Daisy
No supe porque el párroco se fue tan enfadado y mojado hasta que Stella me dijo la razón. Derek y Harry eran unas verdaderos estúpidos por liarla parda en el ensayo. Podrían haberse quedado dormidos como yo sin causar ningún alboroto, pero no, decidieron pelearse sobre Harry Potter. O eso me ha contado Stella.
Jade, para bajar los ánimos, había organizado una tarde de piscina para este mismo día. Miré la piscina cuando lo propuso. Estaba segura que era muy honda y no me podía defender en el agua, así que rechacé enseguida su idea. Claro estaba que ella me replicó enseguida.
—No sé nadar Jade—le dije, parando sus insistencias.
—¡Oh vamos! —agitó su mano quitándole importancia a que me muera ahogada en su piscina.
Stella salió en mi defensa y se lo agradecí mentalmente.
—¡Es verdad Jade! Me acuerdo que en el instituto la llamaban la sirena.
—¿La sirena?
—La sirena de plomo—se echó a reír mi mejor amiga. —No veas como se hundía.
No sabía si me estaba defendiendo o atacando, pero viniendo de Stella se podía decir que un poco de las dos.
—Es verdad Jade—le hinqué el codo en su costado para que parara de reír. —No tengo remedio.
Jade negó repetidamente.
—Solo tienes miedo. Acompáñame que te voy a enseñar algo.
La acompañé a regañadientes. Me llevó a la gran biblioteca que poseían. Había muchas estanterías con libros de todos los colores y tamaños. Era el sueño frustrado de cualquier lectora. Observé como Jade buscaba entre la fila de libros de una de las estanterías y sonrió cuando sacó un gran libro. En la portada pude leer el nombre de Arquímedes cuando me acerqué a ella. Mientras abría el libro y pasaba las páginas buscando algo desconocido para mí, la miraba confusa y—para que mentir—con algo de miedo.
—¡Aquí está! —exclamó cuando halló la página deseada. Le eché una ojeada, el título era “El principio de Arquímedes”. No entendí porque me ensañaba eso y ella me lo aclaró leyéndome la página: —“Todo cuerpo sumergido en un fluido experimenta un empuje hacia arriba igual al peso del volumen del líquido desalojado.”
La miré aún sin comprender porque me estaba contando eso y ella puso sus ojos en blanco.
—Daisy, sí Arquímedes dice que flotarás como cualquier otro cuerpo, no tienes nada de que temer. Confía en Arquímedes.
Quise decirle que no podía confiar en alguien que estaba muerto y más si mi vida estaba en riesgo, pero no pude porque Martha nos mandó a almorzar. Y tampoco pude hacerlo después porque se fue toda entusiasmada a preparar bocadillos y bebidas para llevarlos a la piscina. Total, que ahora estaba mirándome al espejo de mi cuarto vestida con un bikini rojo. La hora de mi muerte estaba cerca, muy cerca. Bueno, quizás estaba exagerando un poco. Pero no era mi culpa tener miedo al agua.
En la piscina te puedes encontrar con dos tipos de personas: a) los nadadores expertos que presumen de sus habilidades nadadoras frente los demás bañistas, y, b) los que no se separan de la escalerilla. Yo era del tipo b. Era feliz estando al lado de la escalera porque me sentía segura y protegida. Pero no, Jade y Arquímedes se habían empeñado que, sea como fuere, tenía que flotar.
Llegó la hora. Llegó la hora de comprobar si Arquímedes tenía razón, así que fui a la piscina junto a los demás. Ignoré un poco el torso desnudo de Derek—tenía ocho cuadraditos bien puestos y un culo de escándalo en ese bañador azul—y miré como casi todos se tiraban de ‘bomba’ al agua. Giré mi cabeza para mirar a Jade con miedo, ella articuló sus labios y pude leer “confía en Arquímedes”. Así que hice lo que tenía que hacer: tirarme a la piscina—literalmente, claro.
Nadie, ni siquiera Arquímedes, pudo detener ese destino inevitable.
Daisy Stone, o sea yo, se tiró a la piscina en la forma comúnmente llamada de ‘palillo’. A continuación, Daisy Stone sintió que su pequeño cuerpo caía y caía en las profundidades del agua. Su cuerpo bajaba y bajaba, y por más que Arquímedes y Jade hubieran dicho, Daisy Stone no salía a flote.
Daisy Stone solo recuerda que lloró cuando al fin pudo respirar. El hermano de Harry, bueno, Derek, fue el que me salvó de morir ahogada en una piscina.
—¿Principio de Arquímedes? —pregunté recobrando el aliento luego de expulsar agua de mi boca. —El principio de su puta madre. Ya se puede ir a la mierda ese Arquímedes—grité, mientras abrazaba el torso mojado de Derek. Lo sabía, me estaba aprovechando de la situación, pero debía hacerlo. Toqué todos sus cuadraditos y fue la sensación más maravillosa que iba a tener en mi vida. Así que valió la pena.
—¿Qué estabas pensando en decirle eso mamá? —le preguntó molesto Derek a su madre. —Casi se ahoga.