DAVID
Me adentré en uno de los corredores dejando a Clary detrás y me acerqué hacia el cubículo en donde reposaba el cuerpo de mi tío. Aún seguía conectado a una máquina que le arrojaba su ración diaria vía intravenosa, pero se lo veía muy saludable. El trasplante, en palabras del médico, resultó complicado y en ese uno por ciento de posibilidades de sobrevivir, allí estaba mi tío.
—Ohh, David, qué grande estás. Hacía meses que no te veía. Te daría un abrazo pero no puedo —se lamentó.
—Te traje esto —le extendí el nuevo libro de su autor favorito, un joven cordobés, que había comprado de pasada la semana anterior.
—Creo que lo disfrutaré, muchas gracias. Se ve prometedor —la voz de mi tío no sonaba como la de un joven de treinta años sino como la de un anciano de ochenta.
—¿En serio sacrificaste a tu clon para el trasplante? —procuré cerciorarme de ello—. No me gustaría que Clary me oyera, pero esto es genial. Ese Doctor Helling está cambiando el mundo.
—Me alegro de ser parte de ese cambio —hizo una larga pausa—. A propósito —paró las orejas—, ¿quién es Clary?
—Mi nueva novia. Es una especie de... —miré a ambos lados— criatura genéticamente alterada. El doctor la llamó clon, pero no creo que nos parezcamos mucho.
Un fuerte estallido de botellas de remedio al caer me sobresaltó. Me volteé y observé a dos enormes guardias de seguridad que acarreaban a una mujer entre brazos, quien no dejaba de gesticular amenazas y dar patadas a todos lados, sin nunca dejar de forcejear. Me detuve en ella y observé su remera: aquel logotipo de los Rolling Stones delató a Clary al instante.
—Controla a esta loca —el guardia más grandote la arrojó junto a mí y dio media vuelta, sin importarse por el bienestar de mi novia.
—¿Qué pasó? —le pregunté.
Parecía aterrada; el temblor sacudía cada órgano de su cuerpo. La abracé con fuerza, intentando sofocar su temor. Me miró a los ojos e intentó armar una respuesta, que se vio opacada por una seguidilla de balbuceos sin sentido alguno. Cuando por fin logró recuperarse, dejó de abrazarme y se separó de mí varios metros. Me dirigió la misma mirada que le dedicaría a un asesino serial.
—Tú... tú me quieres matar, ¿verdad? —su tono no sonaba cómico.
—Yo... jamás lo haría. Te amo —intenté acercarme pero ella me frenó en seco—. Y nunca dejaré de hacerlo.
—¿Conque, al igual que Hellie, soy una creación extraña dispuesta a satisfacer todos tus deseos? Te diré una sola cosa: procura no provocarme.
Dos hombres más la tomaron por los brazos y la arrojaron, en el sentido explícito de la palabra, por la puerta de salida. Corrí tras ella (cabe aclarar que intenté defenderla desde el momento en que la tomaron hasta que terminó en la calle) y, flaqueando un par de puertas, acabé en la entrada del consultorio, para encontrarme con que Clary ya no estaba.
Le mandé una tonelada de mensajes por todas las aplicaciones habidas y por haber y, pese a su nuevo teléfono, no dio señales ni de leer mis mensajes. Realicé un último intento. Esperé con el corazón en la mano y di un suspiro cuando la doble tilde azul se dibujó ante mi vista. Mas luego de eso ocurrió lo inesperado: la foto de perfil de Clary había cambiado a una silueta gris y sin forma.

THEMMA
La brutalidad de los guardias del sanatorio me costó dos magulladuras al costado de mi ojo derecho y un raspón en la rodilla derecha. Hice señas frenéticas hacia cualquier vehículo que pasara, dispuesta a irme de allí lo antes posible. El sonido de los neumáticos al detenerse junto a la acera me sobresaltó. Un joven de cabello platinado aminoró la marcha y se quitó sus gafas de sol para escrutarme mejor.
—¿Te perdiste, preciosa? —su voz, algo burlesca, crepitó en todo la calle y me hizo caer en la cuenta del peligro real que corría.
Me alejé con cautela y subí, de espaldas, uno por uno los escalones del hospital, hasta sentir que otro cuerpo se abalanzaba sobre mí. Me giré y me encontré con David, que venía corriendo hacia mí. Al regresar para ver si el joven del auto seguía allí, pero se había esfumado sin dejar rastro y yo no podía deducir con facilidad el momento de su escape o su paradero actual.
Al sentir la calidez de su cuerpo me hizo arrepentir del hecho de haberlo querido lejos de mi vida. Después de todo, si yo vivía era gracias a él.
Una notificación llegó a mi teléfono. Según decía en Internet, el Presidente Garret proclamaría a partir de ese entonces la libre distribución de clones por todo el estado a partir del día de su decreto. Este nuevo derecho, proporcionaría a los dueños de sus criaturas acogerlas bajo su protección y disponer de ellas. Al día siguiente me pondría al tanto de los detalles.
—No te preocupes, yo siempre respetaré tu condición humana —intentó tranquilizarme David, quien ya estaba al tanto de lo ocurrido.
No podía dejar que eso ocurriera así como así. Intenté comunicarme con la Reina Hellie a través de sus redes sociales, mas mi perseverancia no fue tan enorme como su indiferencia. Me dije a mí misma que no permitiría que algo así ocurriera. Nuestra resistencia tenía que comenzar; nuestros derechos no serían pisoteados con facilidad.
Regresamos a casa temprano y ordenamos unas hamburguesas en una casa de comida rápida, aprovechando la ausencia de Esther. El repartidor no demoró mucho en alcanzarnos la comida, que se encontraba deliciosa. David sintonizó un canal en donde pasaban un juego de fútbol americano y disfrutamos de unas buenas papas fritas calientes.
Me excusé para ir al baño y llevé mi nuevo teléfono conmigo. Posteé en mis redes sociales una convocatoria para reunirse en la plaza principal y reclamar para que nadie nunca pisoteara nuestros derechos. Fui consciente de que todas mis redes sociales no sumaban entre sí ni quinientos seguidores, pero me propuse seguir a todos los perfiles con los que me topara, además de contactarme con opositores de Helling a través de Internet.