La serenidad de la madrugada era eterna; el silencio absoluto hacía del mínimo movimiento un choque de sensaciones que aullaban a todos los insectos, algunos miraban a las personas dormir. Ellos no lo sabían, vivían ahora de sueños fantásticos o de ilusiones generadas por el inconsciente en donde el humano logra algo que busca a principios desde su cuestionamiento. Agustín era uno de ellos; dormía de lado y apegado a la pared culpa del calor intolerable. El sueño que vivía trataba una idea tan cerca a la realidad: Sus últimos días en la escuela; pero no eran esto lo que tenía importancia, era más objetivo, adentrándose a la escuela hasta dar a parar con el salón indicado, y en la mesa indicada. El chico estaba en él sueño sentado junto a Javiera, una que otra compañera. Una parte de su racionalidad paralela ante su verdadero yo —el que dormía—, le decía lo raro que era estar sentado junto a ella; toda su enseñanza media estuvo junto a Mateo, cada día del año. Y los días en que su amigo se ausentaba, en su lugar se colaba Roberto, un chico el cual hablaba bastante con Agustín los momentos en que no estaba junto a Mateo. Era simpático, pero Mateo era músico, y Roberto no. En su sueño, el miró a Javiera, estaba concentrada en el pizarrón. Dejó de lado la figura de la chica, se volvió hacia la pizarra. Algebra.
—No jodas, ¿tanto te gusta algebra? —preguntó en su sueño. Dejó el lápiz sobre la hoja de cuaderno y lo miró. Esa sonrisa. La recordaba mejor en sueños.
—¡Cielos! Lo sabes perfectamente Agus —replicó ella con brutalidad, luego del sueño, su apodo le quedó dando vueltas en la cabeza, también un ejercicio matemático.
—Lo sé. Solo que debe gustarte algo más. Solo digo —espiró una simple sonrisa y doblo el cuello. Las miradas se unieron. Miradas acusadoras.
—A qué quieres llegar con esto, Agus —dio una cachetada a su cabello y este quedó en el lado derecho.
—Sólo era una pregunta —el cambio de mirada de ella que era coqueta se convirtió en una frustrada. su estómago se le contraía, pese a ser solo un sueño (pero él no lo sabía hasta que despertara y se topara con la pared de ladrillos en vez de la mirada de Javiera). Pero sabía improvisar, era un talento que adquirió gracias a sus fallidos momentos arriba del escenario—…Pero me encantaría salir un día contigo.
—Tuviste cuatro años y esperaste hasta ahora —no obstante, su sonrisa volvió a brillar.
—Es solo salir un fin de semana. Como amigos —Joder, ni yo me la creería; se dijo después de despertar. En su tercer año de media sentía cosas extrañas hacia ella. Y la sensación era mucho más atrapante cuando este la veía sonreír.
—Me gusta la idea Agus —notó que se le formaba una sonrisa en su rostro—. Está bien.
—¡Genial! —y así fue como terminó su encantador sueño. El muchacho al despertar se rascó la pierna y parpadeó tres veces seguidas.
El cuarto estaba oscuro, se filtraban unos pocos rayos de luz por la ventana que estaba abierta, dejaba a su merced todo el frío que quisiera pasar. Se levantó y fue descalzo hasta la venta, la cerró. Le tomó tiempo en que el recuerdo de su sueño le golpeara en la cara. Todo apuntaba a dos posibles. Primero) ¿Significaba que inconscientemente extrañaba a Javiera? Segundo) ¿O que solo fue casualidad? Por ahora solo eran sólo teorías. Estaba devastado por el cansancio, volvió a recostarse en su cama. Miraba hacia el techo sin poder diferenciarlo de la oscuridad, y cayó en un pesado sueño, aun pensando en ello.
La mañana se apreció soleada y despejada. Las nubes aun aguardaban en Viña del Mar, pensó Agustín.
Desayunaba en el comedor. Su mirada se perdía en el tazón con leche y cereales. Sentía que los segundos pasaban y él seguía de igual manera que horas atrás, embobado. Pero por qué; ¿Por la sonrisa de Javiera que aún le martilleaba las sienes?; ¿O por la magia que vivió en el sueño?; Ambas apuntaban a una misma cosa: Javiera. Todo era culpa del recuerdo de Javiera. Su mente se reía de él, le creaba falsos momentos, le hacía unir piezas no encajables de un rompecabezas. Claro que a tan temprana hora del día ya estaba cabreado, tomó del tazón con su mano derecha y tragó la leche que quedaba en él.
Subió hasta su cuarto y sacó el bajo, estaba guardado en el armario y dentro de su funda de cuero. Lo llevo hasta su cuarto de estar, conectó el instrumento con el amplificador que se encontraba junto a la radio. Sólo improvisó, aun no tenía capacidad mental. Pero si podía de algo, con entusiasmo disfrutaba el goce sonido que salía de su preciado IBAÑEZ, en cuantos meses cumpliría dos años desde que se lo regalaron en su cumpleaños. Al rasgar la tercera cuerda, un tirón en su dedo seguido de una leve maldición al aire lo sacó de lleno de su mundo. Se sentó y desesperado quitó la correa del bajo, dejó todo en el costado del sillón. A fortuna, el dolor se fue desvaneciendo al pasar los segundos. Solo un tirón, se dijo con una dolorida sonrisa.