Capítulo 27. Ni Juegos, Ni Coincidencias
Lo despertó el adorable, pero también molesto cantar de unos pajarillos por la ventana, podía sentir el calor del sol sobre su rostro. Se sentía mareado y con vagos recuerdos de la noche anterior, en los que recordaba apenas lograr la suficiente conciencia para escuchar la conversación entre Metzonalli y Sato, lo cual le causo un cansancio aún mayor. Se levantó a duras penas, y notó que se había dormido con el traje puesto, quedando este todo arrugado. Suspiro con desgane pues seguro que Aura o Marian le reprendían por semejante descuido.
Aún tenía unas imágenes en los ojos; había soñado con el mismo baúl que tenía fotografías y cartas, podía recordar ahora el rostro de una mujer pero no le sonaba conocido, y es que el lugar estaba tan oscuro que apenas podía distinguir la silueta. Y después había gritos y estallidos por todos lados. Sacudió la cabeza borrando las imágenes y sonidos. Volvía a tener sueño pero la luz del día lo espabilaba un poco.
Se levantó y vio que las cortinas estaban recogidas; dejando a la vista el muy bien cuidado jardín. Ya antes se había fijado lo grande que era el patio delantero, pero en el tiempo que llevaba viviendo en aquella casa no había estado ahí por lo limitado que estaba en cuestión de desplazamiento —salvo para ir al parque en compañía de los adultos.
Salió al balcón y pudo apreciarlo resplandeciente con los rayos de la mañana; justo en el centro, estaba un pequeña fuente con el emblema de Mizu grabado en piedra —la figura de una gota de agua atravesada por dos espadas y sobre unas ramas. La fuente era rodeada por unas vallas, a su derecha seis arboles juntos y a la izquierda había una gran carpa. Y al fondo la piscina vacía que poco a poco se iba llenando por las hojas que caían de los árboles.
Regreso a dentro del cuarto y se fijó que sobre el único sillón en la habitación había un cambio de ropa cuidadosamente colocado; prendas de los colores que lo identificaban y le hacían la vida más fácil. Apenas lo tomó, escuchó que la puerta se abría. Ya se estaban tardando, pensó.
— Báñate y baja a desayunar —le ordenó el General Metzonalli.
Su cuerpo quedó petrificado casi al instante, esperaba que entrara Aura, o quizá Marian, Troy o hasta Xelha. Y mientras su cerebro recordaba como funcionar, tuvo la decencia de desear que el hombre no notara cómo había arruinado el traje que tan recientemente le habían comprado.
— ¿Me escuchaste? —el militar preguntó un poco más fuerte pero igual de tranquilo.
— Ah... s-sí.
— Marian pasara más tarde con Troy, al parecer está organizándose un festival en el parque central, y la sobrina de Aura los invito. Ella y Xelha los alcanzaran después.
— ¿Usted ira? —la pregunta salió tan rápido de su boca, que ni pasó por su lado racional.
— No, tengo asuntos que atender con el Coronel de Beta —tras decir eso salió de la habitación.
— Hm... me lo imagine —de pronto recordó la conversación que habían tenido los Coroneles y pensó en ir a decirle sobre ello—. No, lo más seguro es que el señor Sato le diga las sospechas de los Coroneles, si no es que ya lo sabe.
Suspiro y prefirió hacer como que nada pasaba sabiéndose, y deseando completamente ajeno a la circunstancias que se cernían bajo el hielo de la fachada militar.
Al bajar a desayunar se encontró al General caminando por la sala con varias hojas en las manos ―notándolo apenas― estaba con su usual atuendo militar. El desayuno fue poco más de unos huevos revueltos, una fruta, y un vaso jugo y leche, con algo de pena le agradeció que lo hubiera preparado para él, y como un golpe a su orgullo, el General apenas si le hizo caso.
Indignado tomó su libro y regreso a la habitación, de la cual saco al balcón el pequeño sillón que no parecía tan pesado ―no parecía, pero lo era―. Lo logro con mucho esfuerzo, y ruido, pues hasta el General subió a verificar qué estaba pasando. Y finalmente se pudo poner a leer en esa bonita y fresca terraza.
Tal como dijera Metzonalli, para el medio día llegaron Marian y Troy, este tan animado como de costumbre. Justo cuando ellos llegaron, el General salía rumbo a la Central, sin siquiera despedirse de nadie. Troy resintió la actitud del mayor poniendo una cara de tristeza que hizo a Tet molestarse con el militar, pero grande fue su sorpresa cuando el mismo niño lo disculpo alegando que era por su trabajo. Aun así Tet no profirió ni una palabra.