Mamá siempre estuvo interesada en el tema del poder del universo, otras dimensiones, la vida después de la muerte, chacras, etc. Era una costumbre familiar en la que creían fervientemente, recuerdo que mi abuela antes de morir, me dijo al oído que traía desde mucho antes de nacer un don especial que me marginaría, decía que debía ayudar a aquellos que estaban perdidos en este mundo. Por supuesto, era apenas un niño de siete, no entendía una sola palabra de lo que había dicho hasta después de que murió y vino todos los días a verme a la escuela, ella se quedaba parada en la puerta mirándome fijamente, pasaba horas ahí con los ojos clavados en mí, me ponía nervioso e intentaba ignorarla, pero la presión era demasiada y no lograba concentrarme. Yo no era de los niños que temían a estas cosas, simplemente no podía si tenía a una mamá “bruja” en la casa. Temas sobre difuntos eran muy comunes, así que un día fui al baño en medio de plena clase, sabía que la abuela venía detrás. Ella sonrió al verme y yo le dije que la extrañaba mucho, me respondió que tenía que armarme de valor a lo largo del tiempo, porque mucho lo iba a necesitar. Después de su consejo le hice la cuestión más importante, quería saber por qué seguía penando, y fue allí cuando se desvaneció, aquello era lo que la ataba. Desgraciadamente, no era muy listo, así que al entrar al baño no había revisado los cubículos y alguien me escuchó hablar solo, fue cuestión de minutos para que todos se enteran y me apodaran “Thom el lunático”.
Como era de esperarse, me hicieron creer que el infierno estaba plasmado en la superficie de la tierra, y que para cada diferente “pecado”, un grupo de distintas edades y Mefistófeles eran asignados para imponer torturas a los débiles; lo más racional es que teniendo una visión hipersensible fuera esa mi condena, pero todos en la primera se pusieron de acuerdo en hacer que mi vida fuera algo de lo que en varios momentos me arrepentía de vivir, incluso quienes eran más allegados a mí, se distanciaron dejándome a la deriva de los malos tratos. No viví episodios en los que intentaba convencerlos de que lo que veía era real, me lo callaba simplemente.
Mi papá nos abandonó a raíz del apogeo de mi condición, pero no era exactamente eso lo que lo había provocado, se quejada de que mamá daba riendas sueltas a mis “niñerías”, y así se marchó del país. Sin embargo, fui lo suficientemente maduro como para pensar que mi padre no nos quería en realidad, quien te ama, no se va de ese modo.
No sabía cómo afrontar la realidad, me refiero a que no tenía idea de qué debía hacer con mi don, pero cambió una noche de invierno en el que la nieve no cesaba de caer, alguien llamó a la puerta, mamá parecía no haber escuchado, por lo que bajé molesto ya que era demasiado tarde, fui al cuarto de Amy y la halé de los pies para que reaccionara. Le comenté que alguien tocaba la puerta, ella no escuchaba nada y supe enseguida a qué se debía. Nos levantamos y seguía el molesto *¡toc, toc!*, me asusté solo un poco, pero gradecía tener el apoyo de mamá, ella me animó a encararlo.
La perilla estaba helada, me estremeció, mamá estaba detrás de mí con ambas manos en mis hombros, me sentí como cuando mis padres estaban juntos y me enseñaron a andar en bicicleta, ambos me sujetaban para no vacilar y caer, pero sentía que en esta ocasión podría aventarme al suelo. Giré espacio esperando no hallar nada tras la puerta, pero había un espíritu temblando y asustado, volteé y miré a Amy como preguntando si era visible a sus ojos, y pareció oír mi idea, porque negó. Sentí mucha pena por el niño que tenía más o menos mi edad, quería pasar y no estar solo, yo lo invité y se sentó en un sofá. Mamá hacía preguntas que le contestaba por él. Su nombre era Marcus, había muerto en un accidente hace dos años, iba con sus abuelos y ellos habían cruzado. Le di una descripción física a mi mamá y ella enseguida supo quién era. El asunto que lo mantenía allí, fue haberle dicho cosas horrendas a sus papás antes de morir, por supuesto, todos decimos cosas llevados por la ira.
Marcus pasó la noche jugando conmigo, estaba muy pálido al principio, pero luego vi unas mejillas coloradas y una sonrisa, hay cosas que ni yo podría explicar. Cuando el Sol salió, mamá dijo que había un problema que teníamos que solucionar, así que fuimos a casa de Marcus. Cuando tocamos, su madre parecía indispuesta a recibir visitas, tenía la cara demacrada y los ojos hundidos como sus mejillas, el cabello enmarañado y ropa oscura como el interior de la casa. Nos permitió pasar luego de que Amy le persuadiera de que lo que iba a decir eran cosas que jamás otro le contaría. Nos dio una taza de leche a cada uno, y mientras estaba en la cocina, detallé que el luto de su hijo los había llevado al descuido, el hogar tenía mucho polvo y las cosas no estaban colocadas en sus debidos espacios. El Sr. Chris bajó luego de media docena de llamados, estaba en calzoncillos y sin ánimos de escuchar o hablar. Las posturas de ambos padres me intimidaban, lucían predispuestos a negar cualquier cosa que la “bruja Amy” dijera.