Tiempo de espera

¿El mundo es real?

35

Ya pasó otro día. Pensé qué harías tú. No seguí ningún camino marcado y vi lo que parecían chozas, aunque muy diferentes a las que conozco. Recordé lo que Mundu dijo sobre las poblaciones cercanas, que están del lado de los amos. Yo no sé qué es lejos y qué es cerca, porque he recorrido muchas veces el tamaño de la tierra que conocía, que ahora parece tan, pero tan pequeña.

Vi desde lejos esas poblaciones, a las que creí que no debía acercarme, por si acaso tú estabas en ellas o algo me dijera que eran ésas tropas de las que Mundu habló. Aunque también confieso que lo hice porque tú dijiste que la libertad estaba fuera de esa línea que conocía. Quería saber cómo era la libertad y cómo actuaban las personas libres. Pero verlas, me hizo pensar de qué libertad hablabas.

Lo único que pude ver fue que tal vez estas personas son prisioneras de una cárcel distinta a la que yo tenía. La mayoría de ellas no se despegaba mucho del conjunto de chozas, es más, muchas de ellas entraban a alguna para no salir por el resto del tiempo que estuve viendo. Algo en ellas me decía que seguían órdenes, aunque no podía ver quién se las daba. Notaba algo de mí en ellas, como cuando hacía aquello que me tocaba, eso de lo que no podía huir por miedo al castigo. Aunque no vi capataces ni vigilantes, te diré algo: observé todo menos personas libres.

Tal vez mi error fue pensar que las personas que tenían libertad eran muy diferentes a quienes estaban en las minas. Algo decías tú sobre que todos tenemos prisiones, que pueden no ser visibles. Ellas nos hacen caminar de cierta manera, que no hagamos ciertas cosas, que sintamos o no tengamos derecho a hacerlo, que nos alejemos de un lugar o permanezcamos dentro y todo cuando se ve y pasa en las cabezas de las personas responde a ese encierro que no podemos ver.

¿Sabes qué fue lo único que vi y me agradó sin queja? Había parejas, que caminaban juntas y muchas de ellas de la mano. Una sonrisa se formó en mi rostro y me hizo pensar que valió la pena todo para ver esto que no creía que existía. Esto es tan grande que aún sonrío cuando pienso en ello.

Seguí, porque no quería que esas personas “libres” fueran a arrebatarme la poca libertad que había ganado. Hay algo que sé y es que los caminos hechos no son para mí. Hice el mío propio, pues aparte de caminar entre la maleza, yo no debería estar aquí. Una duda surge en mí, sobre este camino no marcado: si será éste también el tuyo.

¿Sabías que el mundo es tan grande? ¡Nunca se acaba! Hay tierra y más tierra adónde quiera que miro y ningún rastro de ti. Cada paso me agobia con la pregunta: ¿es el camino? Y cada vez que doy un paso, creo que se abren más y más caminos en el que sólo uno es correcto. Esta sensación me desespera; de pronto, quiero desandar el camino y me desespera más pensar que no hay forma de saber cuál es. ¡Quiero gritar, quiero golpear algo! Luego, me siento un momento, me tranquilizo y tomo con resignación el camino que llevaba. Creo que ésta es la maldición de toda persona que quiera hacer su propio camino, que desafía a aquello para lo que le dijeron que nació, de quien no se conforma y de quien lucha por un amor “prohibido”.

Quiero dormir. Me oculto bien para prender un fuego que me calienta y hace que los ruidos de la selva se mantengan lejos. Quiero soñar que estamos de nuevo al lado un cuerpo del otro, encima y por todos lados también. Pero nunca he conseguido soñar lo que quiero. Los pies me sangran y como un poco de lo que conseguí.

Me despido de ti una vez más, con la esperanza de que al despertar no deba haber más despedidas.

 

36

Un sueño viajó hacia a mí hoy por la noche, mientras el cansancio me golpeaba como un fiero adversario. Intentaba mantenerme alerta, pero las imágenes que se formaban en mi mente se volvían, poco a poco, parte del mundo real y, de pronto, todo parecía lo mismo.

En mi sueño, apareció el momento que marcó nuestras vidas, después de que aceptáramos el amor. Cuando se presenta como recuerdo, siempre lo interrumpo, pero como ensoñación, no pude luchar contra él. Ese día en que encontré esa hermosa piedra en la mina. La guardé, sin saber que eso estaba prohibido. Tú dijiste después que se llamaba “diamante” y que tenía un valor incalculable. Yo, sin nunca haber tenido nada y teniendo algo al fin, que en cuanto al valor se parecía a ti, no podía pensar en que estuviera en otro lado que contigo, así que te la di. Después te vi sosteniendo el diamante contra el sol, como si le hablaras o como si entendieras lo que te dice y te prometiera algo, o no sé qué cosa. Luego, la escena me da miedo, cuando veo al capataz diciendo a alguien que te observara, tu cara cambia entonces de la contemplación al descubrimiento. Lo guardas rápidamente entre tus ropas y alguien ordena que te detengan.

Sabíamos que no te permitirían conservarlo, y también conocíamos el castigo por robo: la muerte. Me miraste a los ojos, desde lejos, y supimos en ese instante lo qué debías hacer. Parecías pedirme autorización. Te la di. Me pediste perdón. Te dije que no había de qué. Me dijiste “volveré”. Te dije “te esperaré”, con palabras sin sonido que llenaban la distancia y emprendiste la huída hacia la selva y mi corazón viajó contigo. Vi a la maleza acusando tu ubicación y a tus perseguidores siguiendo tu rumor. La impotencia se apoderó de mí, el miedo también. Mis deseos querían que pudieras huir y mi mente me dijo que no te volvería a ver. Un sonido sordo surcó la selva y las minas, creando un pesado silencio, dudas y certezas, según las caras que viera. Yo lo supe, pero no lo quise creer.




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