ANTES
Julio, 1982.
Las luces de las cámaras le destellaron en el rostro. Volker observaba con desprecio a todos los cuerpos que lo rodeaban. Vestido con la toga negra de graduación, el birrete y el diploma a mejor estudiante de su generación, el joven recibía la fotografía que cerraba su carrera universitaria. Todos los presentes aplaudieron, gritaron y los padres de familia que se hallaban presentes subieron a la tarima para felicitar a sus hijos recién graduados.
Volker aprovechó este suceso para escapar. Se coló por la parte trasera, esquivó a los fotógrafos y maestros y corrió escaleras abajo para no ser visto y tener que dar alguna explicación de su rápida huida.
No tardó mucho para que la inusual atención de sus ojos negros recorriera la ceremonia completa, tomando el último recuerdo del lugar en el que pasó la mayor parte de su vida; el lugar donde tuvo una segunda oportunidad de seguir viviendo, y ahora lo dejaba libre.
El muchacho estaba a punto de salir por la puerta trasera, correría a su dormitorio, se cambiaría de ropa e iría en busca de Dante para celebrar a su manera; cuando sin querer, su mirada resentida se detuvo en un llamativo hombre de traje oscuro.
—Felicitaciones Licenciado Kennedy —Rodrigo se acercó a él y ambos se estrecharon la mano.
—Muchas gracias, agente…
—Collins, Rodrigo Collins, a sus órdenes y para lo que necesite.
—Me halaga su presencia y su educado acto de felicitarme, pero lamento no poder quedarme para acompañarlo.
—¿Cómo así? ¿No piensa quedarse a la fiesta de su graduación, licenciado?
—Me temo que no.
—Bueno, dirá que me estoy comportando como todo un entrometido, pero me gustaría saber dicho motivo. Se lo dice alguien con experiencia: una vez que se comienza con los horarios laborales, se olvida completamente de las fiestas.
Volker trató de sonreírle.
—El motivo es que a los estudiantes egresados nos dan un tiempo determinado para vaciar nuestros dormitorios, y como puede ver, no pienso disponer de todo ese tiempo. En cuanto más rápido abandone la residencia universitaria, mejor.
—¡Su dormitorio! —a Rodrigo le brillaron los ojos—. ¡Qué buena noticia me ha dado! ¿Le importaría si yo y mis compañeros le ayudamos a empacar sus cosas? Bien dicen que dos personas son mejor que una. Claro, siempre y cuando usted esté de acuerdo.
Pobre Rodrigo, todos sus esfuerzos por atemorizarlo serían en vano.
—Por supuesto que sí, agente. Supongo que si usted insiste en entrar y ayudarme, es por una causa, causa a la que no tengo por qué negarme.
Dejaron la ceremonia atrás, Volker se deshizo de la estorbosa toga y al llegar al dormitorio, sin sentir culpa de ningún tipo, abrió la puerta dejando a los tres agentes pasar.
—Adelante —les cedió el paso—. Pueden ayudarme con lo que gusten. O mejor, por qué no nos quitamos las máscaras, agente Collins, y revisa de una vez lo que tenga que revisar.
—Pero vamos, Volker, ¿por qué me está hablando así?
—No soy estúpido, agente. Sé perfectamente que lo que usted y sus compañeros quieren, es hallar alguna prueba que condene mi inocencia. Desde el primer día que entró al aula, supe que mi nombre se hallaría en su lista de sospechosos. Lo que se me hace absurdo, es que me catalogue de un posible asesino solo por ser un cirujano entrenado y haber tenido algunas riñas de muy mal gusto con Rory MacGregor.
—Vaya —Rodrigo se apoyó en la puerta—, ahora entiendo el prestigio que le ha otorgado esta universidad.
—Revise lo que quiera, agente, y márchese por favor.
Gaby, Manases y Rodrigo se abrieron paso por el lugar, revisaron cada rincón y espacio disponible; Gabriela cogió algunos de sus libros y revisó los estantes, Manases acudió al armario y tomó algunos baúles que hurgó con especial detenimiento. Por su parte, el agente Collins registró el baño, tiró de las cortinas y contempló la bañera vacía, pero no había nada que le pudiese inquietar. Era imposible que Volker guardara sus herramientas o trofeos dentro de aquel dormitorio universitario, pues mucho tuvo que ver la idea de construir una cabaña en el bosque Forestal que albergara, con basto anonimato, sus más grandes reconocimientos de los crímenes.
—¿Compartes cuarto con alguien, Volker? —Rodrigo regresó a él.
—Así es. Lo comparto con un compañero mío de carrera.
—Es decir que también pronto abandonará el dormitorio.
—De hecho no. Mi compañero es un par de años menor que yo. Él todavía va a quedarse en la universidad.
—¿Sobraría preguntar cómo es su convivencia?
Volker le sonrió.
—Creo que esa respuesta ya la conoce, agente. La rectora se la definió muy bien la primera vez que ustedes estuvieron aquí. No me gusta sociabilizar con mis demás compañeros, y el hecho de que haya compartido cuarto con este individuo, fue porque obtuve una orden directa de ella.
Rodrigo encaró a sus compañeros, quienes, con una sola mirada de decepción, le indicaron que por más que buscaran no hallarían nada.
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Editado: 07.05.2024