Habían pasado días desde que no comía como era debido, o comía poco o sencillamente no sentía hambre y no ingería nada en todo el día, esto una semana antes de la muerte de Elise. El holgar de la ropa me decía que había bajado de peso y mis mejillas estaban un poco hundidas, saberlo no hizo que me preocupara de ello, por el contrario, solo chisté en desaprobación. Cerré con seguro la puerta, supuse que en el momento menos esperado, Ricardo subiría a hablar conmigo y no quería ser interrumpido mientras creaba el regalo para Ariel.
Foto a foto fui untando con pegamento y adherido al álbum que venía con hojas amarillentas como pergamino, lo que hizo que terminara por gustarme al verse más de antaño. Debajo de cada una escribía un pequeño párrafo sobre lo que sentía en el momento en el que las tomaba.
“Las hormigas, me deprimen al darme a conocer, que los humanos, jamás trabajaran en autentica unión por un bienestar. Que es poco probable que copien ciertas características de su modelo de vida”.
“Le pregunté un día al Sol por qué si amaba a la luna, este no estaba siempre con ella. Me dijo que nos amaba más a nosotros, y que su luz daba vida, lo que probaba su amor. Supe así, que el sacrificio se trataba, más que de amor, una importante decisión”.
“El ocaso, es una ilusión convertida en realidad. Nos recuerda, que vale la pena vivir la oscuridad, sonreír en el día y sorprenderse en la unión de ambos tiempos”.
“Con este árbol, tuve las mejores conversaciones de mi vida. Aprendí mucho de mí mismo. Que podía cuestionarme, que estaba equivocado y que tenía razón. En nuestras mentes yacen las respuestas a mucho, también argumentos que la desaprueban, pero sobre todo, hacer que todo sea cómodo en cuanto queramos”.
Casi en la culminación de mi tarea, Ricardo comenzó a tocar la puerta, a lo que negué excusando querer estar solo y que estaba ocupado. Fue muy persuasivo, y al igual que yo, muy terco. Por lo que después de tanta insistencia, accedí a abrirle a cambio de que no me interrumpiera. Pasó con inseguridad, comentó que le gustaba mi ordenado espacio y que esperaba una bienvenida más calurosa. Se sentó a mi lado y permaneció en silencio mientras me observaba escribir, leyendo furtivamente mis escritos y detallando las imágenes. De vez en cuando decía cual le gustaba y qué párrafos le tocaba el alma, supuse que era una forma de decir que le gustaba.
Algo me decía que la conversación se tornaría más significativa de lo que alguna vez entablamos él y yo. Tenía más apego a Cloe por haber estado más conmigo luego de su partida, él en cambio, estuvo fuera de casa desde los veinte cuando publicó su primer libro y fue a diversas conferencias y ferias sobre libros y escritores, era una especie de gira en la que se había enamorado de otro país. Yo tenía doce para ese entonces.
Lo dejé por un tiempo con la pregunta al aire hasta que hube terminado el álbum. Él se había acostado sobre mi cama, parecía no tener intenciones de irse hasta tener una duradera y explicativa conversación conmigo. No sabía cuándo me quería, pero a juzgar por su rostro, estaba ansioso por saber de mis problemas. A fin de cuentas, era el hermano mayor, si bien, quería cumplir su papel, se lo aplaudía. Pues había venido desde España por eso.