2. Gentle breeze
Sentada en el sofá de casa y feliz de poder contar con mi ración diaria de misterioso melodrama adolescente, empiezo el tercer capítulo de la nueva temporada de Stranger Things. La intriga que me genera no saber qué ocurrirá con los protagonistas me impide convertirme en una jovencita responsable, apagar la tele e ir a terminar los ejercicios que debo entregar mañana, pero es que está demasiado interesante y, seamos claros, la literatura nunca ha sido lo mío. Dejo el mando en el brazo del sofá y me acomodo en el rincón opuesto, aprovechando que mi madre se ha llevado a los dos demonios a un cumpleaños y estoy sola en casa. Sola. No me lo puedo creer. Al fin un ratito de tranquilidad después de varias semanas de caos, de cajas, de vasos rotos, de gritos y de una preocupante cantidad de cabello acumulada en el cepillo. A este paso el estrés me va a dejar calva, así que no pienso ponerme histérica por no estar terminando unos ejercicios que ni me van ni me vienen. Tengo un rato para mí y pienso aprovecharlo al máximo.
Suspiro feliz mientras desenvuelvo un Twix, la nueva edición que han sacado, la de caramelo salado, y lo degusto, orgullosa del pequeño oasis que me he montado. Estoy en la gloria.
Sin embargo, poco después, escucho la puerta de un coche cerrándose de golpe. Al principio no le doy importancia, hasta unos segundos más tarde, cuando escucho la llave introduciéndose en la puerta principal y las voces atenuadas, aunque inconfundibles, de mi familia. Resoplo con hastío y pongo en pausa el capítulo, ya que no quiero perderme nada. Los primeros en entrar son mis hermanos y por extraño que parezca, no están montando su alboroto habitual. Me incorporo en el sofá y observo la escena, curiosa, tratando de pasar desapercibida, ya que no quiero que me salpique. Porque está claro que solo puede haber una razón por la que esos dos monstruitos están tan callados: deben de haberla liado muy parda.
—Ya sabéis lo que hemos hablado en el coche, a vuestra habitación —escucho decir a mi madre, visiblemente agotada.
—Pero mamá, no ha sido culpa nuestra... —empieza Alec.
—Nunca es culpa vuestra —replica ella secamente—, pero siempre tengo que terminar pidiendo perdón a la madre de María, a la de Jaime, al padre de Lucas o a vuestra tutora. Ya basta, no quiero más tonterías. Subid a vuestro cuarto.
Observo cómo los gemelos fruncen el ceño y suben a su habitación, pisando fuertemente cada escalón, para mostrar su descontento. Me siento mal por mi madre y termino llamando su atención para qué me cuente qué ha ocurrido. Al parecer, el cumpleaños se celebraba en un Laser Tag y los niños se han dividido en dos equipos para jugar unos contra otros. Los gemelos han terminado separados y en un momento dado han empezado a pelearse porque uno decía que había "matado" al otro y que debería retirarse. La pelea ha llegado a mayores, con tan mala suerte que el amiguito cumpleañero ha intentado detenerles y se ha llevado un golpe en la boca con la pistola de Laser Tag, rompiéndose una paleta. Cuando los padres lo han visto, han llamado corriendo a mamá e imagino que no debían de estar muy contentos.
—Hazme un hueco, anda —me pide, dándome un golpecito suave en las piernas, que tenía estiradas sobre el sofá, para poder sentarse a mi lado. En cuanto se sienta, apoya la cabeza sobre mi hombro—. Cassie, ya no sé qué hacer con ellos.
—Mamá, haces lo que puedes, pero si son unos engendros demoníacos... It is what it is —mi madre suelta una leve risa cubierta de tristeza.
—Cariño, los niños no son malos, ningún niño lo es. Somos los padres los encargados de hacer que vayan por el buen camino y de ayudarles a gestionar sus propias emociones... pero estoy fallando y no sé cómo arreglarlo.
Me duele ver cómo mi madre se fustiga de esta manera por algo que no depende de ella. Sí, vale, es verdad lo que dice, pero sé que ella hace lo que puede. Es una buena madre. Sin embargo, no tengo ni idea de cómo consolarla, más allá de darle un abrazo. No se me dan bien estas cosas.
—Perdóname, Cassie. No debería estar soltando este peso sobre ti —resuelve, levantándose de su asiento.
—Mamá, no es ningún peso, a mí me parece bien que me lo cuentes... Ya soy lo suficientemente mayor como para ayudarte.
Pero mi madre niega con la cabeza. Es fuerte como nadie a quien haya conocido, pero terca como una mula.
—No, tú estás en edad de quedar con amigos y aprobar exámenes. No te preocupes, esto quedará solo en una anécdota —suspira y me sonríe, cambiando de tema—. ¿Has terminado ya tus deberes de Castellano?
—Todavía no —reconozco—. Quería ver el nuevo capítulo de Stranger Things...
—Cassie, vete ahora mismo a terminarlos, no quiero que vuelvas a quedarte hasta las tantas porque te da pereza ahora.
—Pero...
—No. Cuando termines los deberes puedes terminar el capítulo, me aseguraré de que nadie te moleste.
Hago una mueca de fastidio, pero le hago caso, de modo que recojo la basura que había dejado sobre la mesa mientras merendaba y me dispongo a subir a la habitación, pero cuando estoy a medio camino en las escaleras, me dirijo a ella de nuevo.
—¿Mamá?
—¿Sí?
—Eres la mejor madre que se puede tener, no lo olvides, 'kay? —me voy antes de que pueda responderme, porque no me gustan las expresiones de afecto, me hacen sentir rara. Pero siento que tenía que decírselo y eso me hace sonreír para mí misma.
Entro en mi habitación y me dejo caer sobre mi escritorio, en mi nueva silla de gamer morada. No es que me gusten mucho los videojuegos, de vez en cuando sale alguno que me llama la atención, sin más, pero es que la silla era una pasada y tan cómoda que no pude evitar suplicar a mi madre que me la comprara.
Mientras intento centrarme en el aburrido texto que tengo que leer antes de empezar con los ejercicios de Literatura Castellana, me da por mirar por la ventana y fantasear con mi vida adulta. En tres semanas cumplo los 17, estoy cada vez más cerca de ello, pero ¿me veo preparada? Sigo sintiéndome una niña en muchos sentidos y no creo que mi mentalidad vaya a cambiar en dos años. Sí, me apetece muchísimo ir a la Universidad y conocer a gente interesante; dejar atrás a los estúpidos grupitos de instituto, con sus malas miradas y sus comentarios pérfidos. Lo estoy deseando de verdad, pero me preocupa no encajar tampoco en la Universidad. Sin embargo, tengo que reconocer que el cambio de instituto me ha venido bien. El nuevo colegio no tiene nada que ver con el que teníamos en Tarragona. Me sentía tan sola allí... Al menos he conseguido hacer algunos amigos, tal vez se deba a que ya no tengo un acento tan fuerte y no parezco tan rara. No lo sé. O a que todo me da más igual, también es probable.