Hermanos, Dios nos exhorta este día a través de su palabra en Romanos capítulo 7 versículo 5, escuchen con atención para luego no se lamenten y se pregunten ¿Señor, en que te he fallado? “Porque mientras estábamos en la carne y aquellas pasiones pecaminosas, desesperadas por la ley, actuaban bajo los miembros de nuestro cuerpo a fin de llevar fruto para muerte”. ¡Dios no quiere personas que se rigen bajo el placer para llenar sus necesidades, nuestro padre creo al hombre y a la mujer y con ello la acción de unir sus cuerpos bajo la bendición de su palabra, para que la sociedad y la iglesia se colme de familias bendecidas, para traer a su creación al mundo, y ¡NO! Para liberarnos en el placer del enemigo, ¡NO! Para enlodarnos en el pecado en cuanto hace uso del pecado de la fornicación, envolviéndose a las bajas pasiones de la carne, este día con uno, el otro con alguien más, eso no es digno ante los ojos de nuestro Dios…
Las palabras del sacerdote resonaban bajo la melodía de un órgano en bajo volumen dentro de la Iglesia Santa María en Greenwich. La gente estaba atenta mirando al frente donde al fondo adornaba un enrome vitral con la imagen de un Jesús crucificado y a su lado, su madre, María Magdalena y su Discípulo fiel hasta el final lloraban su muerte en la cruz. El vitral y sus colores eran una obra de arte, iluminado con cuatro lámparas colgantes en forma de rueda donde en cada una, había 4 focos color amarillo, bajo el vitral, estaba una pequeña puerta de madera decorada a cincel y como si fuera una caja fuerte, estaba bajo llave con cuatro velas en puntos cardinales al cual llamaban santísimo, pues en ella, se guardaba las sagradas hostias, el pan de ácimo que era consagrado en las misas para la comunión de sus fieles. Adelante, cinco sillas, una grande y decorada donde se sentaba el sacerdote, y dos a cada lado para sus monaguillos, una enorme mesa cubierta de un pulcro mantel blanco y un atril, para quien llevaba los pasos de la misa, terminaban de formar parte del altar para seguir con las bancas donde aquellas personas tomaban nota mental de aquellas palabras.
Y mientras el Sacerdote seguía dando su discurso emblemático al famoso pecado de la carne, lujuria y fornicación. Un par de ojos azul claro no podían despegar su visión de uno de los cuadros del pilar de la iglesia, donde un Jesús era despojado de sus vestiduras para ser flagelado bajo la fuerza de los Romanos. Qué triste, pensaba el joven de diecisiete años arrugando su nariz con unas cuantas pecas, con el fin que una lagrima traviesa no saliera de su ojo. Para él, ver aquella imagen le hacía sentir culpable, puesto que, bajo su doctrina católica, Jesús había muerto para saldar sus pecados, y verlo ahí, solo sin ayuda, le llenaba de una pena muy grande, saber que cada pecado o mal pensamiento que hiciese, tal cual decía el sacerdote y sus pastores de grupo, Jesús era vuelto a la cruz con el dolor de su error. Por esa razón, trataba de siempre ser un niño bueno, seguir las reglas que sus pastores le inculcaban en sus enseñanzas de crecimiento religioso.
Nunca paso por su mente llevar dicha conducta por obligación, el chico lo hacía porque más allá de una religión, él, Yeudiel Bernal, era el tipo de persona que siempre estaba alegre, ayudar a los demás sin ninguna recompensa era parte de su día a día, un chico con el mejor positivismo del mundo y quien jamás, borraba aquella bonita sonrisa de su rostro. En el colegio católico, cursaba su último año de preparatoria, y como era de esperarse, el hijo segundo de los Bernal, era el mejor de la clase. Razón por la cual, algunos muchachos solían tenerle un poco de envidia, mientras que, a otros, les hartaba su actitud tan alegre y positiva, era tan casado ver a alguien sonriendo e ir de aquí para allá con la cortesía de un caballero; y en cuanto a las chicas, era popular por ser de ese modo, tan caballero, educado e inteligente. Pero Yeudiel no se paraba a prestarle atención a sus insinuaciones, eso no iba para alguien que trataba de seguir los mandatos de Dios, él debía encontrar a la indicada, ser novios formales y bajo la autorización de sus padres como de sus hermanos religiosos y así mismo, casarse ante la ley divina para unir su cuerpo y formar una familia para Dios.
—Porque el tiempo ya pasado es suficiente para haber hecho lo que agrada a los gentiles, habiendo andado en sensualidad, lujurias, borracheras, orgías, embriagueces y abominables idolatrías— decía con ímpetu el sacerdote mientras levanta sus manos con la Biblia abierta ante su discurso —Por tanto, consideren los miembros de su cuerpo terrenal como muertos a la fornicación, la impureza, las pasiones, los malos deseos y la avaricia, que es idolatría—
Reprochaba tajantemente el hecho de acostarse con alguien solo porque le dio “ganas” ¿Tanto costaba esperar hasta el matrimonio para hacer, eso? se preguntaba en momentos, cuando de pronto, se encontraba a parejas besándose con tanto deseo las plazas, calles o lugares concurridos de la ciudad. Y justo ahora se decía lo mismo dando por hecho y razón a lo que el sacerdote decía. sin dejar de ver aquella imagen donde Jesús era flagelado. Cerró los ojos por un momento pidiendo perdón por aquellos que hacían crucificarlo de nuevo por sus pecados, le llenaba de vergüenza esa gente. “Señor, perdónalos, perdona a esas personas que no saben lo que sufriste por ellos, y haz que se den cuenta que la unión carnal solo es mejor bajo tu bendición…” pero no pudo terminar su oración abriendo sus ojos de golpe, miró a quien le tomaba de la mano.
—Yuel— susurró su madre, ese era el nombre con el que su familia lo llamaba, y algunos amigos cercanos, era mucho más fácil, y hasta cierto punto bonito —Ponte de pie cariño, vamos a rezar el Padre Nuestro— volvió a susurrar al tiempo que Yeudiel se ponía de pie con el ceño fruncido. ¿En qué momento había dejado el padre de hablar y que tanto había pasado pensando hasta llegar a esa parte de la misa?