Te enseñaré a amar

Capítulo XXIX

 

“Duerme amor mío,

Déjate llevar, por los brazos de Morfeo,

Olvida tus penas por un rato,

Y te prometo, que cuando abras los ojos. Estaré a tu lado”

Sebastián Rushmore

 

Sebastián llevaba a Harmony entre sus brazos, ella dormía, mientras el carruaje que los trasladaba a Londres, andaba.

 

No podía creer que hace pocas horas tuvo la mejor noche de su vida y ahora acompañaba a su mujer a ver a su madre enferma. Rezaba a Dios, para que se salvara la duquesa y así ver de nuevo sonreír, a su Armonía.

 

Cuando el carruaje se detuvo en Woodland House, ella despertó. Tenía los ojos hinchados y se le notaba la tristeza que la bañaba. No podía ser que el destino les jugara de esa forma.

 

Ella se limpió las lágrimas y pasó directa y sin ver a nadie al cuarto de su madre. Sebastián la siguió atrás, sabiendo que ella necesitaba espacio, pero luego precisaría consuelo. Porque aunque esta se salvase, Harmony se sentiría culpable al no haber estado allí.

 

Se mantuvo fuera de la habitación, ese era un momento íntimo, entre madre e hija. No quería interrumpirlas.

 

***

 

—Mami ¿Qué pasó? —ella se sentó al lado de su progenitora. —mejor no me digas. Te agotarás. Yo le preguntaré luego a la enfermera.

 

—Estoy bien. —la piel sudorosa de su madre decía lo contrario. —Solo son achaques de vieja. Pronto estaré bien. Solo necesito descansar.

 

Harmony deseaba que fuera así. Su vida no tendría sentido sin su madre a su lado. —No me dejes. Te amo demasiado.

 

—Yo también te amo mi niña. —tomó algo de su buró. —He querido mostrarte esto por años, pero nunca encontré el momento. Sé que no voy a morir, pero prefiero que sepas la verdad cuanto antes. Léelas cuando termine de contarte todo. —y le dio unos sobres en las manos.

 

No supo que le trataba de decir, podía ser alucinaciones causadas por el láudano. —No hables mami.

 

—Yo estoy bien, hija. —tomó aire cansinamente y comenzó a hablar. —Mi hija, yo te amo. Espero que lo sepas. Pero hay un secreto que nos separa, mi pequeña… —Harmony no entendía nada. —…Yo no soy tu madre.

 

Sintió que no podía respirar.

 

— ¿Qué? Eso es imposible. —negó una y otra vez.

 

—Como tú sabes, tu padre siempre me recriminó que yo no pudiese darle su hijo varón. Ese fue una frustración para él. Y un día dejó de tocarme, para mí fue lo mejor. Porque me casé demasiado joven con él, y lo que hacía era sufrir…—tosió un poco. —Él tuvo muchas amantes y como a mí no me dolía, me daba igual. Solo que un día fue diferente. —Harmony lloraba ante la confesión de su madre, odiaba mucho más a su padre. —Estábamos en Bath por unos tratados que iba a hacer allí y yo salí al jardín a plantar algo —ese era mi mayor entretenimiento —y entonces encontré una cesta. Estaba en la entrada de la casa y yo fui a ver lo que era y me encontré con que era una cosita pequeña. Una niña hermosa. —Harmony rompió a llorar. —Su cabello marroncito y sus ojitos claros me hicieron amarla de inmediato. —no podía ser cierto. —Vi que tenía una carta. La carta decía que era hija de Frederick con una meretriz italiana.

 

— ¿Mami dime que no es cierto? —su madre negó.

 

—Yo ya te quería y supe que fue el regalo que me dio Dios para cumplir mi sueño de ser madre. Te convertiste en mi armonía. Mi pequeña Armonía. Por eso tu nombre. No dudes nunca que te amo. No te di la vida, pero tú le diste vida a la mía.

 

Ella abrazó a su madre, porque era su madre. No había otra. —Yo también te amo, mami. —ella envolvió a su madre de nuevo y se quedó junto a ella.



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En el texto hay: poesia, amor

Editado: 25.05.2018

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