Tiempos de Gloria

IV: Secretos

Chester divagaba sentado en su escritorio con la mirada perdida en el irregular techo de la oficina. Llevaba cerca de cuatro días sin salir de la comisaría, viviendo a base de litros de café, para intentar encontrar alguna pista del asesino en serie que comenzaba a atormentar la calmada ciudad de Edher.

Después de la terrible fotografía que habían visto en la junta pasada, el Jefe Hunter ordenó que mantuvieran la información bajo custodia, y que no se revelara nada del hallazgo a los medios de comunicación.

Aún no sabían dónde se encontraba el cuerpo, pero mientras no pudieran confirmar que el cadáver era de Marie Danvers no podían hacer gran cosa. Claro que todo el departamento sospechaba que la hija del senador era la que aparecía en la fotografía, pero no podían proceder basados en meras especulaciones.

Lo poco que sabían de la situación era que Marie había ido a un campamento veraniego en las playas de cierto país hacía tres semanas, y que su regreso estaba planeado dentro de un mes. Sus padres aún no la habían reportado y las autoridades del campamento no tenían registro de alguna desaparición dentro de sus instalaciones, por lo que parecía que se encontraban atados de manos sin ninguna pista y totalmente a la deriva.

Chester pensaba que aquello debía tratarse de un horrendo juego de mal gusto. A su parecer, el culpable se divertía dejando esas notas sin sentido y procediendo en sus delitos con tanta precaución que aún después de tantos análisis y pruebas, no tenían idea de cómo se envenenó a Henry Rocher o del paradero del cadáver de la fotografía.

Lo que sí tenían en demasía eran suposiciones. Hipótesis sin forma que flotaban en el aire y caían en el olvido sin ninguna clase de sustento. Pero lo que más le afectaba, sin duda, era el hecho de saber que lo único que podía hacer era esperar a que el asesino se apareciera de nuevo y lanzara su próxima jugada.

Aquel era un juego muy turbulento, pero Chester sabía cómo funcionaba. Tal vez por eso el Jefe Hunter lo asignó como apoyo al detective de homicidios encargado del caso, y a pesar de que su esposa lo había instado a tomar la responsabilidad, Chester observaba el techo y comenzaba a arrepentirse de la decisión. Aún así, no podía dejar de pensar en todo el camino que les esperaba hasta que tuvieran la posibilidad de hacer algo al respecto.

El mecanismo era sencillo: siendo un criminal común, dejaría pistas sin sentido en todas las escenas de sus crímenes, intentaría burlar a la policía y jactarse de poseer superioridad en ella. Atacaría una y otra vez, pero mientras más se elevara su ego viéndose en los periódicos y en las noticias, más descuidado se volvería, al punto en el que comenzaría a dejar rastros suyos en sus fechorías que la policía seguiría hasta capturarlo.

Así funcionaba aquello, y para Chester siempre era igual. No importa que tan metódico pareciera ser, todos buscaban lo mismo: atención y reconocimiento. Si no quisiera ser perseguido, no habría dejado a sus víctimas tan cerca de recintos públicos y no enviaría notas a la comisaría esperando que resolvieran sus acertijos.

Intentaban desafiar a la ley y siempre terminaban perdiendo. Chester lo sabía, debían mantenerse a la expectativa y esperar hasta que el culpable decidiera dejarlos participar. Ya había empezado, les mandó un acertijo y un reto, y Chester suponía que el premio a la resolución serían las coordenadas de ubicación del cadáver.

Lo tenía todo tan claro, y por su mente ya fluían los posibles desenlaces. Y aún así no tenía la más remota idea de lo que el mensaje significaba. Por el momento había dejado todo el peso del caso sobre los hombros de su compañero, Anthony Foster, mientras intentaba hallar un espejismo en sus alucinaciones con forma de café y sabor a insomnio.

Por su parte, el detective de homicidios, Anthony, sentado frente a Chester en su propio escritorio y sujetando su cabeza entre sus manos cruzadas, observaba el pedazo de papel frente suyo. "55: Nadie está a salvo. 40: atentos, que han vuelto. 25: Caen en desgracia justa. 10: Nada os salvara del infierno a punto de estallar" era una frase sencilla de entender pero complicada de descifrar.

El mensaje más obvio era una amenaza directa que advertía de nuevos atracos y posibles asesinatos. El texto aludía un aviso público sobre que cualquiera podía ser el siguiente en la lista del criminal, fuese de la edad que fuese. Además, la frase “Caen en desgracia justa” aludía a un posible intento de venganza, tenía la finalidad de aclarar que buscaba justicia por su propia mano.

Anthony podía suponer que, al tratarse las víctimas de gente poderosa, el culpable estaría vengando un recorte de personal, una mala paga o algún plagio a su trabajo, cosa que era costumbre en las empresas y trabajos de las familias afectadas. Por ello, su primer movimiento fue revisar los expedientes del personal de la empresa de Lord Rocher y las últimas campañas del senador, pero Archivos todavía analizaba los datos.

Así que, por el momento, lo único que se le ocurría era tratar de encontrar el significado oculto en la nota que habían recibido. Fuera del análisis más notorio, Anthony intentaba darle sentido al par de números que acompañaban el texto, pero aún no tenía nada. Primero había pensado que se trataban de las coordenadas, aunque sabía que ni siquiera el criminal más principiante haría una pista tan obvia. Pero era su trabajo descartar todas las posibilidades.

De pronto lo vio, repentino y fugaz pero con todo el significado del mundo; tan claro que se sintió estúpido por no haberlo notado antes. Tres de las oraciones iniciaban en mayúsculas, menos una; que estaba en medio. Parecía una equivocación al momento de escribir el mensaje, pero en su trabajo debía tomar todas las probabilidades y desecharlas una por una. Así que la tomó, y escribió en una hoja aparte cada letra inicial de cada palabra, intentando formar una única oración. De nuevo, eso no lo llevó a nada, y sólo consiguió una hoja completamente rayada.



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En el texto hay: crimen, romance, venganza

Editado: 16.11.2020

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