20. Scary stuff
La oscuridad nos envuelve y no puedo dejar de pensar que en cualquier momento el hombre de la gabardina saltará frente a nosotros. La tensión aumenta y empezamos a oír pasos, lentos pero seguros, haciéndose más fuertes a medida que se acercan. Contengo la respiración, apretando los puños mientras esa voz quebrada avisa de que no tiene sentido esconderse. Los pasos se acercan más, los siento prácticamente a mi lado y no puedo hacer otra cosa que llevarme las manos a la cara, intentando no mirar, y entonces…
—¡Bu!
Chillo, sin poder controlarme, al sentir unos dedos gráciles pinchándome las costillas, mientras Edu se desternilla a mi lado. Hiperventilando, agarro el cojín que tengo más cerca y empiezo a darle cojinazos, frenética, sobre la cabeza y básicamente sobre cualquier parte de su cuerpo, la que me pille más cerca.
—¿Pero-a-ti-qué-te-pasa? —le pregunto, alterada, dándole un golpe con cada palabra que pronuncio, mientras él trata de cubrirse sin éxito.
Edu intenta detenerme, pero es tal su ataque de risa que se le sale la fuerza por la boca y termina tendido boca arriba, con las manos sobre la cara, mientras sigo atacándole sin piedad, a horcajadas sobre su regazo.
—Basta, Cass… no puedo más… —intenta detenerme— Perdona, perdona… es que me lo has puesto tan a huevo…
Le doy un último cojinazo, esta vez sobre su estómago, que le hace retorcerse un poco, antes de bajarme de encima de él.
—Fucking asshole.
—Solo ha sido una broma, mira que tienes poco sentido del humor —sigue riendo, ya incorporándose para volver a sentarse a mi lado—. Es que estabas tan absorta en la peli como si fueras tú la que estuviera siendo perseguida por el señor-dientes-de-león-mutantes. No podía dejar pasar esta oportunidad.
Notando que la película continúa de fondo, aprieto el botón de pausa para encararle.
—¿Qué culpa tengo yo de que hagan escenas tan realistas?
—¿Realista? ¿Te parece realista que haya un señor diseminando semillas de diente de león come-cerebros por el mundo?
—Existen las amebas come-cerebros.
—Sí, pero esas las pillas por esnifar agua contaminada, no porque algún psicópata te las rocíe en forma de aerosol.
—Por ahora. Nunca se sabe.
—¿Y se supone que tú eres la científica? Pues menuda amante de las ciencias estás tú hech-
No puede acabar la frase porque cojo un puñado de palomitas y se lo meto en la boca para hacerle callar. Noto como se retuerce, bajo mi mano, riendo e intentando quejarse con la boca llena y eso me hace soltar una carcajada a mí también.
—Parece mentira lo agresiva que eres para el tamaño que tienes.
—¿A qué viene eso? Si no soy precisamente bajita.
—Más que yo sí.
—Perdone usted señor jugador profesional de baloncesto. ¿Quiere que le adapte los marcos de las puertas para que no se dé con ellas al entrar en las estancias?
—¿Te has quedado con ganas de guerra? —me pregunta con una sonrisa maliciosa—. Porque sé de alguien que salta como un cangurito cuando le aprieto las costillas.
—No te atreverías.
—Ya lo he hecho, ¿recuerdas?
—Déjame acabar: no te atreverías si quieres conservar esos deditos de guitarrista a los que tanto aprecio tienes.
—¿Quieres ponerme a prueba? —abre y cierra los dedos como un felino con sus garras, mientras alza las cejas repetidamente y no puedo sino echarme a reír otra vez mientras le doy un empujón.
Por un momento me quedo mirándole fijamente, sé que tengo que decírselo, pero no puedo, no me veo capaz aún.
—¿Pasa algo? —me pregunta, dándose cuenta de mi embelesamiento.
—No, es solo que hablando de guitarras y demás, me he acordado de que el año pasado hicisteis varios conciertos por Navidad. ¿También tenéis este año? Con lo de Marc y tal…
—Bueno, por suerte parece que sí que podremos hacer alguno. De hecho, tenemos uno en Nochebuena y otro el tres de enero. Es verdad que Marc se perdió algunos ensayos, pero ya se ha puesto al día. Al menos el resto sí que pudimos seguir ensayando.
Al parecer, la rehabilitación de Marc está yendo mejor de lo esperado. Todavía no puede correr ni jugar, pero al menos ya no lleva muletas y el dolor prácticamente ha desaparecido. Se queja de que de vez en cuando se nota la pierna entumecida, con cosquilleos, pero como hubo daño nervioso, los médicos no pueden hacer nada por eso. Por suerte, le han dicho que su cuerpo se acostumbrará a ello y que empezará a filtrar esa sensación.
Como siempre que estamos juntos, una cosa lleva a la otra y terminamos divagando sobre las últimas canciones que han sacado nuestros grupos favoritos, sobre el descubrimiento reciente de un cometa que orbita el sistema solar, y sobre por qué a los publicistas se les ocurren ideas tan cutres como desarrollar anuncios con canciones chorras y mascotas que parecen sacadas de los noventa, pero sin su gracia. Sin embargo, al cabo de un rato volvemos al principio y empezamos a compartir los planes que tenemos para las vacaciones, que están ya a la vuelta de la esquina. Noviembre pasó tan rápido, entre presentaciones, exámenes y trabajos grupales que se me pasó como una exhalación y, sin darme cuenta, nos plantamos a 8 de diciembre sin previo aviso. Nos queda un mes de cuatrimestre y no me siento preparada para afrontar los finales. Espero sacar tiempo en las vacaciones para estudiar un poco, porque necesito terminar este año con una buena media si quiero que mis planes sigan siendo factibles.
—No me estás escuchando, ¿verdad? —oigo que me pregunta Edu, con un suspiro divertido.
—Perdona, random, me he perdido en mis pensamientos por un momento. Me estabas contando algo sobre… ¿tus ensayos? —aventuro, sin estar muy segura.
Edu me tiende la bolsa de regalices, mientras sube las piernas a la cama, cruzándolas, girarse hacia mí. Parece algo nervioso, ¿me he perdido algo?