LILIAN KANE
—¿Estás segura de lo que dices?—vuelve a insistir Clift todavía escéptico pese a haberle mostrarlo la cinta más de cinco veces.
—Me he pasado toda la noche identificando la cinta, la hora y el momento exacto. Además, he interrogado a tres testigos esta mañana.—digo conteniendo un bostezo. La noche fue larga.—Creo que si fuera un farol me habría dado cuenta a estas alturas.—a mi jefe le ha dado por cuestionar cada una de mis decisiones y me tiene algo harta.
Entiendo su postura, pero él también tiene que entender que pese a mi revuelta situación personal, soy capaz de trabajar.
—Está bien, está bien.—se encoge de hombros levantando las manos dándose por vencido y examina las imágenes más de cerca.—Voy a llevarme las muestras del pañuelo para las últimas inspecciones. Esta estaré de vuelta en un par de horas.—informa guardando sus cosas en el maletín de cuero negro. Asiento contundente y, a medio camino se detiene de golpe como si hubiera olvidado algo,—Ah, y el agente Morrison me ha pedido libre esta tarde. Aprende de él a pedir ayuda y no lo mates por esto.—me advierte señalándome con el dedo y desaparece por la puerta.
Hago una mueca y me muerdo muy fuerte el labio. Yo no soy como Morrison. Yo no necesito que nadie me coja de la mano a cada paso que quiera dar. Soy independiente y la ayuda me la va a proporcionar el trabajo.
Me trago toda la retailla de palabrotas que tengo en la punta de la lengua y me centro de nuevo en lo importante. Morrison no lo es,
Ayer, justo antes de irme a casa, apareció un sobre anónimo con unas cintas e imágenes de un hombre entrando en la casa de Harriet la noche de su muerte.
El sobre era anónimo y no llevaba ningún remitente. Por mucho que lo haya intentado, nadie ha podido identificarlo. La única conclusión clara que he logrado sacar en medio de este caos es que, al no llevar remitente, quiere decir que ha sido enviado desde aquí y que, este caso, es más complicado de lo que nos pensábamos.
—¿Cree que el hombre sabía que lo estaban grabando?—me asusta Morrison apareciendo de la nada. Yo finjo que ya lo he visto venir mientras trato de volver a acompasar el ritmo de mis pulsaciones. Está aprendiendo a ser sigiloso y no me gusta.
Lo ignoro momentáneamente y sigo a lo mío, pero su evidente presencia me irrita. Desde que Detuvimos a Elias Dankworth y escuché lo que este le dijo a Morrison, he querido preguntárselo. Pero tengo que ser cauta porque intuyo que se trata de un tema sensible y no quiero que se sienta atacado y se cierre en banda.
—No, no creo. Aún no es habitual que las casas tengan cámara de seguridad.—suspiro sin muchas ganas de explicarle mis teorías.—Lo más probable sea que hubiera entrado por la puerta principal y salido por una de las ventanas traseras del primer piso.
Sin previo aviso, toma una de las imágenes que estaba analizando y aprieto los dientes recordando las palabras de Clift y esforzándome para no arrancársela de las manos.
En cambio, provecho la oportunidad para observarlo de reojo. Su habitual y poco práctico traje de policía terroríficamente planchado, luce más arrugado que los informes de Clift. Los pantalones negros desgastados, lo que indica que no son los que utiliza normalmente. Los zapatos...¿hoy no se a sabido abrochar los botones?
—No tiene sentido que haya huido por detrás cuando ha podido entrar sin problemas por la puerta.—sigue completamente ajeno a mi peculiar escrutinio.—Algo no va bien.
—Claro que algo no va bien.—contesto sarcástica conteniendo una risotada. A este hombre le gusta que se rían de él.—Alguien lo dejó entrar.—olvidando mi anterior burla, se me queda viendo incrédulo. Joder, ¿de verdad se lo tengo que explicar todo?—No hay asesino que actúe deliberadamente. Lo tienen todo planeado y si ese hombre entró por la puerta principal, significa que quería entrar por la maldita puerta principal.—doy golpecitos en la mesa recalcando la última parte de la frase.
Ante mi intensidad hastío, Morrison traga fuerte y aparta sus ojos de los míos. Debo reconocer que son bonitos, pero inocentes. Eso es una debilidad. Aunque también puedo detectar nervios y secretos en ellos. Demasiado esquivo. Demasiado prudente.
—Sí, sí, claro. Tiene razón.—su respuesta no hace más que confirmar mis sospechas. Nunca ha sido tan sumiso. Ni siquiera se callaba cuando lo conocí.
Es ahora o nunca. Esta es mi oportunidad de sacarle la verdad. Es ahora cuando lo tengo amarrado.
—Hay una duda en mi mente que últimamente me ha estado molestando.—empiezo rascando la barbilla haciendo ver que lo pienso.—Como una mosca en mi oído y necesito aplastarla para calmar mi malestar. ¿Entiende a lo que me refiero?
Dirijo mis ojos a Morrison y lo que veo me deja complacida con mi actuación. El hombre tiene los ojos abiertos como dos grandes naranjas y se lleva la mano detrás la nuca para disimular su temblor.
—¿N-no?—es más una duda que una afirmación y se tiene que aclarar la garganta para hacerse oír.
—Bueno, si es así tendré te ser más clara con usted.—todo rastro de sonrisa (prácticamente inexistente) y buena fe, desaparecen. Doy un gran paso acercándome a él y leste hace lo contrario. Retrocede la misma distancia que yo avanzo, muy disimulado, pero lo suficientemente evidente. Se intenta volver a poner firme. No funciona.—Usted conocía a Elias Dankworth.—al instante que ese nombre es pronunciado en voz alta, se yergue y quiere interrumpirme. Alzo la mano y lo detengo.—No era una pregunta.
Me tomo todo el tiempo del mundo para observarlo detenidamente. Aparentemente, no hay nada que sea muy evidente, sin embargo, los pequeños detalles que lo han caracterizado desde que lo conozco, hoy parecen faltar. Eso solo puede significar dos cosas.
—¿De qué lo conoce? Y ni intente mentirme porque oí parte de vuestra conversación.—le advierto cuando va a hablar y cierra la boca al instante con los ojos abiertos desmesuradamente.