Helados y soltar miedos
—Voy a morirme.
Ante mi queja Lady me mira extrañada, tomo asiento y aprieto los labios tratando de que mi vientre deje de fastidiarme de esa manera, pero como los demás intentos fallidos, no logro nada.
—¿Qué tienes?
—Su útero le está dando como saco de boxeo —dice Sara y niega —Ella es de las pobres almas desafortunadas que tiene siete días y todos con cólicos.
No lo digas de ese modo, me hacía sentir peor.
Lady parece sentir mi dolor por la forma en la que arruga la cara al verme y niega. ¡No hagas eso! ¡No soy un pobre caso desafortunado!
—Yo nunca tengo cólicos y solo me da tres días.
Oh.
Ante las palabras de Lady, Sara me presume de nuevo sus cinco días sin nada y el resto del día me siguen con la mirada cuando tomo asiento o me pongo la mano en la espalda baja.
Sí, bueno, tal vez si tenía un poco de desgracia con lo de los cólicos.
***
Una posición. No funcionó.
Me muevo de nuevo, y aunque acostada de frente me dejaba de doler sin duda era un caso seguro de que al levantarme tendría la escena sangrienta de un homicidio. Así que gruñendo me pongo de lado de nuevo.
Así hasta que en algún punto me logro quedar dormida y un movimiento a mi lado me hace parpadear. Abro los ojos al ver a Neymar a mi lado.
—¿Viniste a ver al cadáver? ¿Quieres pedir perdón por tus infidelidades? —niego —Es demasiado tarde, no aceptaré nada de ti.
—Siempre tienes interesantes conversaciones con Neymar.
Abro los ojos para sonrojarme al ver a Alan sentado detrás de mí. Me volteo y al sentir la incomodidad en mis piernas, espalda y todos mis músculos hago una mueca.
—¿Por qué siempre me escuchas cuando las tengo?
Sonríe de manera ladeada.
—Eso no lo sé cariño. Por otro lado ¿por qué crees que vas a morir?
De alguna manera me gusta que este a mi lado, y me acurruco hacia él. Sus brazos me rodean cómodamente y me gusta este sentimiento de ser mimada.
—Ser mujer va a matarme.
Él sabe a qué me refiero, y es porque le he informado de eso. No fue incómodo en ningún momento, porque hace años habíamos tenido esa conversación y sí, ahí si había sido vergonzoso de decir.
Pero Alan no dijo nada malo al respecto, solo lo tomó como algo normal, y mi sonrojo en ese momento estaba de más, él solo sonrió levemente y me abrazó, nunca entendí porque, hasta que él murmuro: No tiene nada de vergonzoso eso niña tonta.
Me sonrojé obviamente, pero ahora no, había entendido que era algo normal en mi cuerpo, y que todos lo sabían, claramente no iba a divulgar a todo el mundo lo que tenía, pero eso ya era por cosa mía, Sara por el contrario solía gritarlo a los cuatro vientos y no lo veía mal.
Y esa era la razón por la que ahora estaba siendo abrazada por él con las manos sobre mi mantita caliente colocada en mi vientre.
—Cariño… —murmuro —¿Quieres y puedes tener una pijamada conmigo?
Sus manos se entrelazan con las mías.
—¿Empezamos por unas películas?
Sonrío y asiento.
—Con palomitas de maíz.
—No hay.
—Lo sé, pero alguien puede hacerlas aparecer.
Lo escucho reírse ante mi intento de convencerlo ir a comprar. Y luego aceptar, con todo el dolor de mi alma lo dejo levantarse y caminar hacia el armario, toma una manta y a coloca sobre mi cuerpo, otra la pone sobre mi cabeza. Ruedo los ojos y voy a quejarme, pero le escucho decir que irá a la tienda, así que sonrío y no digo nada.
Pasan varios minutos y estoy aguantando el dolor cuando pienso en algo. Suspiro.
—Helado…
—¿Me llamabas?
Frunzo el ceño divertida al verlo entrar.
—Tú no eres un helado.
—Recuerdo que decías que era frío.
Bueno, ahora eres muy caliente.
Me sonrojo y río por lo que pienso y niego. Por suerte Alan se fue a la cocina a hacer las palomitas y no me ha escuchado reír sola.
Pero cuando vuelve lo abrazo como agradecimiento y soy la más feliz cuando una película comienza y estoy entre sus brazos comiendo las dichosas palomitas.
Por momentos como este es que a veces creo que él es irreal.
Me acomodo mejor y en algún momento me dejo caer en los brazos de Morfeo.
***
—¡Esto fue una mala idea! ¡No quiero hacerlo! ¡Ya no quiero hacerlo!
—Vamos cariño. No es para tanto.
¿No lo era? ¡Más de cincuenta metros de altura no eran nada!
¡Maldición, mis huesos rotos no dirían lo mismo!
Ni siquiera recordaba haber accedido a hacer esto. Accedí a acompañarlo y mirar, curiosear, más no verme envuelta entre cables y apunto de saltar hacia esos cincuenta metros de altura.
—No amo las alturas, no sé porque quería hacer esto —empiezo a balbucear.
—¿No querías saltar de un avión algún día?
—Es diferente.
—No lo es.
—Lo es, se va a romper la cuerda y si caigo aquí, me estrello contra el suelo y muero.
—Si no se abre el paracaídas también pasa lo mismo.
—No es lo mismo.
—Lo es
—No
—Sí.
—No.
—Dejemos de perder el tiempo.
—¿Vamos a bajar? —veo una esperanza.
—No, estamos listos —dice asintiendo hacia atrás y rompiéndola.
Viro mi cabeza aterrorizada, y no, no compensa que él me abrace antes de sentir un empujón y soltar un grito extra agudo, y con extra de alma incluido, sintiendo como mi cuerpo empieza a caer metros de altura con el suyo.
—¡Te odio! —grito mientras caigo —¡Te mataré, lo juro Cooper!
Escucho su risa mientras me aferro a él y eso parece gustarle. No pienso soltarlo. Y no lo hago, cuando las cuerdas nos tiran de nuevo hacia arriba mi garganta se abre y suelta gritos. Así varias veces pierdo mi corazón y mi garganta se seca.