*2 años atrás*
Brooklyn, New York.
Las palmas me dolían por la fuerza ejercida sobre mis oídos, intentaba no escuchar nada, pero me era imposible. Mamá gritaba más fuerte conforme iba aumentando la intensidad de los golpes, era lo único que se escuchaba dentro de la casa, aparte de las barbaridades que salían de la boca de aquel hombre que me había dado la vida.
Me encontraba en mi habitación, en una esquina, con las piernas recogidas y las manos pegadas a mis oídos como si la vida dependiese de ello, aún llevaba puesto el uniforme de la preparatoria, pues no me dio tiempo a cambiarme ya que mi padre llegó, borracho.
Hui a mi habitación para evitar lo de la última vez, en mi pierna seguía fresca la herida al haberme lanzado la botella de whisky a los pies, tuvieron que cogerme puntos y en la preparatoria tuve que poner la excusa de que me había caído de la bicicleta.
Llegó un momento, en el que ya no escuché más golpes, pero si a mamá suplicando algo inaudible, lo entendí cuando escuché los pasos de ambos acercándose hacia mi habitación.
–¡¿Dónde está la bastarda de mierda esa?! ¿¡Ah!? ¡Selene! –mierda.
En un intento vago por esconderme, decidí meterme bajo la cama pero fue inútil. Cuando tuve medio cuerpo dentro, ya había ingresado a la habitación y entonces haló uno de mis pies sacándome de allí.
–¡Suéltala! ¡No la toques! –los gritos de mamá no hacían más que aumentar el pavor que sentí en esos instantes.
Medio logré apoyarme sobre mis manos y rodillas para intentar levantarme, pero él fue más rápido. Me tomó con fuerza del cabello, levantándome en el proceso, lo que hizo que mi cuero cabelludo ardiera y sin esperarlo, estampó mi cara contra la puerta del armario. Lo hizo con tanta fuerza que mi cuerpo cayó al piso luego de ello, pues siempre fui una chica delgada y bajita, tomé mi rostro al sentir el dolor extenderse por este, pero aparté mis manos al palpar algo húmedo.
Estaba botando sangre por la nariz.
Eso sin contar las lágrimas que había estado derramando desde el principio, ignoré todo lo demás cuando vi sus intenciones de volver a agarrarme y lo hizo, tomó uno de mis brazos y lo haló con fuerza para levantarme, era inútil poner resistencia o forcejear ya que iba a ser peor para mí, la vez que casi me partió el brazo lo comprobaba.
Cuando estuvo a punto de propinarme una fuerte bofetada, mamá se abalanzó sobre él por detrás, así que aproveché la distracción para zafarme de su agarre.
–¡Corre! –gritó ella y sin pensarlo dos veces salí de mi habitación, corrí hacia las escaleras como si mi vida dependiese de ello.
Puede palpar el alivio cuando llegué a esta y tal cosa se esfumó de inmediato cuando dos manos fuertes empujaron mi espalda, haciéndome rodar por la escalera.
Al llegar al final, sentí como si cada uno de los huesos de mi cuerpo se hubiese roto en mil pedacitos, mi cabeza latía por los masivos golpes recibidos en el proceso, pero aun así, mis oídos captaban los pasos de aquel monstruo bajando las escaleras.
Mi instinto de supervivencia era más fuerte, por lo que empecé a arrastrarme rumbo a la cocina ya que era el lugar más cercano.
–Así quería verte, arrastrándote como la puta que eres, igual a tu madre –podía escuchar todo como un eco, pero su voz retumbaba fuerte y clara.
Empecé a arrastrarme un poco más rápido, mi cuerpo dolía con cada movimiento pero quería evitar a toda costa que ese tipo me volviese a tocar, pasé la entrada de la cocina y observé mi entorno con horror, había un montón de vasos quebrados por todo el piso, utensilios y ollas fuera de sus lugares.
Era obvio que estos dos habían tenido una batalla campal mientras yo me encontraba en mi habitación. Me sorprendí cuando tomó uno de mis tobillos, llevándome hacia atrás, pero como si mi mano tuviese vida propia, tomé un trozo de vidrio antes de abandonar el área de la cocina y en cuanto me soltó, giró mi torso para que quedara boca arriba.
Se colocó a horcajadas sobre mí y no dudé en forcejear.
–¡No! ¡Suéltame! –grité. Si antes estaba asustada, en ese momento me encontraba cagada de miedo, él siempre nos golpeó a las dos pero nunca me violó o tocó donde no debía.
Para mi alivio o infortunio, atestó un fuerte puñetazo en mi rostro, que me dejó fuera de juego durante unos segundos, luego otro, otro, otro y otro, otro más hasta que dejé de contarlos. Ya no sentía mi rostro, solo la sangre correr por cada parte de este.
Vamos, tienes que hacer algo.
Suplicó mi conciencia y entonces recordé el objeto que tenía en mano, con mis últimas fuerzas, levanté mi brazo con algo de dificultad y ya que estaba tan concentrado en desfigurar mi rostro, enterré el cristal en su pecho.
–¡¿Pero qué mierda?! –Su grito salió ahogado pues empezó a perder demasiada sangre, cayó hacia un lado, bajándose de mí, pero en ningún momento perdió el contacto visual –, acabaré contigo, pequeña zorra.
Fue lo último que escuché cuando caí en un profundo estado de inconciencia.
***
Un molesto bip me obligó a abrir los ojos, cosa que se me hizo bastante difícil ya que parecía que pesaban toneladas, tardé bastante en acostumbrarme a la luz y también en darme cuenta que estaba en el hospital.
No me sorprendí al sentir un montón de cosas sobre mi rostro, lo más probable es que me hayan tenido que hacer un trasplante de cara, medio me removí pero mi cuerpo se sentía bastante pesado, observé la intravenosa en mi brazo y dos circulitos pegados a mi pecho que la verdad no sabía para que eran.
–Mi niña, despertaste –la voz de mi madre llamó mi atención, apenas me percaté de su presencia.
Llegó hasta mí y entonces noté que tenía una venda en su cabeza, el ojo morado y el labio roto.
–¿Dónde está… él? –pregunté en un hilo de voz y no se esmeró en ocultar su nerviosismo.