El bonito color de esmalte en tono celeste me hace distraerme un poco de la situación en la que me encuentro, he tratado de entretenerme con cualquier cosa con tal de no ver lo que se avecina.
Porque oh claro que lo sé.
El sabor del café que compré en la cafetería del hospital aún está en mis labios, pero no me hace sentir mejor en lo absoluto, incluso siento que me repugna y lo he descubierto por cuarta ocasión en mi vida, aunque debo aclarar que no soy así de masoquista con el mundo.
Suelto un suspiro casi inaudible para no atraer más atención de la familia que acaba de inmiscuirse en la habitación, como si de verdad fuera mi fuerte pasar desapercibida.
La familia está compuesta por un hombre de complexión menuda con el cabello castaño y lo acompaña una mujer un poco más alta que él con un majestuoso vestido junto a dos pequeños que no paran de mirarme con entusiasmo.
Entusiasmo que yo en su lugar no tendría, pero ellos no parecen conscientes de la tensión que rodea la habitación, pues a lo que puedo descifrar apenas están llegando a los cuatro años.
Intento llevar mi mente a otro lugar nuevamente, inclusive me regaño por varios minutos sobre la mala decisión que tomé cuando elegí un moka en lugar de una bebida con avellanas y esbozo una sonrisa divertida al saber que mi subconsciente parece hacerme caso para desviar la atención de la pesadez y melancolía que se ha vuelto ese lugar.
Pero alguien interrumpe mi travesía.
—Dice mi madre que se conocen desde hace tiempo —menciona el hombre que lleva un uniforme impecable de lo que parece ser representativo de un guardia de seguridad, mismo que está acercándose hasta el rincón del cuarto donde me encuentro.
Él eleva una de sus cejas con facilidad mirándome de manera retadora, sin embargo, en lugar de pensar que estoy frente a una persona de capacidades físicas e intelectuales para acabar conmigo en cuestión de instantes salgo a decir una idiotez que trastabilla en mis labios.
—Siempre he querido hacer eso—le indico el movimiento de la ceja mientras trató de imitarlo, fracasando.
Mi acto hace que los pequeños comiencen a reír junto a su madre, a excepción del hombre que mantiene su mirada firme y despectiva hacia mí.
—¿Se conocen o no? —vuelve a preguntar en un tono más serio y mi vista va de lleno a la mujer de edad avanzada que está tendida en la camilla, ella lleva el cabello—lacio y canoso—perfectamente acomodado.
Rosmarie se mantiene conectada a una docena de aparatos que indican su estabilidad cardíaca y cuando mi mirada contrariada choca con la de ella sólo atina en brindarme una sonrisa tranquilizante que no estoy muy segura de surtir efecto en mí.
Me pongo de pie del sillón donde me he pasado apenas unos quince minutos, los cuales me han parecido una eternidad y llevo conmigo el vaso de café que no he logrado terminar. Me detengo frente a el hombre que sigue pasmado con mi visita y reconozco internamente que le gano por unos cuantos centímetros.
Aun así es lo suficientemente fuerte para arrollarme, por ese motivo le brindo mi mano en forma de saludo mismo que parece estar tentado en dejar suspendido en el aire.
Idiota.
—Por supuesto que nos conocemos—le aseguro con media sonrisa—. Ella me ha llamado para que viniera a verla, somos amigas— aclaro al hombre que parece no creerme ni una palabra de lo que le he dicho, pero hace acopio de modales para estrechar mi mano con una fuerza impresionante haciéndome reprimir una mueca y una maldición tras el crujido de mis huesos.
—¿Tienen mucho de conocerse? —me mira inquisitivamente colocando sus brazos sobre la cintura y por un momento creo que sacará un arma para apuntarme con tal de decirle toda la verdad, pero dejo a un lado los pensamientos ridículos que me asaltan cada cinco segundos.
—Apenas— «apenas unos minutos» me veo tentada a decirle, pero eso sería una completa oración suicida, así que me veo en la necesidad de recurrir a la omisión de hechos y creación de historias conocidas también como mentiras—. Apenas unos cuantos meses— le explico mientras elevo un poco la barbilla para que no sea notorio que estoy hecha un manojo de nervios.
—Nos conocimos en la empresa textil, ella supone ser la nueva dueña— le indica su madre quien parece demasiado cansada, pero aún así no ha dejado de sonreír desde que todos comenzaron a visitarla en este lugar.
El hijo de Rosmarie tensa la mandíbula dando un par de pasos atrás dejándome así suficiente espacio personal, es entonces que voltea para encontrarse con su madre tratando de descifrar sus facciones con cautela, pero ni siquiera yo he podido hacerlo.
—Sí, yo estaba preocupada por Rosmarie ha sido una de las mejores empleadas que tuvo mi madre y vine en cuanto me llamó—le relato al hombre que parece un poco más calmado y recorro la estancia con la mirada analizando no solo el ambiente, sino a las personas que están aquí.
—No seas mentirosa, tardaste en llegar— me recrimina Rosmarie con un tono divertido aún estando postrada en aquella cama y le muestro una cálida sonrisa que devuelve con premura.
—Había mucho trabajo en la industria, aún no era el tiempo, pero ya me encuentro aquí—le explico jugando con las palabras a lo que ella asiente, lo entiende.
Los dos niños de la pareja de pronto comienzan a cantar una melodía sentados desde aquel sillón incómodo en que estaba postrada y por unos segundos nos deleitan a todos con su voz infantil.
Uno de los pequeños me mira fijamente durante toda su canción y sin duda es una copia de su padre mientras el otro pequeño estaba mucho más relajado y miraba a su madre con amor mientras aplaudía, sin duda una escena muy tierna mucho más cuando Rosmarie parecía no caber de la felicidad de tenerlos ahí.
—Tu cabello es raro—me indica el pequeño pelinegro mientras señala directamente mi mata de pelo y su madre de inmediato se acerca para bajarle el pequeño dedo rechoncho en mi dirección.