En alguna otra parte del edificio, había un joven. Pensando que hacia allí. ¿Con que razón gastaba el tiempo en algo que no servía a su futuro? Ese es Syer, Syer Stoad. Estaba sentado, jugando con su pie al ritmo de una melodía en su mente. Esperando a que sus hermanas bajaran. Miro el reloj de su celular, pasaron más de quince minutos desde que se fueron. Ni uno más, ni uno menos.
Sentía ser alguien inútil allí. ¿Por qué sus hermanas lo seguían llevando a sus misiones entonces? No lo sabía, tal vez necesitaban un soporte. Pero a juicio de Syer, nunca entendió del todo porque las dos potenciales candidatas a guerreras más poderosas de los Vigías del Amanecer necesitaban un soporte.
Ellas siempre superaban con creces pruebas físicas y de intelecto. Mientras que él, siempre quedaba muy por detrás, decepcionante siendo hijo de la estirpe Stoad, una de poderosos cazadores de la oscuridad, con una tradición de generaciones. Se venía todo abajo cuando lo veían en acción a Syer. Tan solo, no podía. No había heredado ni un cuarto de la fuerza total de sus padres.
¿Por qué entonces los retenían los Vigías? De esa pregunta no encontró respuesta alguna más que la conclusión de tener que desear una vida normal. Alejarse de entrenamientos sin sentidos, escapar de ellos. Y vivir lo más mundanamente posible. ¿Qué alternativa tenia alguien que ya se da por vencido?
Syer inhalo todo lo que sus pulmones le permitieron y luego largo de a poco.
“Soy un inútil” Se dijo. No se sentía para nada conforme consigo mismo luego de decir ello, pero por lo menos estaba aceptando la realidad. Pues otra cosa no tenía.
Tomo la Tablet y comenzó a leer más. No tenía otra cosa más para hacer, quería matar el tiempo. Mientras leía, había algo que le incomodaba aun así lo ignoro y prosiguió con la noticia de la desaparición de Rinald Kunes.
En el mismo articulo periodístico, explicaba como la desaparición de Rinald Kunes implicaba un antes y un después. Pues aquel hombre, a diferencia de lo que desaparecieron antes que él, desapareció trabajando. Antes, solo se trataba de desapariciones sin más, tragedias a la luz de la noche, luego de una fiesta o volviendo del trabajo se daba la situación. Pero aquí desapareció un hombre mientras hacia lo suyo, ¿Qué seguridad le daba a los demás de que no les sucedería lo mismo en su cotidianidad? Parece que se habían acostumbrado a permanecer indiferentes. Luego, la nota se explaya en detalles, apuntando como posibles responsables a quienes estaban arriba de Kunes, sus compradores, el estado, su propia familia…
El muchacho cerró los ojos y se rasco la cabeza pensando la tamaña locura que podía suceder cuando comienzan a crearse mil versiones de la misma cosa. Ello afecto hasta la propia esposa de la víctima, algunos la culparon de desaparecer a su propio esposo. Además, todo esto para no encontrar aun alguna pista que lleve a los que no están. Se volvía una tarea frustrante en la cual solo los testigos, ningún hecho en concreto, los estaba guiando.
“Ese sentimiento, aun lo percibo. Es como si viniera a mí de golpe. Ya no es frustración o tristeza.” Pensó Syer, como si alguien le estuviera acariciando de manera incomodo el cuello. Sentía una peligrosa mirada. Pero, ¿Dónde podría estar?
“Debo ser más inteligente, descubrirla en una movida, si ella se da cuenta que estoy consciente de lo que hace. Podría retirarse sin que me entere él quien es.” Adentro no estaba, aquello era seguro, debía estar a sus espaldas. Afuera, en la calle, esperándolo. Luego de ello, su teléfono sonó.
—Fortuna—Se murmuro así mismo Syer.
Tenía la excusa perfecta para empezar a moverse, para utilizar libre el espacio que podía, quizá saldría. Pero sería sospechoso, ¿Quién sale a hablar afuera cuando tiene tranquilidad en su lugar?
Si debía atrapar al mirón, Syer creía que actuar con naturalidad, como un incauto. Atendió el teléfono, solo avanzo al centro de la sala y coloco su mano libre en un bolsillo.
—Hola—Hablo.
Desde el otro lado, en la calle, una mirada atravesaba las puertas de un edificio. Dirigida hacia un joven de mediana estatura pero de contextura gruesa. De cabellos negros, se había parado hacia algunos instantes. Su cuerpo indicaba que estaba hablando por teléfono con alguien.
Corto la cabeza de un pez. Estaba en un puesto de venta de pescado, a su espalda, el mercado popular. Que estaba a una cuadra del puerto y las factorías. En sus ojos vieron que entraron a edificio tres jóvenes, dos mujeres pelirrojas y un varón de pelo color negro. A su costado, tenía su billetera. Desvía su mirada un poco hacia esta, se limpia las manos llenas de grasa de pescado antes de tomarla y sacar tres fotos, las cuales eran de personas cuyos rasgos coincidían con quienes entraron al edificio de la acera en frente a su puesto.
—Vigías del amanecer— Dijo colocando el pescado en una pileta a un lado suyo. Se percato de que el agua estaba limpia, cristalina. Lo cual le pareció extraño teniendo en cuenta que hoy estaba llena de sangre y grasa.