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Loco. Eso pensaría alguien desde otra perspectiva. Y no les culpo, ni yo mismo podría creer algo así. Probablemente me asignarían citas semanales con un psiquiatra y tendría que explicar que no sufro de trastornos de sueño. Eso implicaría someterme a pruebas innecesarias para probar la veracidad de mis palabras.
Me levanto de la cama y sacudo mis pensamientos. No perdería más tiempo pensado en ello. Revuelvo mi cabello y alzo los brazos para estirarme, algunos huesos tensos suenan. Era la misma sensación que se siente en los músculos después de unas largas horas de ejercicio. Como si mi cuerpo se adaptara a la rutina. Me acerco hasta el espejo tendido en la pared y apoyo ambas manos en los laterales. Ojos cafés me observan con cautela.
― Sé que no me escuchas, pero… ―murmuro a la nada. ― Me estoy volviendo loco, no sé qué hacer. Quiero recuperar a mi padre. No quiero perderlo a él también.
Silencio, nada más que mis sollozos llenan la habitación. Me pregunto en qué momento había comenzado a crecer si me parecía que apenas semanas atrás había un niño corriendo por el patio de su casa. Riendo a carcajadas por no ser alcanzado por sus padres. Mis padres. Era el pequeño Ethan. A mi mente le gusta borrar los recuerdos malos para dejar todo aquello por lo que me gustaría regresar al pasado.
Una vaga sonrisa se dibuja en mi rostro, antes de que todo se esfumara.
― ¡Eh, amigo! ¿Has despertado ya? ―llama Grayson, desde el otro lado de la puerta.
Seco las húmedas lágrimas que habían emergido espontáneamente y me aseguro de que no se note nada mi semblante oscuro. Respiro hondo y le dejo pasar.
― Desconozco a este tipo madrugador ―Digo, ocultando cualquier atisbo de tristeza.
Mi mayor fuerte no era la actuación, de eso estoy seguro, aunque me pagaran por hacer bien tan solo una línea de algún guion simplemente me saldría de la patada. No por nada me daban el papel de “el extra que asiente a todo lo que dicen los protagonistas” en las obras escolares. Era eso o “los que sostenían la ambientación”. Era increíble lo que los alumnos del colegio tenían que hacer por un punto más en sus calificaciones.
― Es la magia de trabajar. Y por lo que veo tu acabas de despertar ―Dice él, palmeando mi mejilla― Lávate la cara, amigo. Tienes un rostro de miedo.
Creí que lo notaría, pero no lo hizo. Ha de ser porque ya no cargo las ojeras de antes.
― Bueno, ya me tengo que ir a trabajar, pero como buen esposo te dejé el desayuno en la cocina. Por favor, come y disfruta de mi talento culinario.
― ¿Ahora se supone que estamos casados?
― ¿Qué te sorprende? Siempre lo estuvimos.
Probablemente lo decía por las incontables veces en que tuve que quedarme a dormir en su casa. Cuando se tiene a un padre no tan atento contigo, suele pasar que te vuelves hijo adoptivo de la familia de tu mejor amigo. O en este caso, marido y marido.
― Bueno, mejor me voy o no me pagarán por los minutos que he faltado. Te veo en el descanso y cuida bien del buen Ansel ―Dice con prisa.
― Siempre lo hago.
☾ ☾ ☾
¿Nadie se da cuenta de que, al cumplir la mayoría de edad, todos empezamos a extrañar nuestro niño del pasado? Un niño que disfrutaba jugar en el parque y acostarse sobre la arena a ver los pájaros azulejos mezclarse de manera uniforme con el cielo despejado. Uno que amaba ver a los árboles pasar velozmente al viajar en tren. Que compartía su alegría con sus padres, colmándolos de besos húmedos e inocentes. A veces tenemos que asumir lo rápido que hemos crecido para valorar tiempos que nos hicieron felices en nuestra infancia. Mientras más rápido vas construyendo tu línea de tiempo, empiezas a olvidar que los primeros cimientos son los más débiles y por ende se deterioran con más facilidad.
― ¿Sabes? Cuando tenía tu edad me gustaba mucho coleccionar mariposas ―Cuenta el señor Anselmo mientras empacamos los objetos en cajas vacías― De hecho, debo de tener algunas guardadas en casa ¿Tú tienes algún pasatiempo?
Soñar con una mujer con una cicatriz en la frente ¿Cuenta como uno?
― Me gusta tomar fotos cuando puedo.
― Interesante ―Murmura, rascando su mentón con los ojos entrecerrados― ¿Has visitado el Jardín Rojo? No está lejos si vas en tren y es un lugar magnífico para tomar fotos.
Mis ojos caen sobre sus zapatos.
― Lo conozco, pero sería bueno fotografiarlo si tuviera una cámara y no un simple teléfono móvil.
Imagino el inmenso rosedal a la intemperie de un prado plagado de colores. Con los últimos rayos de sol escondiéndose al horizonte. En temporada baja de seguro era un ambiente perfecto para desconectarte de la sociedad. No suele ir mucha gente allí y he de pensar que experimentar una soledad como esa podría ser maravillosa.
Anselmo se detiene y arruga el entrecejo, maquinando algo en su mente por mucho tiempo. Hasta que por fin chasquea sus dedos y se dirige hasta la parte trasera de la tienda. Segundos después regresa con un paquete pequeño envuelto en papel con la marca de la central de envíos.