En las brumosas noches de Montevideo, donde las calles empedradas susurraban antiguos lamentos y el Río de la Plata murmuraba oscuros secretos, existía un callejón olvidado, conocido solo por unos pocos valientes que se aventuraban a explorar sus misterios. En ese rincón olvidado de la ciudad, se alzaba una mansión en decadencia, testigo silencioso de sombras que se retorcían en la oscuridad.
Era la morada de los Albright, una familia aristocrática que cayó en desgracia y fue consumida por las sombras de su propia tragedia. La leyenda decía que la mansión estaba embrujada, y aquellos que se aventuraban a cruzar su umbral enfrentaban la maldición de los Albright.
Un hombre audaz, de nombre Ricardo, decidió desafiar la superstición y explorar la mansión en una noche de luna llena. Con una linterna temblorosa en mano, abrió la puerta que gemía como un lamento ancestral. El interior estaba sumido en una penumbra inquietante, solo iluminado por la débil luz de su linterna.
Al avanzar por los pasillos polvorientos, Ricardo percibió ecos susurrantes, como voces atrapadas en el tiempo. Los retratos de los Albright colgaban en las paredes, sus ojos parecían seguirlo con una tristeza eterna. De repente, la temperatura descendió, y una sombra se deslizó frente a él, una figura femenina de vestido antiguo que desapareció en la oscuridad.
Ricardo llegó a una habitación donde se revelaba la tragedia de los Albright. La historia de amores prohibidos, traiciones y desesperación quedó impresa en cartas amarillentas. De repente, las velas parpadearon, y un eco lastimero llenó la estancia. Los espectros de los Albright parecían manifestarse, reviviendo su trágico destino.
El reloj en la sala dio la medianoche, y la mansión cobró vida con susurros ininteligibles y sombras danzantes. Ricardo sintió una presencia fría que lo envolvía, como si la mansión misma lo juzgara por atreverse a desenterrar sus secretos.
Aterrorizado, Ricardo intentó huir, pero las puertas se cerraron con estrépito, aprisionándolo en la morada de los Albright. Las sombras se cerraron sobre él, y en la oscuridad, Ricardo escuchó risas macabras y lamentos que parecían resonar desde el abismo.
La mañana siguiente, los lugareños encontraron la mansión en silencio, como si la noche anterior nunca hubiera ocurrido. Pero la leyenda de la mansión Albright perduró, recordando a Montevideo que algunos secretos, una vez desatados, persisten en la eternidad, atrapados entre las sombras de la ciudad embrujada.
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Editado: 28.12.2023