinas, un buen trato para mí, ya que de igual manera mi padre iba a aceptarlo.
Cloe aún no llegaba de la casa de su mejor amigo. Súbitamente grité fuerte como si me doliera el estómago e hice que todos salieran despavoridos de sus habitaciones. Lo que hice fue inmaduro, muy infantil, pero nadie había establecido que estaba prohibido ser infantil aun teniendo cien años, de ser así muchos ancianos estarían presos gracias a sus regresiones, pero quería que mi familia estuviera conmigo. Mi mamá fue la primera en preguntar qué había ocurrido con su chillante tono de voz, una vez abajo, miró a todas partes de la sala, quizás pensó que grité por ver a un intruso. Les dije que no quería ver el programa nada más con Evans, y puse cara de tristeza como acto de simpatía. Los tres se miraron desconcertados, torciendo sus cejas, los entendía porque no solía hacer ese tipo de cosas. Mamá no protestó, y mi papá si lo hizo. Pero al final terminé convenciéndolos. Por suerte, mientras mi papá buscaba que programa nos entretendría, estaba por comenzar una película que solíamos ver en raras ocasiones cuando estábamos reunidos. Mamá fue a la cocina a preparar palomitas de maíz y Cloe que llegó en ese momento fue a ayudarla. El resto nos sentimos emocionados como cuando estábamos en el continente americano. Me gustaba como me sentía cuando compartía con mi familia, era una energía muy especial la que nos abrazaba cuando nos quedábamos juntos, una energía que me sustentaba por mucho tiempo y permanecía latente diciéndome lo feliz que éramos.
El filme que ya muchas veces habíamos visto, era una película clásica, Mary Poppins. Casi podía repetir al mismo tiempo los diálogos, Cloe los sabía mejor que yo, pero no fue nada normal que en plena charla, el Loro Paraguas apartara sus ojos de plástico de Mary y volteara hacia mí como si estuviera poseído, su mirada inexpresiva me hacía sentir como si a través de ellos miles de personas estaban enfocados en mí. El sonido había ido a otra parte del mundo, mezquino se había marchado dando protagonismo a la voz escandalosa del loro parlante, imposibilitándome a poner mi atención en otra cosa a parte de su voz. Mi familia estaba paralizada, no parpadeaban y más me aterrorizó, pero pude apaciguarme. –He vuelto, maldito enfermo. He vuelto, he vuelto, he vuelto, he vuelto –repetía constantemente mientras no me movía de posición y cerraba los ojos, pero su voz taladraba mis oídos, me pinchaba hasta penetrar en mi cabeza y desatar una fuerte presión en mi organismo. – No es verdad, no está allí, tranquilo, tranquilo Matt, no es cierto – balbuceé, y cuando abrí los ojos, fue como si nada hubiera pasado. Algunos coreaban una canción de la cinta, otros aplaudían, se veía tontos, y probablemente mi cara no hacía juego con el momento.