Te enseñaré a amar

Capítulo XI

 

"Los sueños son la manera de recordarnos la felicidad que sientes o sentiste alguna vez.

Lástima que conmigo no funciona así. Los sueños no me recuerdan lo feliz que alguna vez fui.

Sino que me enseñan lo estúpido que he sido"

Sebastián Rushmore

 

 

Presente

 

El sudor corría por la frente y el pecho desnudo de Sebastián. Se había levantado con la respiración a toda velocidad. Su pecho subía y bajaba deprisa. Había soñado con la noche que se enteró del engaño de Harmony.

 

Tomó de su mesa de noche, una jarra con agua y un vaso. Se sirvió el líquido transparente y se lo bebió de un solo trago. Estaba sediento.

 

Había pasado mucho desde que había soñado con esa noche. Noche en que lloró y se sintió la peor basura del mundo. Donde era nada. Una simple escoria más de la vida.

 

Noche en que rompió su promesa de no estar más con ninguna mujer que no fuera ella. Donde se convirtió en el mujeriego que hoy era.

 

"¿Cómo pude haber cambiado tanto?" Susurró a la oscuridad. "¿Por qué no logro olvidarla? Ya debería tenerlo superado"

 

Ya habían pasado casi once años ¿Por qué no se salía de su mente? Ya había estado con tantas mujeres con tantas diferentes pieles, con tantos diferentes labios. Pero con ninguna conseguía una satisfacción completa. Era algo de momento. Y luego el embeleso de la pasión se acababa, volvía a su monótona vida. ¿Por qué no dejaba de pensar en ella?

 

Recordó la pesadilla. O mejor dicho la realidad de ese sueño. Pues había pasado en serio. Toda la conversación, todo. Tal cual como había soñado. Lo peor de todo que parecía que hubiera sido ayer, sentía el dolor en su pecho tal cual como ese día.

 

Odiaba cada vez que su mente se encargaba de recrear ese momento. El momento en que la careta se cayó y salieron todas las verdades a la luz. Donde no quedó nada oculto. Solo su corazón roto y maltrecho, y su dignidad no fue más que pisoteada y acabada, donde se convirtió en un guiñapo.

 

Tomó el reloj de oro que se encontraba en su mesa de noche y notó que era de madrugada. Sabía que se le imposibilitaría volver a dormir, por lo que decidió ir a cabalgar. Estar al aire libre lo despejaría.

 

Se vistió para montar y salió a las caballerizas. El frío del crepúsculo lo acompañaba, pero le daba fuerza para respirar y saber que era lo bueno y lo malo. Lo traía de un solo golpe a la dura realidad.

 

Tomó a su caballo, un semental de piel marrón oscura llamado Compañero. Fue lo primero que compró con su propio dinero. Nunca pensó que saldría adelante con sus estudios. Pero lo hizo y se sentía orgulloso de ello. Solo sentía que a su vida le faltaba algo. No sabía qué.

 

"El amor" gritó su mente "Una familia"

 

No, no, no. Él no necesitaba a nadie. Había vivido tantos años solo, que esa era la vida que le gustaba.

 

"No te gusta, solo te acostumbraste a ella"

 

Cierto.

 

En sus sueños de juventud siempre quiso tener una familia. Algo sinuoso en los hombres de esa sociedad. Una sociedad que consideraba que casarse a conveniencia era lo mejor. Pero en su interior él sabía que ese sentimiento existía. Solo que no había encontrado la mujer idónea para expresarlo o quizás nunca la encontraría. Eso era algo tan difícil. Y por más que dijera que esa conmoción no existía, en su interior sabía que era solo una manera de auto convencerse y que los sueños que alguna vez tuvo, fueron ciertos.

 

Subió al lomo de su caballo y emprendió la marcha. Siempre pensando en todo lo que había pasado desde esa fecha, hasta el día de hoy.



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En el texto hay: poesia, amor

Editado: 25.05.2018

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