ANTES
El día seis de febrero de 1987, llegó a la ciudad de Luisiana un hombre de renombrado apellido, Overton, Augusto Overton, un importante empresario medioambiental que había dedicado la mayor parte de su vida a resguardar la flora y fauna silvestre de distintas regiones del planeta. Este personaje era importante por su gran influencia, sus innumerables condecoraciones entregadas por hombres de gran relevancia como presidentes y grandes ejecutivos, por su talento y poder, dinero en grandes cantidades que poseía.
Augusto había llegado a Luisiana con la única intención de construir un parque natural y recreativo en el que los niños y sus familias tuvieran libre acceso a convivir con venados. Los venados eran los animales favoritos de Augusto, por lo que, decidido completamente a levantar su sueño, contrató a veintinueve trabajadores para que comenzaran a levantar el parque.
Con el tiempo y sus inversiones bien hechas, Augusto consiguió su objetivo; la mañana de un lunes once de febrero del año 1989, tres años después de su llegada, el Parque Overton estaba abriendo sus puertas como la más grande y original idea del estado. Era aplaudido por los críticos, alabado por los gobernadores de cada estado, y antes que pudiera parpadear, el parque se hallaba lleno, atascado de personas que pedían ocupar un lugar entre sus visitantes.
Dallas, Texas.
Era el catorce de septiembre de 1990, cuatro años después de que los asesinatos en Luisiana se detuvieran. Dos jóvenes transitaban por las desoladas y silenciosas calles de Dallas; y entre una charla amena y risas escandalosas, Sara Elizabeth Allen le recordaba a su mejor amiga Elaine Collins todo lo sucedido esa mañana. Sara y Elaine habían salido a pasear como dos simples amigas que buscaban pasar un rato de diversión, cuando, en uno de los puestos festivos de la feria, Sara avistó a un joven muchacho, tan apuesto que los reflectores imaginarios parecían caer solo sobre él.
—Me siento tan feliz, Elaine, ¡es hermoso!
—No me digas —Collins ironizó con una sonrisa de burla.
—Es el chico más lindo que he visto. Y estoy tan segura de eso que puedo asegurarte que es el joven más lindo de todo el planeta.
—Basta, Sara. Hablas de él como si fuese el último hombre en el mundo.
—Podría serlo, o al menos para mi mundo.
—Sara, el sujeto es un cretino. Tú podrás sentirte locamente atraída por él, pero eso no quita el terrible rechazo que le hizo pasar a Danna Pavis este día. La rechazó en público.
—Bueno, de alguna manera tenía que responder a su invitación de una cita. Sí él no deseaba salir con ella, no tendría por qué sentirse obligado.
—¿Y a ti se te hace justo que la desplantara ahí, delante de todo mundo?
—Está bien, estoy de acuerdo que sí se pasó un poco.
Elaine enarcó una ceja.
—Está bien, se comportó como un patán. Pero ¿sabes?, siento que lo nuestro podría ser diferente.
—¿Lo suyo? Sara, ni siquiera nos prestó atención.
—Es cuestión de tiempo, incluso de años. Te aseguro, mejor amiga, que en un futuro Erick Howard y yo estaremos juntos.
—Claro, en alguna fotografía.
—¡Sí! ¡Una fotografía colgando de nuestra sala; nosotros dos y nuestros seis hijos!
—¿¡Seis hijos!? No hay duda, has perdido por completo la cabeza.
Las dos comenzaron a reír. Aquellas sonrisas solían ser tan sinceras, tan llenas de alegría y amistad, que incluso nadie imaginaría que años después Sara Elizabeth Allen terminaría siendo cruelmente asesinada por el joven muchacho que hoy en día era el núcleo principal de su enamoramiento.
Las dos amigas terminaron despidiéndose permitiéndole a Elaine seguir su camino hasta una pequeña casa que su padre había conseguido después de la mudanza. Sara y Elaine comenzaron su amistad a las pocas semanas de que los Collins se instalaran cerca del vecindario, y desde entonces las dos parecían ser hermanas.
El viento le sopló su largo cabello castaño, con la mirada en el suelo, pero la sonrisa de genuina felicidad al saber que ya no existirían palabras que pudieran herirla, Elaine caminaba tan despreocupada, cuando de pronto, su cuerpo se estrelló con un cuerpo más grande que el de ella.
—Disculpe —la joven trató de emendar su error—. Estaba distraída.
—No te preocupes —el hombre le sonrió.
Era Volker.
—De verdad lamento mucho no haberlo visto.
Volker entrecerró sus ojos, pues aunque sabía perfectamente que era ella, no perdería la oportunidad de preguntarlo.
—¿Acaso no eres Elaine Collins?
—¿Quién es usted?
—Descuida, conozco a tu padre y es por eso que pude reconocerte. El habla mucho de ti.
Fue entonces que Elaine le regresó la sonrisa, e inclusive le estrechó la mano.
—Vaya, nunca imaginé que estuvieras tan grande. Tu padre habla de ti como si aún fueses una niña.
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Editado: 07.05.2024