¿tenías que ser tú?

Presentando batalla

A la mañana siguiente estaba preparada para presentar batalla. No era ninguna pusilánime y no tenía porque aguantar todo aquello.

Me había rebozado en la autocompasión y en la miseria la noche anterior. Ya había pasado el luto, era la hora de preparar un buen ataque, porque como se suele decir, no hay mejor defensa que un buen ataque. Ese era el plan.

Me maquille para disimular las bolsas de los ojos. Me esmere mucho en la apariencia que quería reflejar al exterior.

Pase parte de la noche buscando en internet un abogado, le mandé un correo electrónico y para mi sorpresa me había llamado a primera hora para citarnos por la mañana en su despacho. Me había dado indicaciones muy específicas de cómo actuar, qué hacer cuando se presentarán ciertas situaciones, que al parecer según él iban a pasar. Además me había dicho que teníamos que intentar hacer vida normal en la medida de lo posible, y que Sebas tenía que ir a clase. Al hablar de la marea de buitres que había acampada bajo mi casa, me dijo que no me preocupara que él se encargaba.

Había mandado solicitud de información a varios pero él había sido el primero en contestar, y estaba francamente agradecida porque me había ayudado mucho solo con una llamada.

No entendía cómo se había llegado a tal magnitud con aquella situación. Lo que en principio había sido solo un susto, había terminado siendo un montón de problemas, aunque aún no era consciente de aquella afirmación.

Sebas y yo desayunamos un banquete que decidí era lo mejor para subir el ánimo. Él era un niño bueno, obediente y el sol que iluminaba mis días. Solo nos teníamos el uno al otro y gracias a él, yo conseguía salir adelante cada día. Estaba segura que de no tenerlo a él, mi vida hubiese terminado también aquel día.

Me di una colleja mental, aquellos pensamientos no me llevaban a ningún sitio, al menos ninguno bueno. Hoy comenzábamos de nuevo un camino diferente, ya lo habíamos hecho antes, esta vez también lo conseguiríamos juntos. Además, el señor Ortega me daba la poca seguridad que podía faltarme.

Salimos preparados para enfrentar el mar de cámaras y buitres, porque no se les podía llamar de otra manera, pero como bien me aseguró el señor Ortega, no había nadie en el portal. Un vigilante de seguridad estaba en la puerta y al parecer la policía había puesto un cordón de seguridad de unos metros, donde sí podían verse cámaras. Estaban a una distancia suficiente para no atosigarnos.

Saludamos al vigilante y le dimos las gracias, con una sonrisa él nos devolvió el saludo. No había ningún tipo de juicio en sus ojos, aquel hombre o era muy profesional o no tenía ningún problema con nosotros, y eso era una novedad.

Así con un subidón de esperanza comenzamos nuestra batalla. La vida no era justa y la suerte no era nuestra aliada, pero el destino nos había hecho fuertes. Éramos supervivientes natos, eso solo los que lo vivían podían comprenderlo.

 




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