31. Unexpected awakening
29 de diciembre
Un rayo de sol traicionero se cuela por mi ventana y me deslumbra, a través de mis párpados cerrados. A regañadientes, lanzo una mirada de fastidio hacia la persiana, que anoche dejé mal cerrada sin darme cuenta, y reviso el móvil. Las nueve y media.
—Not a chance —gruño para mí misma, mientras me doy la vuelta hasta quedar boca abajo y me tapo la cabeza con la almohada.
Estoy hecha polvo. Entre la caminata de ayer, que nos dio por ponernos en modo turista y reservamos dos free tours de dos horas cada uno, y que nos quedamos hablando hasta pasadas las tres, me siento como si me hubiera atropellado un camión.
Lo siento, señor Sol, pero no tengo intención alguna de madrugar hoy. No tenemos planes previstos y Edu es mayorcito; puede salir a dar una vuelta si quiere, así que no voy a sentirme mal por esto. Aunque, en el fondo, sospecho que muy probablemente esté tan sobado o más que yo.
Maldiciendo al reloj, al ruido de la calle y a todos los astros, me digo a mí misma que seguramente me vaya a ser imposible volver a conciliar el sueño. Sin embargo, me obligo a cerrar los ojos y, poco a poco, mi tren de pensamientos vuelve a quedarse tranquilo. Al menos, hasta que recibo un bofetón de realidad cuando de repente escucho que alguien llama a la puerta con suavidad.
—¿Cass?
Are you fucking kidding me? ¿Por qué, Universo? ¿Por qué me odias tanto? Con lo que yo te quiero.
—Es muy pronto, vuelve a la cama, Edu.
—Son más de las doce...
Vale, eso sí que me ha despertado. Abriendo los ojos de golpe, vuelvo a coger el móvil y observo, con incredulidad, que Random tiene razón. ¿Cuándo? ¿Cuándo he llegado a dormirme? Si no me he dado ni cuenta.
—Fuck! ¡Dame un segundo! —le pido, mientras me incorporo rápidamente.
—¿Estás visible?
—Sí, pero...
Antes de que pueda responder, la puerta se abre y aparece en mi campo de visión.
—Siento haberte despertado —se disculpa, acercándose a mí—, pero si quieres que toque mañana en el concierto tengo que practicar... y tenía miedo de que te asustaras y te cayeras de la cama si empezaba a rasguear la guitarra sin avisarte.
Bostezo, sin poder evitarlo y de repente me vuelvo muy consciente de la pinta que tengo. Al contrario que yo, que ahora mismo debo de parecer un espantapájaros, con el pelo enredado, llena de legañas y con mi pijama viejo, Edu parece más fresco que una lechuga, con su cabello húmedo con olor a champú de melocotón y... una enorme bandeja en la mano.
—No hacía falta que entraras, bastaba con que llamaras a la puerta —replico, frotándome los ojos rápidamente para limpiarlos de los restos de mis horas de sueño— y... ¿qué es eso?
Desde mi posición no consigo ver lo que hay en ella.
—Si la princesa no quiere salir de la torre, habrá que ir a la torre a llevarle el desayuno, ¿no? O tal vez me equivoco y estoy hablando con el dragón. Mira, te asoma un cuernecillo por ahí —se burla y apunta con el índice un mechón encrespado en mi cabeza.
—Ja, ja. Muy gracioso... Arsehole.
Muerta de vergüenza, me atuso rápidamente el pelo para dejarlo lo más decente posible, pero Edu se limita a reír y deja la bandeja sobre mi cama para arreglar él mismo ese mechón rebelde.
—Tranquila, con o sin cuerno estás igual de guapa.
No sé cómo tomarme ese cumplido. En condiciones normales, creería que con sus palabras precisamente me está llamando adefesio, porque esa es nuestra dinámica. Yo me meto con él, él se burla de mí, and repeat... Pero desde hace unos días hay algo distinto en el modo en que me habla, en el modo en que interactuamos. Tal vez sea solo que hacía tanto tiempo que no nos veíamos y que no teníamos una relación tan cercana, que ya no me acuerdo, pero ¿siempre hemos sido tan pegajosos? Creo que he perdido la cuenta de los abrazos que nos hemos dado estos días o de las veces que nos hemos hecho cosquillas. No me quejo, me lo estoy pasando genial, pero me da un poco de miedo volver a engancharme a su cariño para que dentro de una semana se vaya y vuelva a quedarme tan desamparada como cuando empezó a salir con Paulina. Creo que todo esto a veces me da un poco de vértigo.
—¿Pasa algo?
O tal vez estoy siendo paranoica. ¿Qué tiene de malo que dos amigos se abracen? A Clau también la abrazo todo el rato, y a Bea, cuando estaba en San Sebastián. Hemos pasado mucho tiempo separados, nos añorábamos, es normal.
—No, nada, es que aún estoy dormida y un poco de mala leche. No me hagas caso. Bueno, señor repostero, ¿qué me has traído esta mañana?
Con la expresión de un duende a punto de hacer una travesura, Edu pone la bandeja sobre mis piernas y, con esa teatralidad que tanto le caracteriza cuando intenta hacerse el payaso, levanta el trapo que cubre lo que supongo es el desayuno.
—Voilà!
Al descubrir el plato, el aroma deliciosamente intenso del chocolate negro no tarda en inundar mis fosas nasales.
—¿Desde cuándo sabes hacer muffins? —pregunto, gratamente sorprendida.
—Desde que tuve que ayudar a mi madre con un pedido gigante que le encargaron para una boda el verano pasado, pero no te emociones. Muffins y tortitas. Eso es básicamente todo lo que sé hacer. Aunque reconozco que le estoy cogiendo el gusto a esto de la repostería. No descarto probar alguna receta nueva.
Divertida, sujeto el muffin entre mis dedos y le doy vueltas en busca de imperfecciones y cantos quemados. Nada. Perfección chocolateada. Menos mal que solo se va a quedar unos días más, porque como me haga estas cosas cada mañana voy a tener que doblar las sesiones de bachata para quemarlo todo.
—Ni siquiera recuerdo que tengamos moldes para cupcakes... ¿Cómo lo has hecho?