Robert estaba enormemente emocionado, era la primera vez que lo escuchaba cantar una melodía que expresaba su alegría por salir de aquellos muros aunque fuera por una noche, no pudiendo ignorarlo, me dejé arrebatar por la canción pegajosa y coreamos juntos mientras chasqueábamos con los dedos. La ropa que el chico paranoico usaba para escapar era bastante costosa, no solo eso, lo transformaba completamente, de hecho, pensaba que había exagerado al arreglarse, pero no le dañaría el momento. El color oscuro que eligió opacaba sus ojos cafés, pero realzaba su tono de piel blanca y por el ajustado de la ropa también su cuerpo atlético. Así debió lucir habitualmente antes de entrar al internado, era el centro de la fiesta de la clase alta.
Esperamos a que la última ronda se ejecutara que era exactamente a la una. Con tranquilidad salimos de la habitación burlando varias puertas que el experto en cerraduras abrió con dos ganchos. La adrenalina aumentó cuando llegamos afuera porque los faros casi alumbraban como el Sol y todavía no sabía cómo burlaríamos aquello. Robert siempre tenía una respuesta a esos problemas. Corrimos a una pila de arbustos que bordeaba el sendero a la salida, fue allí donde comprendí su plan. En el cuello llevaba colgando unos binoculares que hasta el preciso momento en el que hizo uso de ellos no había notado. Los utilizaba para mirar a los centinelas en el cuarto de seguridad cuyas ventanas eran inmensas para permitir una mejor vista, solo cuando ellos volteaban a algún lado, nosotros corríamos a la siguiente planta ornamental, así hasta llegar a la salida en la que nos tardamos porque Robert necesitaba alrededor de un minuto sin ser visto para poder abrir la puerta.
Habían pasado más de veinte minutos según mi reloj, cuando por fin ambos se levantaron, quizás a preparar un poco de café –según Robert –. Corrimos velozmente por la calle hasta llegar a la avenida principal que si contaba con asfalto, en la que puntualmente estaba Thom. De no haber tenido mis escapadas con el único ser al que consideraba amigo en aquel infierno, me habría sentido muy extraño de ver la luna y sentir la frescura nocturna al pasar mucho tiempo encerrado. Thom había comprado una botella de ron que nos acompañó en el viaje, el cual entre risas, sorbos y chistes se hizo corta. La bebida nos había introducido a la alegría, lo necesitábamos porque era un tipo de fuerza que nos daba amnesia entre todos los rasgos negativos de nuestras vidas.
Nos estacionamos cerca del lugar. Esa noche había autos por doquier y entre ellos los pertenecientes a la policía. Thom se acercó al que aguardaba en la entrada y habló con él antes de abrazarlo, supuse que era su tío, cuando el sujeto levantó un poco el rostro, lo reconocí, era el mismo tipo que me había interrogado y había aparecido en mis sueños. Por lo que bajé la cara mientras ingresaba a la fiesta. Robert, por el contrario lo saludó confianzudo.
El alboroto era abrazador, la música era contaminante y la decoración muy sorprendente, con globos y serpentinas que resaltaban al exponerse con la azulada luz de neón. Nadie que fuera a la celebración podía pensar que ese lugar era un nido de muertes. Durante todo el tiempo que estuve allí me olvidé del pasado. Estuve en varios lapsos un poco paranoico de que mi hermana me hallara en aquel lugar, ya que la había visto allí con Evans, por suerte la luz ayudaba a la contorsión de los rostros a cierta distancia.
No pude evitar aparecerme frente a los chicos y causarles revuelo. Como buenos amigos dijeron que estaba mal que me hubiera escapado, pero luego se alegraron de que estuviera con ellos. Era como hace tiempo atrás, reíamos sin parar por las estupideces de Sebastian, cantábamos alguna canción que nos gustaba, nos retábamos a beber hasta el fondo del vaso. Robert también se incluyó a nuestro grupo. Thom no estaba a la vista, deseaba que hubiera conseguido compañía para no tener que llamarlo y obligarlo a sentirse incómodo, pero ¿qué compañía podría tener él? Quizás lo subestimaba, pero después apareció y estuve en lo cierto. Lo bueno era que todos estaban ebrios y lo trataron como a uno de los nuestros haciendo que no diera tregua a su abdomen y lo hiciera doler de tanto reír. Así permanecimos hasta alrededor de las tres de la madrugada cuando la música pasó a ser tranquila y romántica. Todos, sin excepción, fueron a la pista de baile, algunos habían sido invitados a bailar por aquellas cuyas parejas habían abandonado por estar con otras, algo ventajoso para los chicos. Yo denegué una invitación porque aunque estuviera borracho, no olvidaba que había entregado mi corazón a un ser que no podía sostenerlo y seguía afectándome lo suficiente como para no mirar a otra. Era verdaderamente deprimente estar sentado en el suelo y observar a todos moviéndose, bien sea por causa del amor, o solo dejándose llevar por el fantasmal ambiente.