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Siempre se ha presumido de la gran astucia de la agente Elaine Collins, diciendo que es una mujer demasiado inteligente, pero ese día en especial estaría cometiendo uno de los errores más grandes de su vida al sentirse en confianza con un asesino y psicópata tan peligroso como el que tenía en frente, pues tras un largo tiempo leyendo las hojas escritas por Volker, y él tratando de recordar el significado de cada uno de los símbolos, la situación cambió radicalmente. Las compulsiones de Volker seguían latiendo dentro de él, y no importase cuantas cadenas apresaran su cuerpo, cuantos barrotes lo dividieran del resto del mundo y cuantas fuesen las amenazas de muerte, un asesino nunca dejará el instinto de serlo.
La observó en silencio, estudió cada uno de sus movimientos, le detalló el rostro, sus manos y la mirada de sus ojos. Su perfume se sentía en el aire, y él podía olerlo. Era hermosa, sumamente bella. Debió haber pasado una expresión perversa por su rostro a pesar de sus vanos intentos por ocultarla. Entonces los recuerdos regresaron.
—Elaine —le habló.
Ella lo miró, y entonces reconoció la aviesa mirada que la asechaba desde hace varios minutos.
—¿Te he dicho que te pareces mucho a tu madre?
La mujer trató de mantenerse fría.
—Creo que ya estás cansado. Le pediré a uno de los guardias que te lleven a tu celda.
Pero cuando la agente Collins se puso de pie y caminó a la puerta dispuesta a llamar a cualquier guardia, nadie le respondió. Entonces decidió llamar una segunda y tercera vez.
—No hagas esfuerzos, Elaine. Es la hora en la que bajan a desayunar y cambian de turno.
Las señales de pánico se acentuaron sobre la agente.
—¿Cómo vas con los símbolos de la carta? —trató de desviar la conversación.
Él le sonrió:
—Te veo inquieta. ¿Acaso te sucede algo?
—No. Me duelen los ojos de tanto leer. ¿Sabes que pudiste haber sido un excelente escritor de suspenso?
—Ven acá, Elaine, regresa a tu asiento, que en un par de horas más ya no podré tenerte cerca.
Collins miró la puerta mientras la volví a golpear.
—Tantos años.
—¿Tantos años de qué? —ya estaba furiosa.
—Tantos años viviendo con un agente del FBI y tantos años en la academia de Virginia. ¿De verdad, Collins, de verdad fuiste capaz de sentarte aquí como si nada?
—No te tengo miedo, nunca te lo he tenido.
—¿Podría creerte? Sabes perfectamente que en este momento podría levantarme, arrancar el grillete de la mesa, correr hacia ti, te violaría sobre esta misma mesa y más tarde te partiría el cuello.
Un terror inmenso la estremeció.
Era la primera vez que Elaine lo escuchaba decir algo tan aterrador como aquello, y más aún, el que lo estuviese refiriendo hacia ella. Volker tenía razón, podría matarla antes de que ella o el resto de guardias y su padre pudieran hacer algo para ayudarla.
—¿Solo porque me parezco a mi madre?
—Solo por el simple hecho de que eres una mujer.
—No me jodas, Volker. Sí a mí me hicieras algo, papá te mataría antes de que llegara el día de tu ejecución.
—¿Utilizas a tu padre para asustarme? Deberías seguir leyendo para darte cuenta, que en realidad es tu padre el que todo este tiempo me tuvo miedo.
Los dos se miraron durante algunos minutos. Elaine no se movió ni un solo ápice de la puerta, pues la mujer sabía que si a Volker le estallaba el deseo de matarla, correría hasta ella y lograría su cometido.
—¡Elaine! —la puerta se abrió de golpe. Collins gritó y después miró a la oficial Martha Susan.
—¡Martha, sácame de aquí! —la agente huyó despavorida. Corrió por los pasillos y respiró profundamente. Martha Susan la alcanzó.
—Elaine, cálmate, ¿qué te ha sucedido?
Collins trató de recuperarse.
—Me confié, eso fue lo que pasó.
—Tranquila, tranquila, respira. Todo está bien, ya estás afuera. ¿Te hizo algo malo?
—No, pero no dudo que me lo haría si tú no hubieses llegado.
—Maldición, Elaine, ¿cómo pudiste estar ahí dentro sola?
—Tenía razón, pasar mucho tiempo con una persona puede ser malo.
—Bueno, al menos ya estás afuera y te encuentras bien.
—Gracias, de verdad gracias.
—Elaine —la mirada de Susan cambió—. Temo decirte que tenemos un problema, un enorme problema.
—¿Qué pasó?
—Ya sucedió.
1
Los forenses caminaban alrededor de la escena, del aposento de un campo mortuorio que no emanaba nada más allá de desdicha y horror. Fotografiaban cada una de las evidencias, las marcaban y discernían el punto exacto en el que la pureza de la naturalidad había sido alterada por la mano del hombre. Algunos de los peritos ayudaban a Jocelyn Kepler para subir a una escalera y examinar más de cerca el cadáver. Más adelante la audiencia entenderá la exhibición tan macabra que Volker Kennedy lograba realizar con los cuerpos.
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Editado: 07.05.2024