24. Musas huidizas
—¡Argh! —Exclamo, pasándome las manos por el pelo con frustración.
Llevo casi una hora intentando componer la letra de la nueva canción que queremos presentar ante Bastian Records, pero no hay manera. Después de varios meses intentando que nos dieran una oportunidad, al fin hemos conseguido que una discográfica nos haga caso, aunque no les ha bastado con recibir nuestro repertorio de canciones; también quieren hacernos una audición y escuchar algo nuevo.
Algo nuevo. Como si fuera tan sencillo.
Pau me dice siempre que he nacido para esto, que simplemente tengo que dejarme llevar por mis sentimientos y las letras saldrán solas. La melodía ya es otro cantar, pero para poder saber qué color quiero darle, antes necesito entender qué es lo que voy a transmitir, porque todavía no sé si quiero que sea una canción de amor, de despecho, de superación o de amistad.
Intento pensar en el verano que he pasado con mi novia y en la escapada que hicimos a Marruecos. Tal vez Spiced sea un buen título para la canción. Podría describir la amalgama de colores que nos envolvió en cuando pisamos un bazar por primera vez, la mezcla de aromas, el jolgorio general. Trato de dibujar en mi mente la imagen de Paulina arrastrándome de puestecito en puestecito mientras yo ponía los ojos en blanco, y eso me hace sonreír. De hecho, en estos meses me estoy dando cuenta de lo especial que es. Es divertida, es guapa, es simpática, es inteligente y lo más importante, me lo paso de miedo con ella. Tenemos nuestras discusiones, como todas las parejas, y a veces me abruma un poco su intensidad, pero no pretendo cambiarla, todos tenemos nuestras particularidades.
Ese pensamiento enciende sin esperarlo mi metafórica bombilla creativa y el bolígrafo empieza a correr por el papel.
—And though your soul distills intensity, you're not aware of your complexities... ¡No! Así tampoco.
Frustrado, acabo arrugando la hoja y, haciendo una bola con ella, la lanzo al cubo que tengo junto al escritorio. Resoplando, me levanto de la silla y me dejo caer sobre la cama, y mientras lo hago, mi móvil empieza a vibrar en mi bolsillo. Suspirando, me doy cuenta de que es una llamada perdida de Paulina. Pienso en devolvérsela y en compartir con ella mis frustraciones, pero cuando estoy a punto de hacerlo, me llega un mensaje de Cassie.
Inglesita malhablada [17:45]: Hey Random! Mira lo que he encontrado por aquí.
Justo debajo del mensaje aparece una imagen de una tienda de golosinas con un inventario que parece sacado de Charlie y la fábrica de chocolate, e inevitablemente, una sonrisa se dibuja en mi cara.
Yo [17:46]: Dime que te has gastado la mensualidad de tu beca en regalices o no te atrevas a volver a dirigirme la palabra.
Inglesita malhablada [17:46]: ¿Tú qué crees?
Esta vez me envía un selfie en el que aparece ella misma, mordiendo una enorme bolsa de plástico en la que, a pesar de que aparecen golosinas variadas, claramente destaca un puñado de espirales negras, y ahí ya no puedo evitar echarme a reír con ganas.
Hace solo una semana que se ha ido, pero ya la echo de menos. De vez en cuando, si tengo la ventana abierta, mis ojos se mueven por voluntad propia hasta la suya y, a veces, puedo jurar que la veo sacándome la lengua desde su escritorio, pero la sensación dura solo unos segundos. Por suerte aún no tengo alucinaciones.
Aunque la eche en falta, sé que ha hecho lo que debía. Lo que se le ha presentado es una oportunidad única y debe aprovecharla, sin lugar a dudas. No todos los días tu modelo a seguir llama a tu puerta para ofrecerte mentoría bajo su ala.
Cuando pienso en lo idiota que fui el día que me lo contó, me entran ganas de darme un tortazo a mí mismo. Qué digo, un tortazo... ¡un cabezazo! Fui un imbécil de categoría. No entiendo qué mosca me picó, supongo que simplemente me sorprendió la noticia y me asusté un poco al pensar que podía alejarse de mí.
Me alegraba por Cass, al fin y al cabo, su ídolo estaba reconociendo su trabajo, pero hubo algo en todo aquello que me hizo sentir el irrefrenable impulso de ser mezquino con ella. Estaba molesto y ni siquiera sabía por qué. Creo que cuando me dijo que quería hablar conmigo esperaba que fuera por un tema diferente. Dios, fui tan infantil e inmaduro. Ni que tuviera quince años.
Aunque el mosqueo que llevaba encima no fue nada en comparación con la vergüenza que sentí en cuanto me calmé. Pasé varios días sin atreverme a hablarle, regodeándome en mi estupidez. Menos mal que al final saqué las agallas necesarias, me disculpé con ella y nos reconciliamos.
Inglesita malhablada [17:48]: Tranquilo, cuando vengas a visitarme será el primer sitio al que iremos.
Un cosquilleo burbujea en mi interior al leer su nuevo mensaje, al tiempo que me pregunto si estará hablando en serio, si de verdad le gustaría que fuera visitarla.
Yo [17:48]: Jajajaja no hagas promesas que no puedas cumplir.
Inglesita malhablada [17:49]: ¿A qué te refieres? Claro que te voy a traer. Como que me llamo Cassie.
Yo [17:49]: Dirás Cassiopeia.
Yo [17:49]: ¿Y a dónde dices que me vas a llevar? ¿A Bristol o a la tienda?
Inglesita malhablada [17:49]: A ambos. Y no juegues con fuego, que aún recibirás y no estoy hablando de chuches, precisamente.
Yo [17:50]: ¿Y de qué hablas entonces, Cassiopeia?
Yo [17:50]: ¿Se supone que debo asustarme, Cassiopeia?
Inglesita malhablada [17:50]: Siempre estoy a tiempo de coger un avión, cantarte las cuarenta y volver a tiempo para la clase de mañana. No me tientes, que aquí me pagan muy bien y tengo créditos de vuelo acumulados.