Tierra de prodigios

VEINTE

-¿Cirilo, y más allá del mar?

-La distancia, Fortino... la distancia.

Y el viejo lo sabía mejor que nadie a pesar de que nunca lo pudo cruzar. Si aprendió a medirlo fue por tanto estar rozándose con él, de tanto tocarlo. Y porque muchas veces de pie junto a sus olas mirando al horizonte, trató de alargar sus miradas y de llevarlas hasta la otra orilla, pero siempre fue más grande la distancia.

-Y, ¿cómo es esa distancia?

-¿La distancia, Fortino?... la distancia es tan larga como la tristeza.

Desde entonces Fortino acomodó en el corto entendimiento de sus cortos años, toda la grandeza del océano y aún la longitud de su distancia, porque no era muy difícil comprender que ésta era tan grande, que no cabía en una mirada. Lo que no pudo entender en el momento, fue cómo o de qué manera, esa distancia se le convirtió a Cirilo en una tristeza larga. Y la duda habría de durarle hasta el día en que, en los ojitos de su hija enferma, en sus miradas apagadas y distantes, reconoció la gran tristeza que había en la lejanía. Pero aquella tarde en la que por primera vez conoció el mar a través de los ojos de Cirilo, eran tantas las preguntas que en él iban surgiendo, que no quedaba tiempo para esas pequeñas dudas:

-¿Y, dónde está?

Y como desde la casita de aquel viejo, a mitad de la montaña, se dominaba visualmente casi la vastedad del horizonte, allá a lo lejos, por donde el valle se veía salpicado por minúsculos caseríos, Cirilo con el brazo extendido le señaló una dirección hacia la cuál, según él, estaba el mar:

-Muy más allá, le dijo entonces, siguiendo la largura del camino hasta donde se te acabe... y luego mucho más.

-¿Y por qué lo pusieron tan lejos, Cirilo?, le preguntó intrigado el niño.

-Porque en medio, Fortino, le dijo el viejo, hablando muy seriamente, pusieron la capital.

-¿La capital?, pensó Fortino, y por más de que buscó no pudo encontrar la explicación de esa palabra en su memoria.

En su mente la palabra capital carecía de una forma o de un significado, y lo mismo podría ser otro mar como ese que le acababa de describir Cirilo sólo que éste se llamaba capital, pero también podría ser un árbol, una montaña o hasta una culebra, como las Malaguas que siempre aparecían en el río por debajo de las piedras, o cualquier otra cosa. Pero ese día esa palabra fue la que más llenó su curiosidad y después fue seguida por las otras, las que siguieron brotando explícitas y generosas y con multitud de formas desde la voz del viejo, y a él se le quedaron a vivir para siempre en la imaginación.

Era el tiempo, cuando los otros niños jugaban con el tiempo y todo el que había en el pueblo a ellos les pertenecía. Y más, porque Fortino nunca les reclamó su porción. Él siempre tuvo un tiempo aparte y era el mismo que compartía con el viejo Cirilo. Entonces las madrugadas eran sólo madrugadas y todavía Fortino era el dueño de sus sueños hasta un poco después de cada amanecer, que era cuando a hurtadillas se salía del jacal, y se iba corriendo a donde estaba su tiempo.

Y fue en una madrugada de ésas, de sus nueve años, justo a las cuatro de la mañana, cuando su padre decidió que había llegado el momento de enseñarlo a trabajar y desde entonces, perdió su niñez.

Pero ahora sólo eran recuerdos. Sobre el tiempo del pueblo se estaba instalando un tiempo nuevo y, como el aire de la montaña, se fueron volando las costumbres.



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En el texto hay: viaje, drama, amor

Editado: 23.11.2023

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