5. Ola de calor
Julio
—A ver, a ver, a ver... Vuelve a contármelo, porque todavía no me estoy enterando.
Suspiro. Desde que Marc me descubrió hace unas semanas hablando con Cassie y su amiga, no ha dejado de darme la lata con que quiere que le explique por qué me pongo tan nervioso con ella. Pero es que ni yo mismo lo entiendo. Supongo que tiene que ver con el hecho de que me gusta caer bien y al ver que con esa chica no lo consigo, me frustro. Golpeo la pelota de playa que me acaba de lanzar Marc, antes de contestar, y sumerjo la cabeza en el agua, para despejarme. Con semejante ola de calor, solo apetece estar en remojo todo el día.
—Hace unos meses se mudó esta chica delante de mi casa, ¿no? —empiezo, por enésima vez—. Y por algún motivo, empezamos con muy mal pie. Bueno, por algún motivo no: porque es brusca, borde y no para de soltar tacos. Lo peor es que te insulta en inglés, así que sabes que te ha insultado, pero no puedes replicar porque no sabes exactamente qué te ha dicho.
—Pues aprende inglés... —replica, devolviéndome la pelota.
—Ese no es el caso —se la mando de vuelta, haciendo que se tambalee—, sino que como sé que cada vez que hablamos termino recibiendo... ahora me cuesta horrores ser simplemente yo mismo.
—Pero tío, ¿no será que te gusta? Estaba buena —me la devuelve, con fuerza, haciéndome perder pie y caer de espaldas al agua—. ¡Ja! Punto para mí.
Me incorporo, tosiendo, debido al agua que he tragado sin querer y miro mosqueado a mi amigo, que me devuelve un gesto de disculpa.
—Te digo que no es eso.
—Pero Edu, que te vi. Ya te dije que me atendieron rapidísimo en la tienda, salí y ahí estabas, acechando en la esquina... Me hizo tanta gracia que quise acercarme a darte un susto por la espalda y entonces fue cuando empezaste a andar, pero me dejaste con tal curiosidad, que necesitaba saber qué ocurría, así que os espié desde la misma esquina —vuelve a explicarme—. Y de verdad, te digo que te estabas comportando como si esa chica te intimidara mucho.
—Y yo te repito que no tiene nada que ver —le lanzo la pelota de nuevo, con tanta fuerza que sale volando lejos de nosotros, ayudada por un golpe de viento—. Ups, perdón. Pero tío, tú me conoces. ¿Cuándo me he dejado apabullar por una chavala?
Veo que intenta hacer memoria, mientras va en busca del balón, pero termina dándome la razón.
—Vale pues entonces no lo entiendo. Que le sacas cabeza y media, no puede darte tanto miedo.
—Es que no es un miedo físico... es más una inseguridad. De algún modo es como si no pudiera consentir caerle mal, ¿sabes? Creo que en el fondo es buena tía y me gustaría que me diera una oportunidad. Como amigos. Solo como amigos.
—Ya... —sacude la cabeza, sin dejarse convencer—. No sé, tío, lo sigo viendo raro, pero tú sabrás. Bueno, ¿nos vamos ya?
Hemos quedado con la pandilla en el chino que hay cerca de casa de Urrutia, para organizar nuestra ruta de festivales, así que nos encaminamos hacia allí. Me quedo pensando en nuestra conversación y tengo que admitir que parte de razón sí tiene. No en que me guste Cassie, eso no, pero creo que sí que me intimida. ¿Será la seguridad en sí misma que desprende? No es que yo tenga problemas de autoestima, estoy bastante contento con cómo soy. Me da un poco de miedo no hacer lo suficiente como para que mi familia esté orgullosa o como para labrarme el futuro que quiero tener, pero no es porque no esté a gusto conmigo mismo, sino porque soy perfeccionista y porque valoro las opiniones de la gente que me importa. Sin embargo, con Cassie es como si necesitara de su aprobación. Sí, ahí está. Eso es. De algún modo me molesta sentir que no me aprueba como amigo, porque tal vez eso significa que algo no estoy haciendo bien. Y por eso me siento tan torpe a su alrededor. Sí, vale, es cierto que a veces soy un poco bocazas... pero no hasta este punto. Y esto sí que no es la primera vez que me ocurre, ya me pasaba en el colegio, cuando discutía con mis amigos y siempre era yo el que iba detrás a pedir disculpas, sin ponerme por delante ni una sola vez. Recuerdo un día, en tercero de primaria, cuando me peleé con Marc y con otro niño con el que ya no tengo contacto y me pasé todo el tiempo de patio llorando porque no querían aceptar mis chuches de disculpa. Mi tutor me encontró y me dijo algo en la línea de que los amigos de verdad tienen días buenos y días malos, pero que no por una tonta discusión van a dejar de quererme y que lo mejor que podía hacer, si realmente les había hecho enojar y ya me había disculpado, era esperar a que se les pasara el enfado y volvieran por su cuenta. Y así fue. Al día siguiente me pidieron perdón por no haber querido las chuches y me abrazaron.
Por lo menos, desde el día en que nos encontramos en el cine, no hemos vuelto a tener ningún encontronazo brusco. Simplemente, si nos hemos cruzado por la calle nos hemos saludado y poco más, pero lo considero un avance, dadas las circunstancias. Pero sigo sintiéndome extremadamente torpe a su alrededor. No tengo remedio.
Cuando llegamos al chino, ya están todos dentro esperando. Siempre llegamos los últimos, no sé cómo lo hacemos. Nos disculpamos y empezamos a mirar la carta para hacer nuestro pedido, y mientras esperamos la comida, hablamos sobre nuestra ruta de festivales, de los cuales el primero es justo la semana que viene. En total tenemos por delante siete a lo largo de todo el verano, además de las verbenas y conciertos pequeños que hay en los pueblos. Nada mal. Y como finalmente he sacado un 8,34 en Selectividad, mis padres no pueden ponerme absolutamente ningún "pero".
Al final de la deliciosa comida, nos despedimos, quedando ya para el sábado a primera hora de la tarde, directamente, para ir hasta Hondarribia, y Marc me dice que no tiene nada que hacer y se viene un rato conmigo. No me parece mal, puesto que así puede contarme la última "trastada" que le ha hecho Arantxa, quien en la comida nos ha contado que conoció a un escritor en el metro y ahora está convencida de que va a vivir una historia de amor de película con él. Dejo que Marc se desahogue y me cuente toda la sarta de maldades que le haría al "tiparraco ese", si pudiera. Una vez más, le ruego que le diga lo que siente de una vez, pero él se niega y me dice que ese tira y afloja es lo que mantiene la llama viva y que el día que realmente se rindan el uno ante el otro, destrozarán la cama.