ELIAS DANKWORTH
Desde hace días que cada mañana salgo más temprano e Isabella está empezando a sospechar. No es propio de mí hacer más horas de las estrictamente necesarias, pero tampoco se atreve a preguntar. Si lo hiciera yo también le preguntaría donde sale a altas horas de la madrugada a escondidas de padre, pero viéndole la sonrisa bobalicona que se le dibuja en los labios cuando vuelve, desisto.
A padre le salgo con la excusa de verme con Bethany y eso parece hacerle sumamente feliz. Me duele mentirle tan descaradamente, pero no le puedo confesar que su hijo pequeño ha vuelto y me he estado viendo con él.
—¿Vas a ir así para verte con Bethany?—reprueba mi padre desde la cocina escaneándome de arriba a bajo.—Hijo, si necesitas ropa nueva dímelo y hago que la asistenta de Isabella te la compre. No quiero que mi hijo luzca como un pordiosero cuando salga con mi futura nuera.—niega con la cabeza dándole un largo sobro al café y vuelve la vista al periódico.
No me lo esperaba encontrar tan temprano, es por eso que no he cuidado mi salida. Es cierto que el atuendo que llevo se limita solo al traje que suelo llevar para trabajar, pero no me voy a arreglar para verme con Harold.
—Lo tendré en cuenta, pero ya se hace tarde.—sentencio mirando el reloj del recibidor con ganas de salir corriendo.—Nos vemos en la empresa.—y cuando estoy a unos pasos de huir por la puerta, el teléfono suena y es mi hermana la que baja corriendo y atiende como si el mundo dependiera de ello.
—¡Elias! ¡Es para ti!—oigo su voz rasposa de buena mañana y, con cautela me acerco a ella con el teléfono de cable tendido.—Y si puede ser, dile a este mindundi que llame más tarde. Me duele la cabeza.—va refunfuñando mientras desaparece en la cocina, donde se encuentra mi padre leyendo tranquilamente sin prestar demasiada atención.
Me quedo unos segundos con el teléfono en la mano, observándolo con el ceño fruncido. ¿Quien va a querer hablar conmigo a las ocho de la mañana? Además, tengo prisa.
—¿Diga?—pronuncio aclarándome la voz a la vez que compruebo la hora en mi reloj de muñeca. Llego tarde.
—Elias, soy yo.—me sorprende la voz de mi hermano pequeño y me quedo momentáneamente mudo.
—¿Q-qué haces llamando a casa?—susurro reaccionando con miedo a ser descubiertos.—¡¿Te has vuelto loco o tienes un insisto suicida?!—no paro de vigilar la cocina para asegurarme que nadie nos escucha, pero el riesgo es muy elevado.
—Tranquilo, Elias, lo tengo todo controlado.—me insta a que me relaje, sin embargo eso no hace más que tensarme.—Además, dudo que Isabella recuerde mi voz de camionero.—chasquea la lengua restándole importancia y yo sigo con el susto en el cuerpo. Su voz no se parece a la de un camionero
—No me vengas con esas, Harold.—siseo entre dientes.—Siempre dices eso y luego pasa lo que pasa, ¿o tengo que recordarte lo que pasó con mamá hace cinco años?
Sé que haber discutido con ella el día antes de su muerte le marcó y la culpa no lo dejó tranquilo por una temporada. No me gusta chantajear a las personas de ese modo, pero con Harold se me terminan los recursos.
—¡No te atrevas a mencionar su nombre en presencia de esa esa arpía!—exclama reaccionando del modo que había temido. Supongo que "la arpía" se refiere a Isabella.—Y no vuelvas a llamarme por mi nombre, si descubren que he vuelto todo esto se habrá acabado y estaremos en serios problemas.
Sus palabras han sonado a amenaza indirecta y me recorren fuertes escalofríos por todo el cuerpo. No ha sido su voz o lo que ha dicho, sino el significado oculto que no me quiere decir. Siento que todo esto es mucho más serio de lo que aparenta ser y temo quedar en medio.
—Tengo miedo Har...—le confieso con voz temblorosa.—¿Estás metido en algún problema grave? Si es dinero lo que necesitas sabes que nosotros podemos...
—Si que estoy metido en un problema, pero se llama familia.—responde mordaz sin dejarme terminar la frase.—Lo que yo quiero es justicia, no dinero. Y menos si lo ha tocado esa rata.
—Al igual que no quieres volver a escuchar de mamá, te advierto que no voy a permitir que insultes de ese modo a Isabella.—le advierto cansado de su actitud cínica y cruel hacia su hermana mayor. Quien lo cuidó y lo quiso como a nadie cuando era un bebé.—Es nuestra hermana, joder.
—Desgraciadamente compartimos la misma sangre, pero que te quede algo claro.—oigo ruidos desde la otra linea y me pego el teléfono más al oído, aunque nadie puede escucharnos.—Nunca, jamás, voy a considerarla parte de mi familia. Si es que aún existe.—escupe las palabras con un veneno y odio tan profundo que me veo obligado a apretar fuerte los puños y cerrar los ojos cata calmarme.
¿Que le hizo para que la odiara de ese modo?
—Para qué me has llamado.—suspiro derrotado al sentir que no voy a poder convencerlo y me friego los ojos.—No creo que haya sido para saludar.
Lo oigo suspirar sonoramente antes de contestar y, de fondo, oigo las carcajadas de Isabella desde la cocina. Por favor, que no le dé por salir ahora.
—Sol quería avisarte que esta mañana no vamos a poder vernos, me ha surgido un imprevisto que no puedo aludir.—lo dice así sin más y entrecierro los ojos retorciendo inconsciente el cable del teléfono.
—Qué tipo de imprevisto.—exijo saber.
—¡Un jodido imprevisto, Elias!—chilla sin filtro alguno y pego un salto hacia atrás. Me da miedo que incluso lo haya escuchado mi padre.—¿Por qué siempre te empeñas en saberlo todo?—reclama en forma de reproche y mi pecho se infla.
—Porque, para empezar, si no me metiera, tú y yo no estriamos manteniendo esta conversación.—declaro entre dientes provocando el silencio en la otra línea.
—Como sea. Solo quería decírtelo.—refunfuña soltando un suspiro cansado.—Pronto tendrás noticias mías.—y cuelga sin dejarme añadir nada más.