Escogió el solar que tenía Ambrosio Aguilera justo enfrente del panteón y no fue ningún problema convencerlo a que vendiera por tan sólo unas monedas. Y con esa adquisición logró aumentarle el atractivo a su proyecto, pues su deseo original con el paso de los días se había ido transformando, y en ese momento ya no se conformaba con saber que muy pronto tendría una casa nueva, en la que podría acomodar todo el recuerdo que quisiera de sus dos Marías, sino que ahora quería estar más cerca de ellas, lo más cerca que se pudiera, y María estuvo de acuerdo. Aunque en la realidad ese deseo empezó a rondar por su cabeza casi desde el primer momento, pero no fue sino hasta una de esas tardes, cuando todavía las ideas eran tan torpes que se esfumaban en el aire y los bosquejos se negaban a quedar sobre el papel, que en una de sus charlas con el hueco de María, Fortino le propuso que compraran aquel lote de Ambrosio:
-Porque lo he estado pensando seriamente, María, y con eso concluyó su explicación, y creo que para los dos sería muy bueno, juntarnos otra vez. Y ella no se opuso.
Como tampoco lo hizo, cuando Fortino le confesó cuánto la necesitaba, aparte de todo lo que la necesitaba cada día, porque tenía temor de no llegar a un buen final con aquella iniciativa y por lo tanto, que había pensado consultar con ella, en lo sucesivo, sobre cualquier duda que surgiera con respecto de la casa.
Y curiosamente, esa misma tarde Gumaro le planteó la primera de esas dudas:
-No quisiera interrumpirte, le dijo Fortino al silencio, cuando recién entró en la casa, pero Gumaro dice que la casa debe de mirar para ese lado, para allá, y yo creo que estaríamos mejor si viera para acá, para este lado... para verte, María, ¿qué dices, aceptas?
Y le mostró a la nada, que ahora era su esposa, algo así como un pliego arrugado en el que estaban trazadas, en pleno desconcierto, un montón de líneas entrecruzadas, que en su conjunto pretendían explicar la forma y ubicación de su terreno:
-Mira, María, le dijo Fortino, señalando con un dedo sobre el papel, aquí está marcado lo que te digo yo y lo que dice Gumaro.
En uno de los lados había un cuadro grande señalado con una cruz al centro, que representaba el espacio que ocupaba el Camposanto, y cuyo frente daba hacia una callejuela y en su parte posterior colindaba con una mínima barranca. Y justo enfrente de ése, su lado de atrás y, barranco de por medio, con un cuadro menor se señalaba su terreno, y éste también colindaba en su parte de atrás con el barranco y el frente lo tenía hacia su lado inverso es decir, mirando hacia otra calle. Y era ahí donde se suponía que debería de quedar la fachada de la casa, o al menos eso era lo que Gumaro le alegaba, que el frente siempre daba hacia la calle. Pero esa noche, la última de enero, después de que Fortino habló con el recuerdo de su difunta esposa, se decidió que la casa tendría la vista para acá.
Y pasados unos días, después de resolver ese problema y muchos más, la obra comenzó justo al filo de un amanecer con la excavación del pozo:
-Agua, Gumaro, mucha agua...
Esa había sido tal vez, aparte de aquel cambio que le hicieron al frente de la casa para que quedara atrás, la indicación más importante que le había dado Fortino a Gumaro desde los primeros días y Gumaro no la desatendió. Él mismo habló en su momento con Domingo Ciura, y le pidió que dejara un día a su mula y, por supuesto, de ir un día a la montaña, para que viniera a ayudarlos a buscar el agua en el terreno de Fortino. Así, ese primer martes del mes, que fue el día cuando inició la construcción, Domingo fue de los primeros en llegar con su varita de tres puntas y, antes de que alguien le dijera cuál era su trabajo, se puso a caminar por todos lados moviendo aquella vara con destreza y, en cosa de minutos, localizó el manto. Luego, simplemente porque se le ocurrió, llamó a unos peones hasta el sitio en el terreno donde él había marcado una visible cruz de cal, y ahí les indicó paso por paso qué era lo que tenían que hacer. Entonces Fortino, que lo estuvo siguiendo sin perder ningún detalle, le ofreció que se quedara al frente de ellos hasta que terminaran de construir el pozo y para convencerlo, le puso un valor muy atractivo a aquel ofrecimiento: el pago de un peso por día nada más por dirigirlos, sin otra obligación, y naturalmente Domingo se lo aceptó encantado. Porque además del peso, pensó, todo ese tiempo él podría arrendar su bestia entre cualquiera de sus vecinos, y de esa manera su ganancia sería mucho mayor.
Así, antes de que dieran las diez de la mañana, frente a ese pequeño horizonte, sembradío de cruces, que había detrás de la barranca, Fortino vio cómo daban la primer palada para iniciar la búsqueda del agua y, con las mismas palabras que traía en su memoria:
-Agua, mucha agua... dio por inaugurada la obra.
Porque la vieja frase seguía con él. Nunca se fue.
-Agua, Fortino, mucha agua...
Esas fueron las palabras que usó el viejo Cirilo aquella tarde, cuando el niño Fortino le preguntó:
-Cirilo... ¿y qué hay en el mar?
Y el viejo le respondió, poniéndole un océano imaginario flotando en el aire, coloreado vivamente con la gama de colores que el niño conocía, pero con muchos tonos increíbles que él le fue inventando.
-¿Y, cómo es?