The F word

7. Boca fina

7. Boca fina

Octubre

—Yo creo que esa mujer es agente inmobiliaria, muy formal y correcta, pero se ha levantado tarde porque anoche se emborrachó en un bar y no va a llegar a tiempo al trabajo, por eso camina tan rápido con ese smoothie en la mano —teoriza David.

—Pero si son las tres —objeta Bea, a su lado.

—Pues por eso lo digo —le regala una sonrisa ladeada—. Se habrá pasado la mañana durmiendo y resacosa.

Ha pasado un mes y pico desde la vuelta a la rutina, aunque esta vez se trate de una rutina universitaria, y ya estamos asediados a trabajos y prácticas, así que estamos aprovechando al máximo el poco tiempo libre que tenemos para pasar un rato todos juntos. ¿Y qué mejor manera de hacerlo que sentarnos en los bancos del parque a observar a la gente que pasa e inventarnos escenarios sobre las vidas de esas personas?

—No estoy de acuerdo —interviene Marc—. Yo creo que es la asistente personal de algún tipo de CEO exigente y potentorro y que ese smoothie es para él. Cuando llegue, tendrán una bronca porque lo que le ha traído no está lo suficientemente frío ni es lo suficientemente verde, ella le rebatirá, él amenazará con despedirla y terminarán empotrándose el uno al otro contra el escritorio.

Soltamos una carcajada general. Definitivamente, Marc se lleva el punto en esta ocasión. Cuando conseguimos calmarnos, lo cual nos lleva un rato porque el chaval sabe conquistar a su público, volvemos a escanear los alrededores para localizar a nuestra próxima víctima.

—¡Lo tengo! Esa pareja de allí, la de abuelitos —señalo, divertido, a una pareja de ancianos que acaban de sentarse en un banco y hablan animadamente—. Son una pareja que lleva junta toda la vida y se han sentado en ese banco porque es justo donde se conocieron, hace exactamente 53 años. La marca que dejaron esa noche, con la navaja que él se hizo en la mili, todavía se puede ver en un lateral del banco.

Varios de mis amigos sueltan un 'oh', como queriendo decir 'qué bonito', mientras que el resto ponen los ojos en blanco. Sí, he sido muy cursi, lo sé. Pero sé que tengo el punto ganado.

OMG, you're so fucking cheesy —se mete conmigo Cassie—. Pues yo pienso que en realidad no se conocían antes. Ella tenía ganas de un revolcón, porque a esas edades tienen también las hormonas muy revolucionadas, aunque no lo parezca, y se bajó Tinder. Allí encontró al caballero del sombrero y le gustó, así que se han citado y están haciendo tiempo antes de ir a casa y arrancarse la ropa a mordiscos con sus dentaduras postizas.

Volvemos a estallar en carcajadas, pero las cortamos rápidamente, al darnos cuenta de que los abuelos nos están mirando con mala cara. ¿Sabrán que estamos hablando de ellos?

—¿Por qué siempre lo reducís todo al sexo? —pregunta Arantxa, medio molesta.

—Porque el sexo vende, nena. Y porque somos adolescentes. Quien diga que no piensa en ello al menos una vez al día, miente.

—Pues yo no lo hago, hay cosas más importantes, Marc —le espeta, seca. Intento lanzarle una mirada de advertencia a mi amigo, para que se dé cuenta de que está a punto de cagarla, pero es demasiado tarde.

—Ya, ¿como qué? —replica él, sin detenerse a pensar. Arantxa se levanta de un salto de entre sus piernas, pues estaba sentada en su regazo, y le espeta fríamente que, si realmente tiene que responder a eso, está claro que no la conoce tan bien como pensaba. Acto seguido, se da la vuelta y se aleja de nosotros a paso ligero.

—Tío... —empiezo.

—Lo sé... luego os cuento —se levanta, con un suspiro cansado y sale en pos de nuestra amiga.

Cuando ambos salen de nuestro campo visual, compartimos una mirada de 'hasta-cuándo-durará-esto-por-favor-que-se-líen-de-una-vez' y volvemos al juego.

—Bueno, punto para Cassie, lo siento tío —comenta David.

—Excepto —le interrumpo, levantando un dedo índice mientras sonrío— que sea verdad.

—¿Cómo va a ser verdad? Eso te lo has sacado de la manga, de alguna novela de esas ñoñas que lees —me pica Cassie.

—No son ñoñas —me defiendo—, pero, de todos modos, soy un hombre del siglo XXI y leo de todo. No voy a decir que solo leo libros de zombies, de mafiosos y de deportes para parecer más macho. No soy esa clase de persona, así que sí, también leo comedias románticas, ¿y qué?

Nadie se atreve a contradecirme, acabo de darles una buena cura de humildad, así que me envalentono y continúo.

—De todos modos, estoy seguro de que lo que he contado es verdad. Id a comprobarlo, si no me creéis —señalo el banco, sonriendo.

Bea, siempre curiosa, es la primera en hacerlo. Se acerca al banco, que ya lleva un rato vacío, y tras echar un vistazo a su alrededor, de repente ahoga un grito y vuelve corriendo.

—¡Que era verdad!

Tres pares de pupilas se fijan en mí y no puedo aguantar la risa tonta. No me quedará más remedio que confesar.

—De acuerdo... no me lo he inventado. Esos dos son clientes habituales de mi madre, siempre le compran lo mismo: un pan gallego y unos cuantos sobaos, y por lo visto les encanta contar la historia de cómo se conocieron. La han contado tantas veces que incluso yo he llegado a escucharla de su boca cuando he ido a ayudar a mi madre a la panadería.

De repente siento en la espalda y en la nuca un desfile de manos y brazos, zarandeándome y golpeándome al grito de '¡tramposo!', así que intento cubrirme mientras me desternillo, supongo que me lo he ganado.

—¿Entonces no me llevo el punto? —bromeo.

Media hora después, cuando ya nos hemos aburrido de analizar a la gente, nos despedimos y nos vamos cada uno por nuestro lado, excepto Cassie y yo, que tenemos clase de guitarra, así que nos dirigimos a mi casa.

En estos dos últimos meses, especialmente desde que empecé a enseñarle a tocar de verdad (gracias al cielo, creo que no habría aguantado sus punteos desafinados mucho más sin arrancarme los oídos), hemos empezado a llevarnos mejor. Bueno, la verdad es que parece haberle cogido el gusto a tratarme como si fuera su mascota o algo parecido, y a veces siento que disfruta metiéndose conmigo y sacándome de quicio, pero no me importa, sé que lo hace porque le caigo bien y ese era mi objetivo desde el principio. Eso sí, me fascina la cantidad de palabras malsonantes que salen por su boca.




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