En algún punto de la profundidad del bosque nevado, una pequeña joven suspiraba deseando poder atravesar las puertas del templo. Sentir la nieve bajo sus pies, sentir el aire frío sobre sus mejillas.
Una vida completamente aislada del exterior y de los demás, solo le dejaba su imaginación y las centenas de horas para soñar en que podría atravesar la puerta.
En el templo se encontraba una biblioteca a la cual ya había repasado centenares de veces. Conocía de memoria cada libro. Una vez leyó un libro sobre aves, nunca había visto una, pero soñaba en que ella fuese un ave, ser capaz de volar y ser libre. Pero no, ella solo era la deidad de un templo. Aunque ella sentía más ser una prisionera; todo lo que conocía era lo que había dentro de esas paredes. Llevaba 14 años en ese lugar y nunca había tenido una conversación casual que durara más de 5 min. Los sirvientes del templo no tenían permitido verla directo a los ojos, ni molestarla. Solo el Sumo Sacerdote es el que podía estar cerca de ella y es quien le había enseñado a leer, a comportarse como una deidad, lo que era correcto, como atender las plegarias de los simples mortales. Nunca había sido cariñoso con ella. Svetlana desconocía lo que era ser amada por alguien, el reír o lo que era una amistad.
Para ella sus días era monotonos;y no comprendía la actitud de los sirvientes hacia ella, ya que la evitaban lo mayor posible. Solo si era sumamente necesario le dirigían la palabra; en una ocasión un sirviente accidentalmente pisó su larga cabellera oscura y le pidió clemencia por su vida. Después de eso ya no lo volvió a ver. A pesar de esto su sentido de la responsabilidad era más grande y trataba de cumplir las expectativas del sumo sacerdote.
Svetlana anhelaba tanto el salir de la puerta de su jaula dorada.
Editado: 01.07.2020