Tierra de prodigios

VEINTICINCO

En cualquier otra madrugada en la que sus pasos lo llevaran, como ahora, hacia los pueblos de abajo, Fortino habría bordeado por Las piedras y, luego de cruzar El vado, se habría dirigido como siempre hacia La loma sin pendiente, porque esa era la forma más simple y más directa de llegar hasta El atajo lobos, el que a pesar de ser un tramo accidentado y pedregoso, les ahorraba el larguísimo rodeo que darían si se fueran por el pie de La muralla, aquel muro de piedra gigantesco que cortaba bruscamente ese pedazo de montaña, como solían hacerlo cada vez que, en la época de lluvias, el susodicho atajo se anegaba. Por eso más que nada era el camino que utilizaban todos, ya que luego de cruzarlo, tras pasar los altibajos del siguiente lomerío, entroncaban con el último sendero que topaba, al final de su bajada, con las primeras casas de Santa Catarina. Pero Fortino eligió para esa ocasión, después de estar esos minutos de pie junto al espacio, en la orilla de Los árboles caídos, seguirse de frente rumbo al El salto de Chanona, con todos los riesgos inherentes a esa parte tan difícil del terreno, y consciente que con su decisión, no sólo se alargaba en varias horas el tiempo de camino, sino que después tendría que continuar forzosamente, serpenteando en el pronunciado declive de la siguiente parte del trayecto, sobre el lecho rocoso de El arroyo seco y, por lo tanto, a merced de todos sus caprichos. Porque desde aquel momento, en el que estuvo contemplando la oscuridad nublada de la noche, a sólo unos pasos de donde comenzaba el voladero, develándole a María lo que él sabía que había detrás del infinito, en tanto le iba hablando también fue descubriendo, cuánto extrañaba el silencio y la soledad del monte, y que no soportaría fácilmente compartir su caminar con los demás arrieros:

-Y menos ahora, María, le dijo con ternura, aunque también con energía, a esa parte de la noche que era ahora su mujer, porque todo este camino es nada más para nosotros.

Fue así como Fortino decidió que cambiaría de ruta, pues no iba a permitir intromisiones de sus viejos compañeros entre él y su mujer y mucho menos, tratándose de ese viaje, en el que por primera vez María lo acompañaba. Así que no le importó elegir el camino más difícil, ni aún con el gran retraso que esto le representaba, porque no tenía prisa. De hecho, desde aquel amanecer en el que él creyó haber encontrado, suspendido en el aire de la montaña, aquel aroma parecido al de la libertad, no había vuelto a sentir prisa por nada y, por muy largo que fuera éste nuevo camino, tenía toda la vida, si fuera necesaria, para caminarlo.

-Cirilo, le preguntó el niño, después de que el viejo le revelara la ubicación de la capital, y si eso es más allá que lo más lejos que yo alcanzo a ver y traspasa el horizonte, ¿entonces eso está muy lejos, verdad?

-Sí, Fortino.

-¿Y es muy cansado caminar ese camino por lo mismo que es muy largo?

-No, Fortino, un camino largo no es cansado, le respondió Cirilo, pausando la voz y al mismo tiempo evocando su propio caminar y su cansancio, lo que cansa son los pasos.

Y ahora Fortino tenía un largo camino frente a él, el más largo de su vida y más si lo empezaba por El salto de Chanona, pero también tenía en el recuerdo las palabras de Cirilo y sabía perfectamente, desde mucho tiempo atrás, cómo dosificar sus pasos. E incluso mientras más largo se hiciera el recorrido, terminó pensando, sería mucho mejor, ya que eran tantas las cosas que él y su mujer no se dijeron en la vida, que apenas todo el tiempo de ese viaje alcanzaría para podérselas decir. Y él no iba a desperdiciar esa oportunidad que la vida le ofrecía para reencontrarse con María, para tratar de sincerarse con ella, como nunca lo había hecho, e intentar mostrarle lo que realmente acontecía adentro de él, como esas emociones que sentía desde que ella ya no estaba, y que se habían ido agravando prácticamente desde aquel minuto cuando se encontró la caja. También deseaba hablarle de la gente de su pueblo, de cuánto había cambiado ahí la vida, y compartirle su sentir con respecto de ese viaje, contarle por ejemplo lo que esperaba ver y, cuando ya estuvieran lejos, decirle todo lo que él sabía de ese lugar llamado la capital, ya que de esas cosas nunca había hablado con nadie: solamente con Cirilo. Y claro, si se les presentaba la ocasión, también quería preguntarle si acaso ella o su hija, o tal vez ellas dos, habían tenido algo que ver con el hallazgo de aquella triste noche, la más negra de todas, cuando él estaba en la montaña cavando con su gran desesperanza para sacar hormigas, y lo único que desenterró sin darse cuenta, tal vez debido a la oscuridad, fue su destino.



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En el texto hay: viaje, drama, amor

Editado: 23.11.2023

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