Tesoros y Mentiras

Aquella Figura Oscura 

     La oscuridad es el principio y el fin

La habitación es pequeña y fría,

El tiempo se detiene frente a la ventana,

Las paredes proyectan los reflejos como si fueran espejos,

Estoy cansada,

Asustada,

Triste,

Y tan viva.

 

Aquella tarde, casi a la hora de la cena, la persona en cuestión apareció. Santiago no podía distinguirlo en medio de las sombras, no obstante, estuvo seguro de que era un guardia, pues notó de inmediato que cuando los soldados que hacían ronda pasaban por la calle, le saludaban disimuladamente. Aquel acto puso en alerta a Santiago, si no era Damián, fuese quien fuese, tenía el apoyo de los demás soldados, así que cuando decidiese hacer algo, nadie lo detendría, quizás incluso lo apoyarían. 

No sabía por qué aún no atacaba, pero sin duda tramaba algo y Damián tenía que estar detrás de ello, pero ¿Qué estaba esperando entonces? Solo vigilaba la casa, quizás para evitar que Zuri escapara de allí, quizás esperando que la casa quedara sola para entrar a buscarla, pero no podía más que especular. Lazcano estaba recostada en el armario, sin mirar por la ventana, ya sabía que estaba allí. Cada tarde llegaba a la misma hora y justo como ella mencionó, por su ubicación, Santiago no habría podido verlo jamás. No pasó mucho tiempo antes de que Santiago se percatara de que Zuri empezaba a cabecear. 

Se habría dormido si no hubiese recordado que ya casi era hora de cenar. Sin decir ni una palabra, bajó a la cocina, preparó la cena, le sirvió a Nelson y a su madre, preparó un par de platos más y subió al ático. Le dio a Santiago uno y se sentó a comer también.

—Ya casi es hora de que se vaya —dijo Zuri con desgano.

—¿Nadie lo releva? —interrogó confundido y curioso.

—Quizás, pero no lo sé —dijo tomando un respiro—. Desde aquí no se ve el resto de la calle. Alguien debe relevarlo, porque siempre tratan de entrar cuando mi madre sale.

—¿Siempre? —preguntó preocupado

—Mientras está en casa, nadie se acerca —respondió cabizbaja—, pero cuando sale de paseo con Nelson, me oculto aquí arriba, hasta que dejan de buscar.

—Debemos sacarte de aquí. Acabarán por encontrarte tarde o temprano.

—No puedo irme —dijo conteniendo el aliento—. Todos ellos quieren matarme, salvo tú y tu padre. El capitán Brizuela no puede matar a todos los soldados del pueblo.

—Bastaría con asesinar a Damián —resolvió Santiago con rapidez.

—Él no matará a su hijo —aseguró resignada.

—Entonces déjame ayudarte —le pidió volviéndose a mirarla.

—Habría preferido que no te entrometieras, pero ya estás aquí —reconoció con una mezcla de alegría y resignación—. Y si te hubiesen visto, quizás habrían tratado de matarte.

—No me sorprendería que Damián ande detrás de mi cabeza —comentó sin darle importancia—, pero si mi padre no puede detenerlo, quizás nosotros si podamos.

—Ni siquiera me atrevo a dejar la casa.

—Hoy fuiste a buscarme —señaló con entusiasmo.

—Y aún no estoy segura de cómo.

Santiago se quedó en silencio, no estaba seguro de que se suponía que debía decirle, aunque le habría encantado mencionar que la comida estaba exquisita, pero pensó que se escucharía estúpido.

—¿Quieres dormir? —preguntó cauteloso.

—¿Ah?

—Es que mencionaste que no habías dormido últimamente —respondió con suavidad—. Podemos turnarnos para vigilar, si tú quieres.

—Eso sería maravilloso —reconoció sonriendo aliviada.

—Entonces tomaré el primer turno —dijo con firmeza—. Ve por una manta, hará frío.

—El frío me mantiene despierta.

—Sí, pero se supone que vas a dormir —reprochó con disgusto.

—No tardaré —dijo resignada.

Él seguía mirando la figura oscura oculta en el callejón. Se sobresaltó al sentir la manta caer sobre sus hombros y ver a Zuri entregarle un pedazo de postre, mientras se sentaba a su lado. No pasó mucho antes de que el extraño saliera de su escondrijo y se escabullera, ocultándose detrás de las últimas personas que deambulaban por la calle de camino a sus casas. Nadie tomó su lugar, sin embargo, Santiago no dejó de mirar la calle, el callejón y los alrededores hasta donde le alcanzaba la vista. 

Zuri se durmió recostada al armario, pero cada tanto despertaba sobresaltada, sin hacer ruido, quizás por temor de delatar su posición y miraba en silencio al muchacho antes de volverse a dormir. Casi a medianoche llamaron la atención de Santiago, un par de hombres que deambulaba por la calle, pero no parecían soldados. No estaban ebrios, ni perdidos. Procuraban no hacer ruido mientras examinaban los alrededores y parecían buscar algo. Pasadas un par de horas dejaron el sitio y todo quedó en calma de nuevo. 



#325 en Joven Adulto
#501 en Thriller
#245 en Misterio

En el texto hay: traicion, romance, muerte

Editado: 28.02.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.