The Young

Capítulo 27

Parte 1

 

 

Desde la perspectiva de Renato, esta era la mejor opción.

Parecía que estaban huyendo. No, realmente ellos estaban huyendo. Abandonar el pueblo que daba la sensación de estar maldito, quizás era la mejor opción de todas.

 

Era un pueblo llamado Kentia, prácticamente estaba al medio de la nada. El área en donde se encontraba estaba lejos de ser natural. Parecía como si el pueblo hubiera sobresalido desde la tierra. Todo estaba rodeado de árboles, pero eso no parecía ser un problema gracias a las rocas mágicas que evitaban que las criaturas salvajes se acercasen.

 

 Si caminaras alrededor de ese pueblo, podrías tardar una hora. Ellos mismo cultivaban sus alimentos y criaban animales para el consumo y el ganado. Se decía que este lugar tenia medicina de muy buena calidad, de las cuales exportaban hacia otros países y hasta en la misma capital.

 

Las hierbas medicinales que producían eran de las pocas que aún existía en ese “mundo”. Y eran muy bien remuneradas si llegaba a entregar el producto en buen estado y de buena calidad.

 

Se dice que en el festival de la cosecha los grandes árboles se abrían como si fueran grandes girasoles bailando al contacto con la luz solar.

 

Había un gran espacio que dejaba ver el gran cielo azul. Las hierbas crecían naturalmente por toda esa área. Desde los bosques hasta el mismo pueblo, es por eso que la mayoría de personas se dedicaban a encontrar estas hierbas medicinales y las vendían al chaman del pueblo. Aquella persona que podría hacer la medicina y poder venderla, era como un ciclo de dar y recibir para satisfacer ambas partes. La gente usualmente vivía de eso. Esto era lo más común, y en cierto modo no era como si necesitaran más que comida, agua, y un buen lugar donde vivir.

 

Así era la vida en Kentia. La vida perfecta para alguien que deseara vivir en el campo, liberado de las preocupaciones de la vida, y con deseos de tener la paz de vivir tranquilamente.

 

Tal vez no tenían la mejor seguridad, y no eran ayudados por ningún país ni mucho menos eran reconocidos por su propio país. Pero aun con todo esto, Kentia se había mantenido como un lugar seguro por muchísimos años.

 

Sin embargo, todo había acabado en tan solo un día.

 

—Bien. ¿Crees que con esto sea suficiente?

 

Las hogueras ardían intensamente, empujando la oscuridad de la noche.

 

Normalmente esto no sería un problema. Las personas algunas veces hacían fiestas o se reunían para beber y comer, e inclusive la vida nocturna de este lugar era muy activa debido a los diversos forasteros que pasaban por ahí para seguir su camino o para pasar la noche.

 

—Si. Aunque no hay mucha diferencia en como estaba antes. Los caballos parecen estar bien.

 

La chica que estaba verificando si las cuerdas estaban bien atadas es Colette.

 

Ella está de pie junto a Renato. Comenzó a observar el gran carruaje que se encontraba frente a ellos. Era un carruaje grande de madera, pintado de blanco con líneas amarillas.

 

Era uno de esos carruajes especiales para llevar carga, pero ahora estaban siendo usadas para llevar 25 personas.

 

—No soy muy bueno en estas cosas. A decir verdad, es la primera vez que hago algo como esto.

 

Era evidente que no sabía mucho de caballos, si él nunca hubiera llegado a este lugar. Muy probablemente jamás hubiera tenido la oportunidad de montar uno. El había visto muchas veces caballos en el zoológico o en algunos lugares llenos de vegetación cuando observaba por la ventana del bus en las interminables horas en la carretera.

 

—¿No hay caballos en tu tierra natal?

 

—Bueno. Los caballos son realmente costosos. No es como si encontraras un caballo salvaje en una esquina. Las personas ricas probablemente podrían costearse uno o dos, y usualmente solo los encuentras en granjas específicas donde se dedican a criarlos o en lugares rurales con mucha vegetación, pero estos solo están alimentándose y al final terminan siendo propiedad de alguien. Aunque hoy en día son muy populares las carreras de caballos y las apuestas en los hipódromos.

 

—Lo siento, no entiendo muy bien lo que está diciendo.

 

Un señor de unos 40 años que parecía haber acabado de despertar se acercó a ellos.

 

—Hey, ¿qué es todo este alboroto?

 

—Estamos evacuando el pueblo. Nos dirigimos ahora mismo a las tierras de Honkuro.

 

El hombre parecía sorprendido por la repentina situación. Pero entonces asintió como si entendiera muy bien el porqué de todo esto.

 




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