Tierra Oscura

CAPÍTULO 20. PECADO Y REDENCIÓN

-¿Por qué lo crees? 

-Unas horas después de que te llevaron a la Torre, el general pidió todos los informes de sus experimentos, pero también uno totalmente discordante con el resto. El evento de hace diez años. Días después mando aeronaves con material para construir capsulas de retención ¿A dónde crees?  

-Al lugar donde murieron mis padres. 

No había duda, el poder que uso en la Torre fue el mismo que se uso a diez años en ese bosque, y en todo ese tiempo hasta aquel día, Nash ha buscando la respuesta a ese evento.

Claro que desde un principio supo que se trataba del poder enemigo, lo que surgía una nueva pregunta ¿Por qué experimentar con ellos? ¿Qué conseguiría con eso? Había organizado un genocidio en masa, un peso muy colosal, ¿para atribuirlo solo a su curiosidad? Algo más sucedía en su desquiciada cabeza y el tiempo se agotaba mientras las piezas no mostraban un paisaje completo.

-¿Crees poder obtener la información que necesitamos antes de que esa capsulas se construyan?

-Intentaré conseguir lo que pueda.

No era una respuesta que ella quisiera escuchar, pero entendía el peligro implicado en todo lo que hacían.

-El día del festival debe existir menos seguridad, para ese momento creo estar del todo bien, así que te buscaré y planearemos lo siguiente que haremos.

-Esta vez voy a creerte – dijo en una de sus típicas sonrisas deslumbrantes –. Conseguiste llegara aquí después de todo.

- Sí y pagué un buen precio por eso –  se señaló a sí misma la rodilla.

En medio de ese minúsculo espacio ella se dio modos y se produjó contra Dorian para poder llegar al pequeño taburete.

- Aún así apostaría que la otra persona quedó mucho peor – sentencio él.

Ella emitió su la sonrisa que significaba que le gustaba lo que escuchaba. Una sonrisa falsa que afloraba un aire de pretensión hacia fuera.

La verdad era que aquella sonrisa nació de la indiferencia que implicaba decir gracias cuando se hablaba de herir a otro ser humano y de la misma contradicción de que no la vieran compasiva. Un gesto con el que se convencía a sí misma de que aun era humana. Un gesto que gritaba al mundo que era un monstruo.

A eso se había reducido su vida, a lastimar, y muchas de las veces, matar a su misma raza, sin detenerse y meditar sobre ello. “Aun no”, se decía cuando las sombras de la muerte la asechaban. “El momento llegara, pero no es hoy”, se repetía una y otra vez cuando la carga emocional de meditar la sangre que ensuciaban sus manos, se colaba de la habitación donde la había encerrado.

Mucha gente ha muerto en sus manos. Y en el mismo instante que perdió la cuenta de sus víctimas, advirtió que solo recordaba el rostro de la primera, el resto solo eran recuerdos borrosos que se reducían a comida para los carroñeros.

Lo había elegido así porque esa fue su luz al final del túnel, su boya salvavidas cuando un inmenso y tenebroso mar la ahogaba. Egoístamente eligió esa vida para sus intereses personales.Nunca buscó ganar una guerra que ha existido desde antes que naciera y que probablemente permanecerá cuando muera. Solo quería alcanzar a una persona. Solo quería pagar sus deudas.

-¿Qué es eso? – Dorian señaló el gorro de lana rosado cerca de sus pies, maniobró y la agarró entre sus manos – ¿Por qué tienes esto?

Esa reacción fue extraña por lo que Vanya ladeó la cabeza como un pajarito curioso. No respondió pero Dorian halló la respuesta segundos después.

Cuando hablo no la miraba a ella, sino a sus dedos que  jugueteaban con la lana de ese gorro.

-Solo por él usarías algo rosado.

La manera en que miraba ese trozo de tela le dijo a Vanya algo que venía sospechando.

-La posibilidad de que terminen matándonos aumenta si sigues siendo imprudente – dijo  con el sigilo de un tigre antes de atacar – Es de ella ¿no? Es de Larissa.

***

Hace tres semanas…

Las noches y los días en Nhordia eran fríos en más de una manera distinta. Los nórdicos eran un gremio que pocas veces sus diálogos se direccionaban a una conversación social. No ayudaba que sus días los vivieran entre soldados y más soldados. Y lo mortalmente más peligroso que su carácter de iceberg era su preparación como soldado: identificar, y casi siempre matar enemigos. Dos peces gordos entre ellos era una situación para sostener con pinzas.

Infiltrarse en Nhordia nunca se trató de un plan diseñado un día antes, tomó meses abarcar cada variable posible. Ni en la intimidad de su hogar, hablaban abiertamente de sus planes y si lo hacían murmuraban, porque nunca se sabía que tan delgadas eran las paredes. Si alguien fue lo suficientemente listo y notó como, la “nueva pareja casada” en la capital, salía ciertas noches cuando creían que nadie los veía; jamás hicieron ruido.

El destino, o el azar, o un chiste de mal gusto de Dios los sorprendió una de esas noches.

Parecía que su suerte se había agotado, justo en el instante que una figura vestida de negro los seguía a cierta distancia. En las calles aun había personas que retronaban a sus hogares, así que no estaban muy seguros de la extraña presencia. Los minutos pasaban, la tensión crecía y la paranoia los estaba comiendo vivos, a tal punto, que la espera se volvió letalmente dolorosa.

Al final decidieron actuar, confiando en que al arrastrarlo hasta un lugar oscuro, podrían tomar una decisión en base a como actuara el desconocido. Si los descubrieron o no estaba bien, ya vería como proceder en la marchar, lo que mortificaba era no saber si era lo uno o lo otro.

El grito de la chica cortó el silencio y el silencio abrupto de su grito se transformó en un silencio incómodo. Dorian actuó primero y salió volando hacia el lugar donde la escuchó. Vanya no se movió, ni siquiera entendió porque Dorian si lo hizo. Mucho tiempo en el campo te enseña a no precipitarte, pero en segundos Dorian solo corrió a ella.




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