23. A new beginning
Septiembre
Alzo la cabeza bajo mi chubasquero verde pistacho, tratando de cubrir sin éxito los mechones de pelo que asoman fuera de la capucha, para comprobar si estoy en el portal correcto.
Cuando Claudia me dijo que no podía venir a recogerme al aeropuerto y me pasó su ubicación, ya supuse que me iba a costar encontrar su apartamento. Lo que no imaginaba era que el edificio iba a estar escondido en un callejón tan angosto y en tales condiciones. No es que me esperara una mansión, al fin y al cabo, los alquileres están carísimos aquí, pero habría estado bien que me hubiera avisado de que a lo mejor me hacía falta traer un bate conmigo. Aunque no puedo quejarme; compartir piso con ella será infinitamente más económico que buscarme una residencia o un estudio por mi cuenta.
Su casa se encuentra en un tercer piso sin ascensor en el casco antiguo de Bristol, lo cual es muy bueno para salir de fiesta, pero muy malo para venir con maletas. El taxi ha tenido que dejarme en la calle principal, y en el corto trayecto que había desde ese punto hasta el portal, la lluvia me ha calado hasta los huesos, se me ha caído una de las bolsas al suelo, y el portero del pub de la esquina me ha mirado como si fuera a atentar contra mi vida, o como si fuera a comerme como a un filete; no sé qué me da más miedo. En cualquier caso, la suerte ha querido que consiguiera entrar en el rellano sin más impedimentos.
Cuando por fin he conseguido subir los tres pisos y he cerrado la puerta tras de mí, he suspirado aliviada y me he sentido a gusto por primera vez desde que he pisado la ciudad. El interior del piso de Claudia cuenta una historia totalmente distinta a la que transmite lo demás. A pesar de la oscuridad traída por la lluvia que arrecia en el exterior, el piso parece luminoso y, aunque no es muy grande, pues solo tiene dos habitaciones, parece estar bien distribuido.
Avanzando por el suelo de madera clara, arrastrando mis maletas, aprovecho para curiosear. Está claro que Claudia se ha tomado su tiempo para decorar la casa y ponerla a su gusto, pues está plagada de referencias a cómics y películas de superhéroes, aunque también ha colgado varios cuadros y composiciones fotográficas. Reconozco mi rostro y el de varios de nuestros amigos en alguna de ellas y eso me hace sonreír. El ambiente es mucho más acogedor de lo que pensaba.
La cocina, si bien pequeña, está equipada con todo lo necesario para no tener que mover un dedo, algo que agradezco, pues odio hacer tareas domésticas a mano, si cuento con algún recurso que me lo facilite. Estoy a punto de dar media vuelta para ir a buscar mi habitación cuando algo llama mi atención en la pequeña mesa cuadrada que hay al fondo de la cocina, y al acercarme, no puedo evitar soltar una carcajada. Una nota llena de tachones y colorines sobresale en un enorme bote de cerámica con la cara del monstruo de las galletas.
"¡Bienvenida a tu nueva vida en este mundo paralelo! Un mundo en el que el tomate es el rey, pero la galleta es la ley. Únete a mí y, juntas, nos haremos con el control de la universidad ¡y de los tíos buenorros que la pueblan! ¡Mwahahaha!
PD: Cómete todas las galletas que quieras. ¡Estoy tan feliz de tenerte aquí! Qué bien nos lo vamos a pasar.
PD2: Esta noche salimos a cenar para celebrarlo. Nos vemos a las ocho, mientras tanto, ¡ponte cómoda!"
Todavía riéndome con sus ocurrencias, me guardo la nota en el bolsillo para no perderla, y meto la mano en la boca del monstruo, que hace las veces de abertura del bote, para sacar tres galletas con chispitas de chocolate. Son un vicio. Como no me controle, voy a terminar como una bola, pero no me importa, ya veré cómo lo quemo. Lo que cuenta es que tengo más chocolate del que puedo desear.
Cuando llego a la que va a ser mi habitación, me doy cuenta del esmero que ha puesto mi amiga en hacerme sentir cómoda. Una colcha muy parecida a la que tengo en casa, con motivos estelares, se extiende sobre la mullida cama de matrimonio; la pared que hay tras ella, es de color negro con puntitos blancos, simulando estrellas, y el resto del dormitorio es de un azul muy claro, casi blanco. En las paredes hay estanterías, listas para poder poner mis libros, y en una de ellas sobresale un amplio escritorio de haya, con tres cajones, en el que Claudia ha puesto una foto nuestra. Sonriendo, me dejo caer sobre la cama, comprobando lo cómoda que es, y decido que la cena de hoy correrá de mi cuenta.
Con un suspiro, cierro los ojos, sintiéndome repentinamente agotada. Hacía años que no pisaba este país y creo que todavía estoy demasiado excitada con el cambio como para darme cuenta de lo que implica. Sin embargo, presiento que estaré bien. Mi padre ya no está aquí, ni el grupo de amigos del colegio. De hecho, Manchester está muy lejos de la ciudad y no tengo intención de visitarlo por ahora, aunque no descarto hacerlo en un tiempo, para demostrarme que puedo, simplemente. Además, la semana que viene empiezo en la universidad, así que, con un poco de suerte, no tendré tiempo de preocuparme por mis dramas.
Casi en respuesta a mis pensamientos, mi móvil empieza a vibrar con la llegada de un nuevo mensaje.
Random Guy [12:16]: ¿Has llegado bien?
Una leve sonrisa asoma entre mis labios al darme cuenta de que es él. Le prometí que le avisaría al llegar, pero estaba tan emocionada descubriendo mi nueva vivienda, que se me había olvidado por completo.
Yo [12:16]: Ojalá estuvieras aquí. ¡Este piso es fantástico!
Levantándome de un salto, me sitúo junto a la puerta y me hago un selfie, asegurándome de que se vea el interior de la habitación, y le envío también un par de fotos del resto de la casa.
Random Guy [12:20]: Qué envidia. ¿Tienes vecinos? ¿Les has avisado ya de que les conviene comprarse tapones para los oídos? ¿O prefieres destrozar sus tímpanos por sorpresa, con tu guitarra?