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CAPÍTULO 15: EL TIGRE NEGRO.
El momento llegó, y todos en la mansión se levantaron de madrugada para el deidaebo. Las mucamas estaban más alborotadas que nunca, iban de un lado a otro con los preparativos para la ollada. Leónidas se despertó entre cinco de sus empleadas desnudas. Teodoro ya podía andar sin muletas y su hijo todavía dependía de un pequeño bastón. Yorki y Barbosa amanecieron acurrucados, y el general al darse cuenta empujó a su amigo fuera de la cama de una patada. Gleytor y Clotilda se encontraban en la cocina preparando el desayuno.
Afuera las calles estaban completamente vacías, había ruido sí, por supuesto, pero provenía de dentro de las casas de los habitantes. Unos cantaban y otros bailaban al ritmo de los instrumentos de cuerdas, todo era felicidad y gozo. Sogas en las ventanas con todo tipo de joyas amarradas decoraban la ciudad. Las familias más humildes solo tenían uno que otro objeto de plata colgado, y otras más pobres colocaron bronce o cuerinas nuevas. Pero eso sí, todos compraron según su capacidad lo que consideraron ostentoso.
La festividad era una prioridad tal, que hasta el alcalde de la ciudad, un Tesalónico llamado Eurías, rentó un viejo edificio para que todos los habitantes de calle pasaran el deidaebo allí. Lógicamente no lo hizo por su inmenso corazón, Hálbito en sí misma era una ofrenda para las deidades, y la santa semana no podía pasar con tanto pordiosero oliendo mal y tirando basura por doquier.
Todos se sentaron en el gran comedor, y si la comida de la noche anterior les había parecido un festín, esta incluso les produjo orgasmos. Históricamente la dieta de los Olimpianos siempre ha sido más alta en grasas y carne que en carbohidratos, pero en esta semana, la alimentación consistía estrictamente en productos de origen animal. Sin embargo, esas tradiciones se convirtieron en algo casi imposible para una familia promedio, la carne no era económica. Casi todo el mundo vivía de sopas de papa, y tal vez con algo de suerte, de vez en cuando comían caldo de huevo. La comida de origen animal solo era disfrutada por aquella familia campesina dueña de uno que otro cerdito, la clase alta Tesalónica, y los bandidos que con grandes saqueos conseguían lo suficiente para pagarla en las cantinas.
Las bandejas se sirvieron repletas con diversos tipos de carnes, ovino, bovino, cerdo, pescado y pollo. Sin mencionar los enormes tarros de leche y la infinita variedad de quesos.
Cada uno se tragó prácticamente una vaca pequeña entera. Los Magnos siempre han sido de buen comer, siendo tan grandes necesitan de mucha proteína para mantenerse. Después de quedar hasta reventar, todos se acercaron al horno para la ollada, hasta las más de veinte empleadas de la mansión se les unieron. Calentaron el carbón mineral y cuando ya todo estaba listo, cada uno rezó en nombre de un dios en particular. Todos menos Junad, el cual no tenía ni idea de qué estaba pasando.
Editado: 21.11.2024