The Veins: Las Tres Princesas y la Creación del Universo

Capitulo 1|Destierro

Capítulo: 1 Destierro

El hijo más joven de los Padres Creadores se había convertido en el ser más despiadado y despreciable de todo el Planeta Celestia.

Y a él, que no había sido nombrado por su madre, porque la pobre mujer acabó muerta por el cansancio y la tortura que le significó parirlo a él: una bestia cubierta de pelos, poseedor de un par de garras tan grandes y filosas, que la desgarraron por dentro a medida que avanzaba en su camino hacia la vida. A él: que fue despreciado por toda la familia, no solo por su horrenda apariencia, sino también por su despiadado actuar en contra de cualquiera que desatara su ira.

A él: todos los celestinos y hasta sus catorce hermanos mayores le temían, porque apenas cumplió sus doscientos años y fue llevado al planeta que reinaría hasta la llegada de la Diosa Madre, rompió la primera de las tres leyes indispensables de su padre, la primera que aprendían a leer y recitar los niños de sangre real cuando se empezaban a educar:

"Ninguno de los quince hijos carnales de los Reyes del Planeta Celestia, esclavizará, mutilará o abusará de los habitantes del planeta que yo he puesto en el cielo para que lo adorne y le haga compañía al nuestro planeta, el único que no será destruido el día del juicio final, cuando la Diosa Madre, venga a pedirnos cuentas de lo bien o mal que hemos obrado".

Eventualmente el Padre Creador lo hizo ir a buscar para que se sometiera a un juicio y diera explicaciones.

– ¿Por qué? –Preguntó afligido Padre Creador y estampó ambas manos en el pecho de su hijo, agarrándolo por los mantos que abrigaban su cuerpo cubierto de pelo negro. El joven sin nombre guardó silencio y lo miró a los ojos–, ¡¿No te das cuenta de que con este pecado que has cometido, la Diosa Madre tendrá que enviarte a compadecer en el infierno?!—El en ese entonces, ya anciano hombre soltó al muchacho y suspiró pasándose los dedos bajo la corona—. Si no me dices porque cometiste este pecado, ni yo podré defenderte. Entonces... Dime, hijo mío, ¿Por qué? 
     El joven paseo la mirada por el salón adornado con retratos de sus padres, iluminado por el cielo azul que iluminaba el salón a través del techo de cristal, y la detuvo finalmente en el rostro de su hermano mayor Lucius, que sentado a la derecha de su padre, desde muy joven, hacia de juez para aquellos que cometían un crimen. 
En aquella ocasión igual que en todas las otras, le miraba con desaprobación total y un desprecio tan profundo, que por primera vez en años, quiso echarse a llorar. Para evitar esa sensación de culpa y tristeza, se obligó a mirar el suelo y recordó todo lo que le habían hecho sus padres y sus hermanos.

–Porque tú nunca me diste un nombre, padre–comenzó levantando la mirada de sus pies peludos–y jamás me miraste con el amor que le profesas a mis demás hermanos. Jamás te sentaste a mi lado para ayudarme con los deberes, ni jamás te interesaste en mis descubrimientos sinceramente. ¿Como esperabas que no sintiera está ira tan intensa que me hace querer destruir todo?

Padre Creador se quedó en silencio y paseó la mirada por todos los cuadros de la habitación, pero finalmente clavó sus ojos celestes en el retrato que más le gustaba de su amada mujer, el más detallista de todos. 
Lo había hecho una de sus hijas: Alexandria, que después de estampar en el cuadro, el brillo de sus labios rojo carmín, las pequeñas arrugas que le habían aparecido en la nariz por tanto hacerle mohines a sus hijos, los distintos tonos de color en el iris de sus ojos morados y las solitarias y onduladas canas que aparecieron en su cabello castaño en sus últimos años de vida, se ganó derecho de hacerse llamar así misma: Alexandria dueña del Arte, enfrente de todos los ciudadanos del Plantea Celestia. 
Padre Creador se había sentido tan orgulloso ese día, abrazándola y besándola con ternura... En realidad, a todos sus hijos los había hecho dueños de eso en lo que se destacaban mucho y les había susurrado suavemente al oído cuan orgulloso estaba de sus logros. Pero a su hijo menor jamás lo había elogiado y a pesar de que desde muy joven había demostrado un gran talento para curar enfermedades, no lo había nombrado dueño de las Curas, ese título se lo había dado a su décimo hijo que era muchísimo menos talentoso que el joven sin nombre.
    Padre Creador soltó a su hijo menor suavemente y deambuló un par de segundos por la habitación. 
¿No le había ordenado la gran Diosa Madre, qué amará por sobre todas las cosas, a su mujer y sus hijos, sea uno de ellos el ser más vil y horrendo de todos ellos?

Padre Creador se acomodó la corona y regresando por sobre sus pasos, detuvo sus manos en los hombros de su hijo y lo miró a lo ojos:

–Hijo mío—empezó—, es cierto que he cometido incontables errores contigo y que te he fallado como padre y como amigo... Y todo aquello es irremediable, porque el tiempo no tiene retroceso. Es por eso que no te condenaré al destierro eterno...
    Lucius que a pesar de ser galante y maduro, a veces era demasiado imparcial en su deseo de perseguir la verdad por encima de cualquier cosa o individuo, se puso de pie tirando su silla de color negro al suelo y le reclamó a gritos a su padre:



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Editado: 09.09.2018

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