Tierra de Sangre y Fuego: Sol y Luna

19. Quaras

Kalkin bajó su caballo y se despidió de Alejandro, quien era la mano derecha de su padre, justo antes de cruzar el río Maipo. Con un apretón de manos firme y una mirada que transmitía tanto respeto como preocupación, Alejandro les deseó buena suerte en su travesía. Catriel y Víctor, por su parte, también bajaron sus caballos del camión, agradeciendo con gestos y palabras breves a los soldados que los habían escoltado hasta ese punto.

Una vez solos, el trío se preparó para la siguiente etapa de su viaje. Estarían viajando hacia el gran Arauco, una ciudad que, a lo largo de los años, se había convertido en la capital de facto de la nación del Wallmapu. La ruta que tenían por delante, si bien era larga, se esperaba que fuera tranquila y segura, ya que se encontraban dentro del territorio mapuche.

Kalkin se giró hacia sus compañeros, una mezcla de emoción y anticipación en sus ojos.

—Vamos, tenemos un largo camino por delante y muchas preguntas que responder —dijo con firmeza.

Los tres jóvenes cabalgaron juntos, dejando atrás el río Maipo y adentrándose en el corazón de Wallmapu. El paisaje cambiaba gradualmente, mostrando la rica diversidad del territorio mapuche, mientras se dirigían hacia el gran Arauco.

—Nuestra próxima parada es... ¿Rancagua? —pregunta Catriel, con una nota de duda en su voz.

Kalkin, con una sonrisa que revela su conocimiento de los secretos de la región, responde: —El fuerte de Rancagua es un mito, una invención española para mantenernos alejados de Nueva Extremadura. Nunca existió realmente esa ciudad.

—Ah, así que era eso... —comenta Catriel, su sonrisa se ensancha al recordar—. Los ancianos siempre hacían bromas al respecto, pero nunca les presté mucha atención.

—Al anochecer, deberíamos llegar a Renku, el último pueblo Pikunche antes de entrar en el territorio mapuche propiamente dicho —anuncia Kalkin, marcando el ritmo de su caballo al ritmo del crepúsculo que se acerca.

Conforme avanzan, Kalkin percibe una presencia inusual que lo inquieta. Al echar un vistazo discreto hacia un costado, nota que un Kanin¹ los sigue desde una distancia prudente. La presencia solitaria de esta ave en la zona es inusual y despierta su curiosidad, pero tras perderla de vista, Kalkin decide no darle mayor importancia y concentrarse en el camino que tienen por delante.

—Hay un río por allí adelante —comenta Víctor, señalando hacia el horizonte.

—Es el Cachapoal —confirma Kalkin, con una mirada experta sobre el paisaje—. Esto significa que ya hemos recorrido dos tercios del camino hacia Renku.

Al acercarse al río, el grupo aprovecha para llenar sus botellas y refrescarse un poco. El clima caluroso les invita a mojarse la cara y el cabello. En medio de esta breve pausa, Catriel se inclina hacia Kalkin y le susurra discretamente:

—¿Viste el Kanin?

Kalkin asiente sutilmente. —Sí, noté que tú también lo viste.

—¿Hablan de aquella ave negra que vimos hace un rato? —pregunta Víctor en un murmullo.

Kalkin se toma un momento para reflexionar. —Si los tres lo notamos, entonces no puede ser algo normal.

—Esa ave aún nos sigue —afirma Víctor.

Catriel lo mira sorprendido. —¿Cómo lo sabes?

—No sé cómo explicarlo, pero puedo sentir su presencia allá atrás, en el bosque —explica Víctor, su voz baja pero firme—. Es como si alguien nos estuviera observando.

Tanto Catriel como Kalkin miran a Víctor con una mezcla de impresión y curiosidad. La certeza en su voz era palpable, y sabían que Víctor no era de los que hablaban a la ligera. En el tiempo que Catriel había compartido con él, jamás lo había oído hablar sin fundamento.

—Debemos mantenernos alerta —advierte Catriel con seriedad, ajustando su agarre en la empuñadura de su daga—. Si ese Kanin continúa siguiéndonos, debemos estar preparados para cualquier cosa.

Víctor y Kalkin asienten, compartiendo la cautela de Catriel. El grupo retoma su marcha hacia el sur, avanzando por un terreno más accidentado, alejándose del refugio de los árboles. Kalkin, con la astucia de un estratega, guía al grupo hacia las colinas, buscando una posición que les brinde una mejor visión de su alrededor.

Tras algunas horas de marcha, el ave aparece de nuevo. Esta vez, se posa en un árbol solitario cercano al grupo, su presencia más evidente que nunca. Catriel, rápido de reflejos, saca una daga de su bolsillo y, con un movimiento fluido y preciso, la lanza hacia el ave. Para sorpresa de todos, el Kanin se esfuma en una nube de humo ante sus ojos.

—¡Qué fue eso! —exclama Kalkin, con un tono que mezcla sorpresa y alarma.

—¡Wekufe! —identifica Catriel, su voz tensa.

Víctor, sacudido por la repentina desaparición del ave, se recupera rápidamente y advierte:

—¡Atentos, aún está aquí!

Catriel y Kalkin escudriñan los alrededores con urgencia, preparados para cualquier eventualidad. Una nube de humo comienza a formarse frente a ellos, lentamente adoptando una silueta humana. El grupo se coloca en posiciones defensivas, listos para enfrentar lo que sea que emerja de aquella bruma misteriosa, conscientes de que están ante una entidad que va más allá de lo ordinario.

La tensión se palpaba en el aire cuando la silueta misteriosa emergió del humo que aún flotaba en el ambiente.

—¿Quién eres? ¡Preséntate! —exigió Catriel, su voz resonando con firmeza y autoridad.

—Quaras, soy Quaras —respondió la figura, su voz arrastrada, casi como si cada palabra llevase consigo un peso ancestral.

—Muy bien, Quaras, ¿qué es lo que buscas? —replicó Catriel, su mirada fija en el enigmático visitante.

—Creo que eso ya lo sabes —dijo Quaras, evasivo.

—¿Quieres a... ¿Víctor? —Catriel dedujo, sintiendo una mezcla de sorpresa y determinación.

—Así es —confirmó Quaras, su tono inexpresivamente tranquilo.

—¿Qué quieres de mí? —preguntó Víctor, su voz revelando un atisbo de incertidumbre y curiosidad.



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En el texto hay: razas guerreras, magia amor fantasia

Editado: 16.02.2024

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