Te declaro culpable

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En esos momentos no sabía qué hacer, ni cómo reaccionar.

Emma–mi ex esposa–, y Alicia–mi hija– que no había visto desde aproximadamente dos años estaban frente a mí. Bajando sus maletas de un taxi.

Seguían tal y como las recordaba. Emma, siempre llevando su pelo rojizo sobre los hombros, y unos cuantos rulos al final. Vistiendo como si de una adolescente se tratase. Y Alicia, la última vez que la ví no podía despegarla de su teléfono celular pero en esta ocasión traía consigo un libro que sobresalía de su bolso de mano. Dejó crecerse el cabello, pues su cabellera castaña –antes rubia por el tinte– estaba por llegar a la cintura.

Y allí me encontraba yo, parado a un lado de mi auto encendido, sin moverme. Realmente estaba sorprendido.

Cerré la puerta que momentos antes había abierto y caminé hacia ellas.

—Señoritas—las llamé y al instante giraron para ver de quien se trataba. Primero se quedaron en el mismo estado en el que me encontraba momentos antes.

Alicia se acercó para darme un abrazo y con gusto acepté. Estuvimos así unos pocos minutos y después nos separamos.

—Papá, queríamos darte una sorpresa—recuerdo la sonrisa que se implantó en su rostro en ese momento. Siempre fueron muy despistadas, recuerdo que siempre salíamos tarde de casa rumbo a otros lugares porque no les convencía su atuendo.

—Pues lograron sorprenderme, sí —les dije—, ¿qué demonios hacen aquí?

—Pensaba que talvez podríamos quedarnos contigo unos días.

Pero tenía trabajo que hacer, así que las deje que se reinstalaran en el departamento. En la habitación de Alicia todo estaba tal y como ella lo había dejado, entrar a su habitación me traía recuerdos, recuerdos no muy felices de cuando era pequeña y nos enteramos que tenía un soplo cardíaco, una noche que estuvo a punto de morir.

Me encontraba nuevamente en mi auto, en camino al trabajo cuando un semáforo se puso en rojo, indicando que debía detenerme, pasó una viejecita a un lado pidiendo limosna, traía un cartel donde estaba escrito que fue abandonada por sus hijos. No podía pasarla por alto, le dí cien dólares pues eso no era ningún gasto que yo hubiera de considerar innecesario. Al contrario, me complacía ayudar a las personas que realmente lo necesitaban.

Pero por alguna razón olvidé una carpeta, esa carpeta que estaba leyendo en horas anteriores. Así que tuve que dar vuelta al auto y volver.

En el camino de regreso me dí cuenta que iba tarde, algo que tenía tiempo que no me ocurría.

Al llegar al estacionamiento bajé del auto rápidamente y subí por el ascensor hacia mi apartamento. Tomé las llaves de mi bolsillo y abrí la puerta.

Recuerdo que había dejado la carpeta en la mesa del comedor, pero no estaba allí así que fuí a preguntar a la habitación donde estaba seguro que estarían las chicas.

Antes de poder abrir la puerta escuché como estaban hablando de una forma silenciosa. Casi inaudible. Así que pegue mi oído a la puerta evitando hacer cualquier ruido.

—Él no debe enterarse—aún recuerdo que el tono con el que lo decía hizo que un sabor amargo se alojara en mi boca—. Debes actuar como si nada hubiera pasado, recuérdalo—no tenía idea de que estaban hablando, pero estaba dispuesto a averiguarlo.

Sin desearlo empuje la puerta provocando que un sonido saliera de aquella, y dando aviso que me encontraba allí.



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En el texto hay: jovenes, problemas, sociedad

Editado: 08.05.2019

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