El café en el centro del pueblo seguía igual. La misma campanilla en la puerta, las mismas mesas desgastadas y el inconfundible aroma a café quemado que impregnaba el ambiente. Laura y David se sentaron en una de las esquinas, lejos de las miradas curiosas de los pocos residentes que estaban allí. A pesar del paso del tiempo, en Santa Lucía, todos se conocían, y cualquier visita inesperada era motivo de conversación.
— ¿Cómo ha sido vivir aquí todo este tiempo? —preguntó Laura, intentando romper el hielo.
David miró por la ventana, su expresión era inescrutable.
— Silencioso. Después de que todos se fueron, el pueblo siguió igual. La mayoría de las familias que conocías aún están aquí, pero no es lo mismo. Mucha gente se fue, y los que quedamos… bueno, nos acostumbramos a la tranquilidad — respondió sin mucho entusiasmo.
La tranquilidad. Esa era la palabra que siempre había usado la gente de Santa Lucía para describir el lugar, pero Laura sabía que debajo de esa apariencia calma se escondían cosas que nadie quería mencionar. Secretos que se mantenían enterrados para proteger a los que aún vivían allí.
Antes de que pudiera responder, la puerta del café se abrió y Nicolás, otro antiguo amigo, entró apresurado. Su mirada se cruzó con la de ellos, y se dirigió a la mesa sin titubear.
— No puedo creer que estés aquí — dijo con una sonrisa amarga mientras se dejaba caer en una silla—. Pensé que te habías olvidado de nosotros.
— No podía ignorar lo de María — respondió Laura, tratando de mantener la calma—. Además, no es que haya tenido muchas opciones.
Nicolás asintió, pero su expresión cambió rápidamente a algo más serio.
— ¿Ya sabes algo más? — preguntó, bajando la voz—. Porque la policía está perdida, y todo el mundo habla, pero nadie sabe realmente qué pasó.
David se inclinó hacia ellos, bajando aún más la voz.
— Dicen que la última vez que vieron a María fue cerca del río. ¿Te acuerdas de ese lugar? — Los ojos de David reflejaban una incomodidad que no podía ocultar—. El mismo sitio donde…
Laura sintió que la sangre se le helaba. No necesitaba que David terminara la frase. Sabía exactamente de qué lugar estaba hablando. El río, donde, años atrás, algo había sucedido. Un evento que cambió sus vidas para siempre, un secreto que prometieron enterrar.
— ¿Crees que haya una conexión? — preguntó Nicolás, sin rodeos.
Laura se quedó en silencio. La idea de que la desaparición de María estuviera relacionada con lo que ocurrió en su juventud era algo que había temido desde que recibió la noticia. Sin embargo, no podía evitar pensar que el pueblo no permitía que nadie escapara de su pasado.
— No lo sé — dijo finalmente—. Pero si hay una conexión, entonces estamos en más problemas de lo que creía.
El peso de sus palabras quedó flotando en el aire. El pasado no estaba dispuesto a quedarse enterrado, y el regreso al pueblo parecía haber sido la chispa que lo encendió todo de nuevo.