Su mirada estaba fija en las vendas blancas que cubrían sus manos, delineó cada cruce y doblez de la tela alrededor de los cortes que punzaban con cada movimiento que hacía.
A su mente regresó la imagen del encapuchado y sus brillantes ojos verdes que la observaron con curiosidad antes de desaparecer entre las sombras, dejándolas a merced de la policía que ya había hecho acto de presencia en el callejón. Estaba claro que tendrían que ser ellas quienes respondieran las preguntas de las autoridades, era el pago de ser salvadas por el aclamado y recién aparecido héroe de Berk.
—Leily, ¿estás bien?—la voz de Stormfly la hizo regresar a la realidad.
Sintió la calidez de la manta sobre sus hombros y la incomodidad de la silla de plástico en la que estaba sentada, alzó su vista analizando el recibidor de la estación de policías a la que habían sido llevadas para dar su declaración oficial de los hechos. Hombres y mujeres uniformados entraban y salían de las instalaciones, los teléfonos sonaban de vez en cuando y la neutral voz de la recepcionista en turno hacía eco en el lugar al responder.
Observó el reloj en la pared, faltaban quince minutos para las diez, su madre volvería a casa a las once debido al trabajo. Las interrogaciones de la policía habían demorado demasiado.
—Leily—repitió el llamado Storm sujetando su brazo por encima de la manta.
Suspiró para después girarse y encararla. Las lágrimas y suciedad que antes manchaban su rostro habían desaparecido después de una rápida visita al baño, pero la preocupación y el cansancio seguían presentes, incluso pudo jurar que sus manos aun temblaban de miedo.
—Estoy bien, Storm—articuló regalándole la mejor sonrisa que le fue posible.
Había pronunciado tanto esas palabras durante las últimas horas que incluso ella misma había dejado de creerlas.
—Llamé a casa—relató la rubia no muy convencida por su respuesta—, ya vienen por nosotras. ¿Segura que no quieres llamar a tu mamá?
Negó con simpleza liberando un nuevo suspiro y dejándose caer contra el respaldo de la incómoda silla.
—Sigue en el trabajo—comenzó a explicar restándole importancia—, no quiero preocuparla por esta pequeñez. Ya le contaré lo ocurrido mañana.
—Se va a molestar—dedujo su amiga sujetando los bordes de la manta que la cubría, como si con ello pudiera infundirse mayor seguridad.
—Molesta es mejor que preocupada—cortó ella dando fin a la conversación—. Tranquila, estamos bien y es lo que importa—añadió sonriéndole, esta vez de forma sincera y tranquila.
Odiaba que las personas se preocuparan por ella, pero odiaba aún más ponerlas en peligro. Sabía bien que si llamaba a su madre se alteraría demasiado y abandonaría el trabajo para ir a su encuentro, estaría tan asustada que no sería precavida en el camino y lo que menos deseaba era ponerla en un riesgo de esa magnitud.
Ella estaba bien, sus manos sanarían en cuestión de días gracias a sus habilidades. Podría recuperarse de heridas como esa o peores, pero jamás podría recuperarse de otra perdida más. Y sabía que era igual para su madre, por lo tanto estaba segura que comprendería su decisión cuando se la explicara.
Así que sí, todo estaría bien.
—¡Stormfly!
Escucharon el llamado de alguien y alzaron las miradas para encontrarse con una joven rubia que avanzaba con paso rápido hacia ellas.
Sintió a su amiga levantarse de su lugar y, para cuando se dio cuenta, ya estaba frente a ella abrazando a la recién llegada con la manta en el suelo junto a sus pies.
—Astrid—la escuchó murmurar contra el hombro de la otra rubia que acariciaba su espalda en busca de calmarla.
—Tienes suerte de que yo respondiera—dijo la nombrada apoyando su mejilla contra el cuello de la chica—, mis padres salieron. Les dejé una nota—explicó separándose un poco para encarar a la rubia de ojos ámbar—, pero estoy segura que querrán muchas explicaciones cuando volvamos.
Leily se mantuvo distante en su sitio observándolas en silencio, analizando con cautela a la recién llegada que conectó su mirada azul con la de ella cuando sintió su presencia.
—Hola, Leily—saludó acercándose con una cálida sonrisa—, ha pasado mucho tiempo.
—Bastante, para ser honestas—concordó entonces levantándose para estar a su altura—. Te daría la mano pero…—alzó ambas manos mostrando las palmas vendadas—. Estoy bien, tranquila—se apresuró a decir nuevamente cuando notó la preocupación en su rostro.
—Bueno, en ese caso hay que irnos—dijo entonces aun no muy convencida—. Te dejaremos en tu casa, ¿está bien?
La albina asintió para después doblar la manta que la cubría y dejarla sobre la silla que había ocupado con anterioridad, acción que Storm no tardó en imitar. Se despidieron de la recepcionista, agradeciendo la ayuda y se marcharon siguiéndole el paso a la rubia hacia la salida del edificio.
—No me dijiste que tu prima había regresado—reclamó entonces en un susurro cuando la distancia que las separaba de Astrid era suficiente.
—Llegó esta mañana—se apresuró a contestar con el mismo volumen de voz—, fue inesperado para todos.