3. Torpe boba
Mayo
—Hey, ¡buen partido! —nos felicita Arantxa al salir del polideportivo, justo antes de que Marc se acerque corriendo hacia ella y le dé un gran abrazo.
—Puaj, aparta, estás todo sudado —se queja ella, pero Marc se ríe y aprieta más fuerte para evitar que se zafe de su agarre—. No te has duchado, guarro.
Me parto de risa presenciando la escena. Esos dos llevan meses en una dinámica de ahora sí, ahora no, ahora me enfado contigo porque te has liado con otro, ahora no te hablo porque me has ignorado por liarme con otro... en fin. A este paso para cuando se decidan a estar juntos estarán cobrando ya la jubilación.
Poco a poco nos vemos rodeados por un pequeño grupo, que nos felicita por nuestra nueva victoria. Este va a ser el último partido de la temporada y hemos conseguido derrotar al equipo rival con una diferencia de 15 puntos. Nada mal, considerando que somos todos relativamente bajitos para jugar a baloncesto. Al menos ninguno de nosotros llega al metro noventa, mientras que en el equipo contrario había un par de gigantes. Pero bueno, con mi metro ochenta y dos ya estoy más que satisfecho.
—¿Qué vais a hacer ahora? —pregunta David, uno de mis mejores amigos desde pequeños.
—Creo que éste debería darse un chapuzón, antes de nada —apunto, divertido, señalando a Marc.
—Oye, que esto no es sudor, es 'eau de choteau' —replica el aludido en un ridículo acento francés, a lo que no podemos sino reírnos al unísono—. Pero sí, creo que pasaré por casa a darme una ducha rápida. Si hacéis algo, esperadme, que me acerco luego.
Asiento con la cabeza mientras le veo alejarse a paso rápido. No entiendo por qué no se ha duchado con los demás, pero allá él. El resto acordamos ir al Boba Tea nuevo que han abierto en el centro. Para ser una pijada, debo reconocer que está muy bueno y que es divertido ir encontrándote las bolitas de sirope en la boca por sorpresa.
—¿Qué tal lleváis la Sele? —se atreve a preguntar Leire, sabiendo que es prácticamente un tema tabú entre nosotros cuando estamos en nuestro tiempo libre. Pero la entiendo. Al fin y al cabo, los exámenes son ya la semana que viene y estamos todos de los nervios.
—Yo creo que la llevo más o menos bien, o al menos todo lo bien que puedo llevarla —responde Urrutia, el único al que llamamos por el apellido porque... bueno, creo que ninguno de nosotros recuerda muy bien por qué, simplemente es así.
—Yo no creo que vaya a aprobar, la verdad, pero ya he decidido dejar que pase lo que tenga que pasar —se resigna Paulina—. No, en serio, no pongáis esas caras, lo tengo asumido y de hecho no me importaría pasar un año sabático. Puede que me sirva para decidir realmente lo que quiero hacer, porque sigo muy perdida.
—Por mi parte, yo no quiero pensar mucho en ello porque si no, me pondré histérica.
—Pero Arantxa tú siempre estás igual y después sacas buenas notas... ¡das asco! —la reprende Urrutia, abucheándola después. Actividad a la que los demás nos unimos entre risas.
—Vale, vale, ya lo veréis, ya...
Pongo los ojos en blanco. Ya no me creo nada. La creía al principio, cuando de verdad terminábamos un examen y parecía que se le acababa el mundo... hasta que sacaba un notable o un excelente y nos decía que no tenía ni idea de cómo había podido pasar.
—Pues yo creo que lo llevo más o menos bien, pero me parece que los nervios empiezan a poder conmigo —confieso.
—Pero si tú eres el que menos tiene que preocuparse... ni siquiera quieres ir a la Universidad —señala Paulina.
—Lo sé, pero tampoco podré apuntarme al Grado de Composición si no saco al menos un 8 de media. Mis padres fueron muy tajantes.
Siento cómo mis amigos me miran con una mezcla de lástima e incomprensión.
—De verdad que no sé qué mosca les ha picado a tus padres —interviene Urrutia—. ¿Por qué no pueden dejarte hacer las pruebas de acceso de la Escuela de Música y ya? No tiene sentido que tengas que pasar por este estrés si no te va a servir de nada —Me encojo de hombros, mientras le escucho.
—Como si no hubiera tenido ya esa discusión con ellos... Estuve días suplicándoles que no me obligaran. Prometiéndoles que me esforzaría al máximo en la prueba de acceso y que haría todas las tareas de la casa. Que incluso me quedaría los sábados en casa cuidando a Emma si ellos querían salir.
—Y nada, ¿no? —pregunta, empática, Paulina.
—Nada. Siguen en sus trece. Que les preocupa que no me vayan bien las pruebas de acceso a la Escuela de Música, porque si es así, me quedo con el culo colgando.
—Pues como cualquiera que no apruebe la Sele —señala David.
—Sí, pero para ellos eso es simplemente inconcebible —imito la voz de mi padre—. Dicen que prefieren que tenga todas las opciones disponibles posibles.
—Hombre, razón tampoco les falta...
—Ya, Leire, pero pongamos que de verdad suspendo el examen de acceso y apruebo la Selectividad. ¿Qué hago? ¿Me paso un año haciendo una carrera que no me interesa lo más mínimo en lugar de aprovechar el tiempo trabajando en mi música? No lo veo.
—Pero tus padres solo están preocupados por tu futuro.
—Sí, y lo comprendo. Pero es mi futuro, no el suyo.
—Pero ellos pagan —insiste, en sus trece.
—Prefiero mil veces ponerme a trabajar y costeármelo yo —replico. Entiendo su punto de vista, pero a cabezón a mí no me gana nadie, y más cuando estoy convencido de que tengo razón—. De todos modos, ahora mismo ya sabéis que es inviable y no quiero tener que esperar cinco años hasta que mi hermana crezca para poder hacerlo.
Nadie abre la boca, por lo que intuyo que mi último argumento les ha convencido y decidimos dar el tema por zanjado. Para entonces hemos llegado ya a Bobanizer, la tienda boba donde hemos quedado con Marc. Compruebo en mi móvil si tenemos algún mensaje suyo, pero parece que todavía no se ha sacado toda la mugre, de modo que nos sentamos a esperar en los banquitos que hay al lado de la tienda, mientras seguimos hablando acerca de nuestros planes para el verano y de los festivales a los que queremos asistir.